Claude Miller (París, 1942 – Ib., 2012) fue un componente tardío de la Nouvelle Vague: entre 10 y 12 años más joven que la tríada fundamental del movimiento, Godard, Truffaut y Chabrol, y más de 20 con respecto a Rohmer, la “cuarta pata” de la mesa de la Nueva Ola francesa, Miller empezó como ayudante de dirección o director de segunda unidad, aunque lo hizo a las órdenes de gente de la que a buen seguro aprendió mucho: Bresson, Demy, el propio Godard. Cuando comenzó a dirigir, a mediados de los setenta, llamó la atención con La mejor manera de andar (1976), notable acercamiento al tema de la homosexualidad desde una perspectiva diferente, lejos de los tratamientos típicos de la época, que tendían a la ridiculización o la demonización. A partir de ahí desarrolló una obra muy interesante, compuesta por 15 largometrajes de ficción más algunos cortos y documentales, en una carrera que, desde que comenzó a dirigir largos, se extendió durante 36 años, por lo que no se puede decir que su filmografía fuera prolífica.
Y es que el cine de Miller era cualquier cosa menos estándar, menos “normal”. Sus películas no se parecían en nada a lo que se hacía en su tiempo, y eso tenía cosas positivas (ser saludado como el creador impenitente que fue), pero también negativas (la respuesta del público medio, acostumbrado a otro tipo de cine, no siempre fue la mejor posible). En su carrera hay varios títulos ciertamente remarcables, desde Arresto preventivo (1981) a La pequeña ladrona (1988), pasando por su última película, la sensible Thérèse D. (2012).
También Anuncio de muerte es una película más que interesante: inicialmente planteada como un thriller, pronto vemos que la adscripción genérica se queda corta; porque en el fondo el film de Miller es, sobre todo, un drama, un drama paternofilial, real o imaginario. La historia arranca con el protagonista, un detective apellidado Beauvoir, aunque todos los que le conocen con familiaridad por el apodo de “El Ojo”; su mujer, que le abandonó años atrás con una hija, le ha entregado una foto donde se ven unas 40 colegialas: una de ellas es su retoño, pero no le dice cuál; Beauvoir prueba suerte, pero al fallar, ya no podrá preguntar más hasta el siguiente año. Entre tanto, en su trabajo le encargan indagar sobre la novia de un rico heredero, de la que los padres de este sospechan es una cazafortunas. Cuando “El ojo” empieza a investigar a la chica, da en pensar que podría ser su hija, esa hija que jamás conoció...
En efecto, Anuncio de muerte es, esencialmente, la historia de una obsesión, la de un padre que no conoció a su hija y que cree, seguramente de forma infundada, que la persona a la que tiene que investigar es esa desconocida, lo que le moverá, de manera impulsiva, a intentar protegerla cuando la joven resulta ser una auténtica mantis religiosa que mata a sus novios ricos tras “follar cantando la Paloma”, como dice el protagonista. Así, “El ojo” se convierte en la sombra de la supuesta Marie, e irá limpiando los desmanes de esta en sus sucesivos romances, con ricos herederos, pero también con chicas sin un céntimo, declarándose la coprotagonista como una mujer pansexual.
Así las cosas, Beauvoir sigue a la supuesta Marie por diversos destinos: Montreal, Marrakech, Roma... Solo cuando la chica parece haberse enamorado de verdad, de un ciego, “El ojo” se sentirá rabioso de celos y actuará en consecuencia, envidioso de que otro disfrute del cariño al que él no tiene acceso. La chica, que a su vez refleja la ausencia de una figura paterna, fantasea con cada uno de sus amantes haciendo que su progenitor sea cada vez una cosa distinta, dispar. Ambas carencias cruzadas deberían estar destinadas a entenderse, a conocerse, aunque tal vez eso no sea posible.
Con magníficos diálogos del maestro Michel Audiard (auxiliado por su hijo Jacques, en uno de sus primeros guiones), a veces transidos de poética amargura, Miller nos muestra, con notable creatividad visual y gran capacidad cinematográfica, esta historia preñada de melancolía, la de un hombre que no pudo conocer, ver crecer, disfrutar de su hija, y que, como Don Quijote veía gigantes donde solo había molinos, da en creer que aquella Landrú con faldas a la que tiene que investigar es ella, la hija que nunca pudo encontrar. Película teñida de una suave ironía, con cierto tono de comedia inteligente, muy sutil, es patente un cinismo soterrado, en una historia con evidentes toques surrealistas, en cualquier caso en una clave de marcado corte no realista. Film adelantado a su época, es muy desprejuiciado, no hay bien ni mal, solo la obsesión por recuperar a la hija pródiga, cueste lo que cueste, sin cargo de conciencia alguno, si siquiera seguridad de que, en efecto, la supuesta hija sea la hija real.
Beauvoir será a la vez demiurgo y marioneta, demiurgo porque pastorea la historia conforme a sus intereses, pero marioneta porque la presunta Marie, en el fondo, y sin saber de él, hace de “El ojo” lo que quiere. Con un pre-final que recuerda al que posteriormente rodaría Ridley Scott para Thelma y Louise, y un bellísimo, tristérrimo final en el que Beauvoir tendrá que pagar un altísimo precio por “entrar en la foto” de su hija, Anuncio de muerte es un peculiar, extraordinario “polar”, irisado de drama paternofilial, o quizá viceversa.
Al frente del reparto, Michel Serrault está tan bien como siempre: no imaginamos otro “El ojo” mejor que este dúctil actor. Isabelle Adjani es una muy plausible antagonista, en uno de los trabajos de su primera época, cuando se ponía a las órdenes de los mejores (Truffaut, Polanski, Herzog, Téchiné, Ivory, Zulawski...), antes de perderse en productos mediocres de poca entidad a partir del siglo XXI.
(11-07-2021)
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