Laureado con la Palma de Oro en Cannes, el nuevo filme de Lars Von Trier confirma el inconmensurable talento de un autor que hizo cine extraño y preciosista con El elemento del crimen y Europa, para romper después con las formas a través de Rompiendo las olas y sobre todo Los idiotas. Pero Bailar en la oscuridad, afortunadamente, huye de la vaina de Dogma-95 y sus corsés, para, manteniendo apenas alguno de sus mandamientos ("la cámara debe moverse como si el operador tuviera el mal de San Vito", podría ser su traducción al román paladino), llevar hasta sus últimas consecuencias el melodrama, o lo que lo mismo, el drama musical, pues ése es el significado literal de esa palabra.
Argumentalmente muy impactante, con la historia de una mujer emigrante en USA, casi ciega, que ahorra todo su dinero para operar a su hijo y evitar así su ceguera adulta, arrastrada por una espiral de violencia que la llevará hasta la muerte, Von Trier no se conforma con contarnos lo que parece un dramón en estado químicamente puro, sino que, dando una vuelta de tuerca, convierte su tragedia en un bellísimo musical, un poco en la línea del Siempre hace buen tiempo americano o del Los paraguas de Cherburgo europeo, un musical amargo y tristísimo que reivindica, sin embargo, el poder de la imaginación y de la construcción de mundos paralelos que rediman de la dureza cotidiana; la suprema abnegación del personaje protagonista pondrá el corolario de este filme al que sólo le separa de la perfección más absoluta esos ligeros escarceos que su director todavía se permite con los mandamientos de Dogma-95. Si Trier hubiera decidido dejar la cámara quieta y la imagen no fuera tan voluntariamente feísta, Bailar en la oscuridad sería una obra maestra incontestable. Aún así, su altura supera, con creces, la de prácticamente todo el cine estrenado en este año, conformando una obra de una densidad e intensidad asombrosas.
Von Trier ha contado con una colaboración absolutamente indispensable: Björk es, ya, cinematográficamente hablando, su personaje Selma, al que confiere su fragilidad y (paradójicamente) su fuerza interior, y además dota al filme de una banda sonora bellísima, unas canciones que dan forma cabal al tono melancólico y pleno de saudade de una mujer en el ojo del huracán, en un mundo de sombras que sueña despierta con una realidad preñada de música.
Bailar en la oscuridad -
by Enrique Colmena,
Jan 01, 2000
4 /
5 stars
Suprema abnegación
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