Es curioso como Hollywood realiza últimamente películas bélicas ambientadas en, paradójicamente, misiones de paz. Ya ocurría en Tras la línea enemiga, situado en la Bosnia masacrada por Milosevic, y lo hace ahora en este Black Hawk derribado, narrando la verídica historia de un grupo de comandos USA en la Somalia de 1993, asolada por una cruenta guerra civil, donde los soldados norteamericanos intentarán capturar a dos lugartenientes del reyezuelo Mohamed Aidid. Lo que tendría que haber sido una operación relámpago se convirtió en un infierno, en una (literal) merienda de negros, tanto por una coordinación no precisamente acertada como por circunstancias sobrevenidas que hicieron que la misión se convirtiera en un auténtico caos.
El problema es que el filme de Ridley Scott, realizado con la solvencia sobradamente reconocida en el autor de las míticas Alien y Blade runner, o más recientemente Gladiator, se centra en exceso en las durísimas escenas de guerra (donde no se ahorran mutilaciones y casquerías de todo tipo) y se olvida de sus personajes, de tal forma que apenas hay temblor humano en estos soldaditos no precisamente de Pavía, metidos en un callejón sin salida del que habrán de salir a fuerza de gónadas, como tan habitual es en el género.
Es cierto que la fisicidad de la guerra y la verosimilitud de esta pesadilla recuerdan poderosamente esas mismas virtudes (si así pueden llamarse) de Salvar al soldado Ryan, pero también es verdad que en ningún momento se logra el aliento humanístico de la película de Spielberg. Queda entonces un producto muy correcto, que hace contener con frecuencia el aliento por sus imágenes de gran impacto, pero que no llega a conmover nunca. Y eso, hablando de cine bélico en el siglo XXI, es un grave defecto...
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