CRITICALIA CLÁSICOS
(Disponible en Filmin, Prime Video, Movistar+, FlixOlé, Pluto TV, Classix y Tivify).
Pienso que si esta película tuviera una visibilidad, unos actores o unos medios ajustados a los momentos actuales del cine, pero manteniendo su historia, sus personajes y su desarrollo narrativo, su crítica a los poderes judiciales y legislativos, seguro que al presentarse en cualquier festival saldría premiada con una Palma, una Concha, un León, un Oso... o un madroño, o al menos un Premio Especial, que tanto se cotiza. Y a lo mejor hasta se lo quitaba a Todo a la vez en todas partes de los Daniels, porque ambas entran en eso que los públicos siempre han tildado popularmente como películas "raritas"... También podríamos decir que es una cinta postmoderna... hecha en los años 40 del siglo XX.
Con un inicio galáctico, en lo que debe ser una visión (como poco) de la Vía Láctea nada menos, nos vamos acercando a la Tierra, y una voz en off nos sitúa en el 2 de Mayo de 1945. En ese momento un piloto de las fuerzas aéreas británicas, Peter Carter, con su avión envuelto en llamas, contacta con June, que responde a su llamada de socorro y empatizan a través de las ondas. Al final él se estrella en una luminosa playa y se encuentra con su interlocutora, pero un ángel o enviado del más allá les dice que la cosa no está clara, y que será un Tribunal Celestial (con blancas pelucas británicas) el que dictamine entre la vida y la muerte de Peter, que tendrá que exponer sus razones si quiere sobrevivir.
Peter es un juvenil y excelente David Niven, mientras June es Kim Hunter (que ganó un Oscar en Un tranvía llamado deseo) y vimos también en El planeta de los simios, aunque irreconocible como la chimpancé Zira que defendía al terrícola Charlton Heston. Hay también muchos actores ingleses como Raymond Massey, Roger Livesey, Kathleen Byron (la mala de Narciso Negro) o Richard Attenborough. A partir de ahí se desarrolla esta historia ciertamente fantasiosa, con increíbles e imaginativos escenarios, de escaleras infinitas, anfiteatros inmensos llenos de otros aviadores (acaso difuntos) que quieren asistir al juicio de su compañero, un paraíso como una celosía con grandes agujeros, por donde se asoman bandadas de ángeles, otros momentos en los que el tiempo se para, y unos amores en doble plano (terrenal y celestial) de los protagonistas...
Mientras, en la vida real, en la tierra, un equipo de médicos -junto a June- luchan por salvar la vida del piloto, ignorantes de que hay un tribunal en el cielo que también entra en el juego de "a vida o muerte" de este ser humano. Además, tanto en un estatus como en otro, aparece una especie de personaje burlón, un abogado del diablo ataviado con ropas de época (Marius Goring), que parece escapado de Las zapatillas rojas. En un tono siempre refinado y cultista, con una extraordinaria fotografía de un mago como Jack Cardiff -que salta de un fuerte colorido al blanco y negro, o escenas empastadas en azul o amarillo-, todo se combina con una cambiante música de Allan Gray, según ponga banda sonora a las secuencias terrestres o a las interestelares.
Bueno, y ya es hora que aclaremos quién o quiénes son los responsables de esta película dual, de este maravilloso embrollo (que en algún momento puede confundir al espectador). Pues son esa pareja de realizadores ingleses que se inventaron el apodo de The Archers (Los Arqueros) y lo sabemos desde los primeros fotogramas con su diana multicolor, como presentación, con numerosos dardos clavados con acierto en sus círculos de colores. Con una veintena de largometrajes rodados en común (y habitualmente escritos también los guiones) Michael Powell y Emeric Pressburger prestigiaron al cine de las islas, con unas películas a su aire, a contracorriente de lo que se hacía en otras partes de Europa o no digamos en Hollywood. Esta A vida o muerte hace el número diez de su filmografía y es posiblemente su primer film a la altura de su mejor etapa, antecediendo a la admirable Narciso Negro, etapa que culminarían y cerrarían con Las zapatillas rojas y Los cuentos de Hoffman. Ambos rodaron también notables cintas por separado, pero quizás sin la magia de estos años de gloria en común.
Terminamos con un dato curioso (como tanto nos gusta): en esta película en el apartado de Decorados y Dirección Artística figuran nada menos que siete responsables, siete, lo que no deja de ser fuera de lo normal al no ser una costosa superproducción de muchos millones, ni estar inscrita en el género de los musicales, ni grandes novelas famosas o grandes epopeyas bélicas, y encima no es ni de egipcios... ni de romanos. Eso nos da una idea de lo laborioso y arduo que debió ser el vestuario, la maquetación y construcción de tantos imaginativos decorados para dar cobijo a esta historia indudablemente compleja y original. Y todo ello sin Marvel, ni DC ni los efectos digitales de por medio, que tenemos ahora... En fin, verdaderamente milagroso.
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