Pelicula:

ESTRENO EN FILMIN.


La pederastia es un tema lacerante del que la sociedad actual, en su inmensa mayoría, abomina. No siempre fue así, es cierto, y, por ejemplo, en la hoy muy venerada Grecia clásica no solo no estaba mal visto, sino que hasta era de buen tono que los hombres adultos tuvieran un niño como aprendiz, al que educaban no solo en ciencias y artes, sino también en cuestiones eróticas. Pero la sociedad, afortunadamente, ha evolucionado hacia una postura de repulsa hacia esas prácticas. El cine, incluso el clásico, ha tocado el tema de forma espléndida; basta recordar M, el vampiro de Düsseldorf, de Lang, o la hispano-suiza-germana El cebo, de Vajda. Más recientemente el tema recurrente dentro de la pederastia ha sido la denuncia hacia la postura remisa que sobre este aborrecible fenómeno ha presentado, generalmente, la Iglesia Católica, con algunos films notables, como El club, del chileno Larraín, o Gracias a Dios, del francés Ozon. Pero no solo en la religión católica cuecen habas, sino que otros credos también tienen esqueletos en el armario, como se encargaba de desvelar el documental M, de la cineasta francesa Yolande Zauberman, que revelaba prácticas de ese tipo en el seno de la ultraortodoxa comunidad judía. Ello por no hablar de la muy peculiar visión que sobre el tema da la española Mantícora, de Carlos Vermut, una mirada “desde dentro” de un monstruo que no quería serlo.

Viene todo esto a cuento porque el tema de Blanquita es, inicialmente, ese, el de la pederastia y de su denuncia como práctica execrable, pero con una particularidad, que explicaremos someramente (ay, esos “spoilers” en los que no caer...). La acción se desarrolla en nuestro tiempo, en un lugar innominado de Chile. Conocemos a Manuel, sacerdote que está al cargo, desde hace años, de un hogar social infantil en el que recoge niños y niñas para que no vaguen por las calles e intentar darles un futuro. Cierto día uno de esos chicos, Carlos, al que llaman también Oso Blanco, presa de una fuerte crisis psicológica, estalla en el hogar; a partir de ahí nos enteramos de que este chico fue objeto de abusos sexuales por parte de una trama organizada de gente muy poderosa, entre ellos un senador de la nación; también nos enteramos de que su amiga íntima Blanca, a la que todos llaman Blanquita, madre soltera adolescente que vive en el hogar con los otros chicos, fue abusada de niña por su padre y después, siendo aún impúber, se vio obligada a “hacer la calle”. Blanquita, ante la imposibilidad de que Carlos pueda testificar (tiene serios problemas psicológicos que le terminarían de devastar en ese caso), con la complicidad del padre Manuel, decide asumir ella la acusación, como si las vejaciones, abusos, violaciones, etcétera, de las que fue objeto su amigo, hubieran sido ejercidas en realidad sobre ella. Empieza entonces un proceso largo y tortuoso, porque los enemigos del cura y de la joven son muchos y muy poderosos...

Es conveniente aclarar que estamos ante una historia basada en hechos reales, en concreto el conocido como Caso Spiniak, una red de prostitución infantil montada por un empresario, en el que se vieron involucrados varios senadores, y que a principios de este siglo XXI convulsionó a Chile. Sobre ese caso verídico, Guzzoni imagina una historia con elementos comunes y otros inventados, en una historia que habla de cómo los poderes públicos (políticos, económicos, judiciales, clericales...) se amparan entre ellos para que sus miembros queden impunes de sus tropelías. Con un sutil “crescendo” en la presión que los plutócratas y sus socios van ejerciendo sobre la adolescente y el cura en su insobornable cruzada contra la red de pederastia, la clave del arco del film, sin embargo, realmente es otra, en concreto un dilema: ¿es ético mentir para conseguir que la verdad resplandezca y que los malos paguen por lo que han hecho? Si el camino recto es inviable porque supondría un mal humano mayor, ¿cabe recurrir a la denuncia vicaria, a la denuncia por persona interpuesta, que toma el papel del agraviado para hacer justicia por él? Ese dilema moral es, en el fondo, el tema del film, porque el hecho de que el poder se cubra mutuamente las espaldas es algo que ya damos por descontado y sabido.

Nos parece que Guzzoni, en este dilema, está al lado de sus personajes, la chica adolescente que ha sufrido lo indecible pero se presta a ser la figurada víctima en lugar de su amigo del alma, imposibilitado para dar la cara como tal, y el cura, uno de esos sacerdotes mucho más cercanos al pobre, al desheredado de la fortuna, que a la jerarquía eclesial de la que teóricamente depende. Y es que una de las más duras escenas del film será precisamente la tremenda audiencia que el cardenal católico concede al cura Manuel, al que acosará abyectamente para que abandone el tema y deje de “hacer daño” a su amigo el senador; de nuevo los poderosos ayudándose entre ellos, de nuevo los gerifaltes que supuestamente deberían velar por la verdad y por el pueblo de Dios, poniéndose del lado incorrecto, del lado de los malos...

Todo ello en una película hecha con una filmación estándar, sin subrayados, en la que Guzzoni simplemente deja que hablen los hechos, que a veces parecen incluso imágenes documentales, sin serlo. Y es que estamos ante un film seco, sin florituras, solo la tremenda historia de estos chico y chica, abusados desde niños, bien por sus padres, bien por los que pomposamente son llamados padres de la patria, aunque más que padres son hijos (de la gran puta, concretamente...). Con una austeridad como de Bresson, la película retrata dolorosamente las vidas arruinadas por quienes pueden hacerlo, por quienes creen que no tienen que rendir cuentas a nadie por estar por encima del bien y del mal.

Tremenda crónica de cómo el poder, cualquier poder, es capaz de defenderse mutuamente en todas sus formas, de cubrirse para no pagar por sus culpas, la película se cierra con dos momentos clave: uno, la poderosa frase lapidaria del cura a Blanquita, cuando ésta, angustiada, se da cuenta de que su vida, y la de su bebé, corren peligro, y quiere por ello abandonar la causa; el sacerdote le dirá entonces “las buenas mentiras se arman con verdades”, abonando la tesis de que Guzzoni también comparte esa denuncia vicaria, ese fin que justifica los medios, por torticeros que sean estos, cuando lo cierto es que el villano lo es con toda certeza y, de otra manera, se irá de rositas, a pesar de su infamia; y dos, ese último plano del film, esa Blanquita camino de su aciago destino, cuando, de repente, rompe la imaginaria cuarta pared de la película y nos mira a los ojos: es solo un momento, pero qué momento...

Buen trabajo actoral, en especial de la joven Laura López, en su debut ante la cámara (quién lo diría) y, desde luego, del veterano Alejandro Goic, actor fetiche de Guzzoni, en la mayor parte de cuyas películas ha intervenido con papeles relevantes. El film ha sido justamente laureado en certámenes como Venecia y Huelva, que supieron reconocer el valor de este film quizá formalmente no exquisito, pero de un contenido atroz, imprescindible.

(15-05-2023)


 


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94'

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Blanquita - by , Sep 27, 2023
3 / 5 stars
Las buenas mentiras se arman con verdades