ESTRENO EN PRIME VIDEO.
En los últimos tiempos, y en concreto en el universo de las series, parece haber un especial interés por las historias que se suceden dentro de la Policía Nacional. Así, hemos visto en los últimos años al menos un par de estas series ciertamente relevantes, significativas, como son La Unidad, de Dani de la Torre y Alberto Marini, y, sobre todo, la magnífica Antidisturbios, de Rodrigo Sorogoyen e Isabel Peña. Lo cierto es que esta Asedio nos parece muy claramente influenciada por este último título, del que toma no solo el cerrado microcosmos de un grupo de policías nacionales adscritos al tema de los desahucios, sino también la denuncia de comportamientos deshonestos por parte de algunos de sus componentes y, en lo formal, un obvio gusto por la filmación a base de largos planos secuencia de complicada coreografía.
En nuestros días, en una ciudad indeterminada (la película ha sido rodada concretamente en la población de Parla, a unos 25 kilómetros de Madrid). Vemos a Dani, una agente de Policía Nacional, novata, que ha sido adscrita a un grupo de intervención que ha de realizar un lanzamiento (eufemismo utilizado oficialmente para los desahucios) en un barrio conflictivo. Tras una entrada en el edificio muy traumática, con fuerte resistencia de los moradores de la zona (en su mayoría personas de etnia africana o asiática, generalmente inmigrantes), Dani se encuentra, detrás de un armario, una muy importante cantidad de dinero; tras dudarlo, finalmente se lo guarda enrollándolo alrededor de su cuerpo, por debajo del uniforme; pero en ese momento llegan a la estancia varios de sus compañeros y el dueño del lugar, así que Dani se esconde en una especia de agujero practicado en la pared; desde esa madriguera, la agente escucha cómo sus compañeros vienen a presionar al tipo para que les pague lo que supuestamente les debe, en lo que parece una especie de protección mafiosa por parte de esos supuestos servidores de la ley... aterrada por lo que está viendo, Dani comienza a grabar con su móvil la escena...
Tiene Miguel Ángel Vivas (Sevilla, 1974) muy buena mano en esto de filmar; ya nos habíamos percatado en algunos de sus seis largometrajes anteriores, como Reflejos (2002), Extinction (2015) y Tu hijo (2018), que nos encontrábamos ante un cineasta estiloso, de la estirpe de los buenos creadores audiovisuales. Aquí, como para corroborarlo, Vivas nos ofrece una notabilísima panoplia de planos secuencia rodados con virtuosismo, en un pandemónium en el que su cámara bucea en un premeditado desorden, en larguísimos planos sin cortes que siguen, e incluso persiguen, a su protagonista y al resto de los personajes, en lo que parece un caos pero no es sino producto de una exacta planificación, de una organización milimétrica, de un rodaje que se adivina ha tenido que ser un auténtico infierno para que todo cuadrara a la perfección.
Dicho esto, y una vez que nos hemos hecho lenguas de la exquisitez fílmica de Vivas, nos parece que, por el contrario, la chicha de la película resulta claramente inferior a la virtuosidad, a la formidable clase de la puesta en escena. De esta forma, apenas sabemos casi nada de la protagonista, Dani, más allá de que tiene una madre anciana con problemas de senilidad (hermosa, tremenda la escena inicial con la progenitora musitando, repitiendo algunas palabras del estribillo de una canción popular, perdida en el dédalo de su mente desnortada...), y poco más: es novata en el cuerpo, según dicen en algún momento, pero tampoco sabemos a qué vienen algunos roces inexplicados con los compañeros, antes de que decidiera no mirar para otro lado y armarse de pruebas para denunciar la actuación criminal de sus colegas. Casi todo se va en las carreras de Dani por el edificio, pasillo arriba, pasillo abajo, escaleras, ascensor... La carga de adrenalina, desde luego, está bien conseguida, pero nos parece que no es el caso del mensaje del film, bastante diluido, y que se centraría en el prólogo africano, con esa madre que le habla a su hijo de que él era uno de los dos bebés en la patera, y que salvó la vida por callar... un niño sabio desde la cuna; y en el epílogo, cuando retomamos a esa madre (una auténtica Madre Coraje) y a ese bebé, ya crecidito, para acabar en una doble salida: la del crío, la esperanza en un futuro mejor, y la de Dani (que habrá de expiar su delito, la tentación de quedarse con lo que no era suyo) y la de la madre, el sacrificio absoluto, sin fisuras, por un bien mayor.
Pero, como decimos, nos parece insuficiente, poco contenido para 100 minutos fundamentalmente de acción, que cumple su objetivo de electrizar al espectador, sin duda, pero sin que ello conlleve un mensaje de cierta enjundia, que es a lo que nos parece que aspiraba el film de Vivas.
Natalia de Molina, como siempre, espléndida: aún no la hemos visto en una sola película, aunque no tenga personaje “con carne” (que más de uno ha tenido que afrontar...), en la que la linarense no esté eximia. Aquí sufre como la que más, en un rol que le ha debido exigir muchísimo físicamente, a lo que ella se presta con todas sus energías, entregándose absolutamente, como siempre. El resto la verdad es que queda opacado por su apabullante interpretación; en todo caso citaremos a la actriz beninesa Bella Agossou, muy bien en su papel de madre protectora, una leona para su cachorro.
(09-05-2023)
100'