CINE EN SALAS
[Con motivo del treinta aniversario del estreno de esta película, se repone con todos los honores en las salas de cine españolas. Aquí recuperamos su crítica]
Krzysztof Kieslowski es un director polaco, ahora afincado en Francia, al que parecen no gustarle las obras aisladas y en solitario. Así, saltó a la fama concibiendo un Decálogo con sus correspondientes diez entregas densas, dramáticas y de lejanas reminiscencias. Luego estrenó La doble vida de Veronika, que eran dos historias, dos protagonistas, dos películas en una.
Y ahora, tras el doblete, la trilogía. Porque Azul es la primera entrega de Tres colores, un fresco contemporáneo con el que Kieslowski pretende simbolizar el azul, el blanco y el rojo de la bandera francesa, representando la libertad, la igualdad y la fraternidad, respectivamente, en tres cintas rodadas en París, Varsovia y Ginebra. Y aunque todo este planteamiento suena un poco traído por los pelos y de un europeísmo cultista y de un refinamiento de salón, hay que reconocer que con Azul, al menos, su autor ha logrado la obra más madura y redonda hasta ahora de su carrera.
La historia de Julie, esta mujer hermosa y hermética que ha de rehacer su vida tras el accidente que mata a su esposo y a su pequeña hija, está narrada con densidad y emoción, quizás un punto solemne y con afán de trascendencia.
Pero lo que más vale en Azul son los detalles: las miradas oblicuas de una magnífica Juliette Binoche, la premonición de las gotas de aceite en el automóvil antes del accidente, los exteriores fugaces de un París con reminiscencias del Tango de Bertolucci, el rasgueo de una pluma en la partitura musical, las figuras aisladas en estancias y apartamentos vacíos, la amante insospechada que recibirá un hijo del ya muerto marido, la vieja lamparita infantil en cristal azul, las mil y una tazas de café, las ráfagas dramáticas en la música de Preisner… En fin, todo un mundo complejo y matizado, difícil y sensible, como la solitaria libertad de esta mujer.
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