Esta película está disponible en el catálogo de la sección Cine de la plataforma Movistar+.
Disney, desde el éxito comercial (y crítico) de Alicia en el país de las maravillas (2010), ha dado en rehacer sus clásicos infantiles de dibujos en lo que los anglosajones llaman “live-action”, algo así como “acción en vivo”, aunque sería más apropiado hablar de “con actores de carne y hueso”, aunque también es cierto que la participación de los expertos en CGI, los efectos digitales (para la ocasión, animación en 3D) es primordial en todos ellos. Así, entre otros, hemos asistido en los últimos años a las nuevas versiones de un buen número de clásicos: El libro de la selva (2016), La bella y la bestia (2017), Cenicienta (2015), Maléfica (2014), reboot más o menos libre de La bella durmiente, que ya ha tenido, a su vez, hasta una secuela, Maléfica. Maestra del Mal (2019); El rey león (2019), Dumbo (2019)... hasta esta Aladdin (2019), en un flujo de versiones que no parece tener fin; aunque lo tendrá, claro, cuando se agote el catálogo de los clásicos.
Pero lo cierto es que, en general, las nuevas películas con las que la Casa del Ratón ha rehecho sus viejos clásicos, son, en general, inferiores a sus originales, en ocasiones incluso muy inferiores, como el Dumbo que un Tim Burton con el piloto automático perpetró sobre la inolvidable película del elefantito de orejas gigantescas.
Aladdin (2019) no es una excepción. Aladdin (1992), dirigida por Ron Clements y John Musker, estaba hecha en el raro estado de gracia que tenían los animadores y directores disneyanos en los años noventa, encadenando uno tras otro éxitos comerciales y a la vez películas estupendas.
La historia es, en términos generales, similar a la que narraba el original de los noventa. Aladdin es un raterillo que se busca la vida con su mono Abú en la ciudad árabe de Agrabah, en los tiempos de los Cuentos de las Mil y Una Noches; la ciudad está gobernada por un sultán cuyo valido, el visir Jafar, lo tiene bajo su control gracias a cierto artefacto mágico. A la hija del sultán, Jasmine, le gusta mezclarse entre la población, como si fuera un sirvienta, para conocer de cerca los problemas de su pueblo. Por ley, está destinada a casarse con un príncipe, que será quien heredará el reino (se ve que lo de la Ley Sálica no era exclusivo de las monarquías europeas...). Cuando conoce a Aladdin, al raterillo le gusta la chica, pero a esta le resulta estomagante el tono un tanto sobrado del muchacho...
Lo cierto es que, sin ser una mala película, porque se deja ver con agrado, con una historia razonablemente hilvanada (aunque en puridad es la misma que ya nos contaron hace más de un cuarto de siglo, “aggiornada” con un cierto toque feminista, acorde con los tiempos), esta nueva versión de Aladdin, como hemos comentado, resulta inferior a la primera, más sencilla pero no por ello más endeble: al contrario, en aquella obra primigenia era constante la gracia, la frescura, el ritmo narrativo, la conjunción de personajes; porque el genio al que ponía voz Robin Williams (y en cuya tremenda capacidad histriónica se inspiraron los animadores para configurarlo como dibujo) era poliédrico, polimorfo, siempre divertidísimo; hay que reconocer que el que hace Will Smith no está mal, es personal y gracioso, pero no llega a Williams. Pero el caso más clamoroso es el del villano Jafar, que en la cinta original era de lo mejor de la película, un personaje en la estela de los grandes villanos de Disney, espléndido en su maldad, en su crueldad sin límites, con una caracterización que ya, de entrada, te lo presentaba sin ambages como el perverso tipo que era, mientras que en esta nueva versión, con la cara del actor tunecino-holandés Marwan Kenzari, no transmite en ningún momento la villanía, la felonía, la impiedad absoluta que exudaba el rol original; incluso físicamente el actor no da el papel, pareciendo un tipo corriente y moliente, sin la remarcada personalidad malévola del torvo visir primigenio. Tampoco las nuevas canciones que se interpretan resultan entonadas, aunque sí las antiguas, que se vuelven a cantar y siguen siendo igual de buenas.
No nos parece tampoco que el cineasta inglés Guy Ritchie fuera el más adecuado para dirigir esta nueva versión. Especializado el exmarido de Madonna en peculiares films sobre gánsteres británicos, el universo de esta Arabia de cartón piedra, de las Mil y Una Noches, no casa demasiado con sus intereses artísticos, así que debe entenderse como el encargo que es, que él ha manufacturado aseadamente pero sin más. La trasposición actualizada de los escenarios arabizantes del cine exótico de los hermanos británicos Alexander y Zoltan Korda, con su protagonista Sabú, que es la referencia en dirección de arte que evidentemente se ha utilizado, tampoco tiene mucho que ver con Ritchie, que es más “millennial” (aunque tenga ya más de cincuenta “tacos...). Se ve que le han interesado más algunos alardes técnicos, como el larguísimo plano secuencia inicial en movimiento, pero el resto es pulcro, aseado pero sin alma.
En cualquier caso, Aladdin (2019) queda como un producto agradable de ver, con bastante más carga musical que su predecesora, con menos gracia en el genio y mucha menos mala leche en el villano, pero que resulta, evidentemente, un entretenimiento simpático, bien narrado... aunque del que, cuando se acaba, nada queda...
(24-03-2020)
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