Pelicula:

Felix Van Groeningen es un cineasta belga (obviamente flamenco, dado el apellido, y no digamos su ciudad natal, la Gante que fue española cuando Flandes lo era, hace algunos siglos) con una filmografía asaz peculiar. No se puede decir que haya en su obra una línea fundamental, si no es, en todo caso, cierta querencia por los personajes disfuncionales, bien con desequilibrios de personalidad, como The misfortunates (2009) o zarandeados por la realidad, como en Alabama Monroe (2012), por no hablar de los viejóvenes que no quieren abandonar a Peter Pan, como en Dagen zonder lief (2007).

Con Beautiful boy da el salto al cine norteamericano, deseoso siempre de incorporar nuevos talentos, aunque lo cierto es que, a la vista del film, este talento sea bastante relativo. La película se basa en los libros autobiográficos Beautiful boy: A father’s journey through his son’s adicction, de David Sheff, y Tweak: Growing up on methamphetamines, de su hijo Nic Sheff, ambos publicados simultáneamente en 2008 en Estados Unidos, en los que se narraba, con la perspectiva de cada uno de ellos, la tragedia de este padre y su hijo drogadicto, la lucha permanente del progenitor por intentar sacarlo del pozo de la adicción a la metafentamina, al parecer la peor de las drogas a la hora de intentar desengancharse.

Desde un punto de vista familiar o paternofilial, Beautiful boy es una película ciertamente encomiable, que habla, más que de la adicción a la droga, del amor omnímodo, incondicional, ilimitado, de cualquier padre o madre hacia su hijo, un amor absoluto, que lo llena todo y lo barre todo, sin tasa ni freno. Desde el punto de vista humano, entonces, chapó para este film que escenifica congruentemente ese amor más allá de toda razón, de toda lógica, de toda comprensión. Pero (ah, esa conjunción adversativa, tan perversa) esto es cine, y en cine no basta con escenificar un sentimiento, sino que hay que hacer cine, aunque parezca una perogrullada. Y de eso, me temo, no está sobrado este Beautiful boy, excesivamente pendiente de mostrar el amor del padre y, en alguna medida, el del hijo, a pesar de que este, preso de las drogas que lo han hecho su esclavo, tenga brutales accesos de renuencia cuando el “mono” aprieta, cuando el deseo de meterse cualquier cosa por boca, vena o nariz lo supera todo, lo borra todo.

El film está montado en su primera parte a base de escenas de gran dureza, cuando el chico está en el trance de necesitar un nuevo chute, seguidas inmediatamente de otras en las que se describen los buenos momentos de la pareja de padre e hijo, momentos idílicos en la relación paternofilial, hasta el punto de que llega un momento que ya sabemos que, tras una escena del chico recayendo en el mundo de las drogas, con sus efectos colaterales (mentira, robo, furia, huida...), tendremos a los dos disfrutando de algunos pasajes de su vida en común en la que fueron, a pesar de todo, felices. No hay una verdadera progresión dramática, ni narrativa, sino la yuxtaposición de escenas de signo opuesto, para enfatizar quizá la impotencia con la que el padre asistirá a la espiral de degradación y devastación de su vástago.

En un momento dado de esa recurrente intermitencia entre dolor y gloria (si me permiten la expresión, tan almodovarianamente oportuna), se oye en la banda sonora aquella bella canción, Sunrise, Sunset (“Amanecer, Ocaso”), perteneciente al “score” de El violinista en el tejado (1971), que define perfectamente esa continua muestra de felicidad y tristeza que caracteriza a los dos primeros tercios del film, una montaña rusa de emociones en la que tan pronto estamos en el cénit como en el nadir, arriba y abajo, exultante o insultante.

En el último tramo del film esa alternancia entre momentos duros y gozosos dejará lugar al previsible descenso al infierno, ciertamente de gran dureza, si bien entendemos que no termina de mejorar el tono del metraje anterior, como si lo único que interesara a Groeningen, como queda dicho, fuera remarcar ese amor extraordinario, sobrehumano, del padre respecto al hijo.

Habrá que decir, como atenuante, que el proyecto, iniciado en 2008, tuvo varias fases en las que se paralizó, cuando no se suspendió “sine die”, aunque pudo parecer incluso que el latinajo más apropiado fuera “ad calendas graecas”... Finalmente puesto en imágenes por el cineasta flamenco, este no quedó nada satisfecho con el montaje final, por lo que requirió los servicios de su editor habitual, Nico Leunen, a pesar de lo cual, me temo, el resultado no es todo lo satisfactorio que hubiera sido de desear.

Con una costeada producción de Plan B, la productora de Brad Pitt, con un presupuesto (25 millones de dólares) bastante apañado si tenemos en cuenta que es una película sin estrellas, ni múltiples localizaciones, movimientos de masas ni efectos especiales, Beautiful boy se ha visto perjudicada además por el estreno en el mismo año de un film de temática similar, El regreso de Ben (2018), que se beneficiaba de la presencia de una estrella como Julia Roberts, de evidente mayor tirón que Steve Carell, que sin duda hace un gran trabajo, pero no tiene el gancho comercial de la oscarizada protagonista de Erin Brockovich (2000). Por su lado, Timothée Chalamet se confirma como la estrella emergente de su generación, en una trayectoria ascendente que incluye, tan joven, títulos tales como Interstellar (2014), Lady Bird (2017) y Call me by your name (2017), donde estaba extraordinario, y a la espera del que puede ser el papel que lo lance definitivamente a la fama, el Paul Atreides del Dune que está rodando Denis Villeneuve.


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120'

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Beautiful boy. Siempre serás mi hijo - by , Mar 24, 2019
2 / 5 stars
Amanecer, ocaso