CINE EN SALAS
En 2016, en plena eclosión del UCM (Universo Cinemático Marvel), el artefacto inventado por los chicos de Marvel, ya bajo la férula de Disney, la poderosa factoría de cómics produjo un film sobre uno de sus superhéroes menores: fue Deadpool, con un tío en leotardos que era todo lo contrario de sus héroes con mallas; este era rijoso, deslenguado, haciendo chistes constantemente, ambiguamente erotómano, con menos sentido de la solidaridad que Donald Trump y menos escrúpulos que el empresario protagonista de El buen patrón. Las cosas en taquilla le fue muy bien, rozando los 800 millones de dólares de recaudación en todo el mundo, aparte de que, artísticamente hablando, aportó un soplo de aire fresco al viciado universo de héroes psicológicamente traumatizados, etcétera, y nos permitió echarnos unas risas muy saludables. Tan bien fue la cosa que solo dos años después tuvimos nueva ración de héroe cachondo, Deadpool 2 (2018), que de nuevo dio en la diana y prácticamente calcó los resultados comerciales de la primera parte, resultando igual de desternillante.
Así que lo raro es, con los batacazos en taquilla que se está pegando Marvel en los últimos tiempos (Madame Web, The Marvels, Morbius...), hayan tardado tanto en apretar el botón nuclear y poner en pantalla una nueva aventura de su superhéroe más deslenguado y desvergonzado. Aquí está, y lo cierto es que no defrauda: a ver, no estamos ante El séptimo sello (ni nadie se lo pedía), sino ante una comedia de acción que busca, lícitamente, hacer reír al público con sus gamberradas, y en la que se aprecia sobre todo un sentido autoparódico más que notable, incluyendo una constante apelación al metacine, hablando con una guasa poco amable sobre sus prebostes de Fox, de Disney, de Marvel, en la misma línea de atizarle a sus jefes que inauguró Barbie, en la que ponían a caldo a sus mentores de Mattel.
Aquí, además, y como plato fuerte de este tercer segmento de la que se adivina larga saga (que se ha estrenado con casi 450 millones de recaudación en todo el mundo en el primer fin de semana, casi ná...), Marvel recupera a Lobezno, al que había matado en un episodio anterior del UCM (en Logan, concretamente), aprovechando que lo del multiverso lo aguanta todo, hasta el punto de fichar aquí a otro Lobezno (que es, y no es al tiempo, el héroe de adamantio que todos conocemos), en este caso tiene una comedura de coco importante, un poco a la manera del Lord Jim de Conrad (lo que no deja de ser una referencia muy cultista para una serie tan guasona...), atormentado por no haber ayudado a sus colegas mutantes a evitar su extinción (en su universo, que no en otros...). Pues aquí tendremos entonces a este enfurruñado superhéroe enfundado en un traje amarillo que debe haber diseñado alguien poco supersticioso (ya saben que ese color, en el mundo de la farándula, no trae buena suerte desde que Molière murió en escena vestido de tal guisa...), como forzado compañero del superhéroe más rijoso y golfo de Marvel, una mezcla explosiva que, por supuesto, utiliza a fondo el clásico “humor de opuestos”, con una especie de gigantón (que no enanito...) Cascarrabias y el “payaso bocazas con pinta de muñeco sexual”, como definían a Deadpool en el segundo segmento de la franquicia.
La historia (chistes metacinematográficos aparte) se inicia cuando Wade Wilson, alias Deadpool, implora entrar en el UCM, con resultados negativos. A la vista de eso, se dedica a tener una vida normal, con sus amigos, su novia “streaper” (aunque la relación entre ambos está más bien fría, mayormente por parte de ella, que no de él), lo que constituye “su mundo”. Cuando el Sr. Paradox (sí, como el personaje barojiano...) un tío que dirige una sucursal de la AVT (organismo federal encargado de que el multiverso no se escogorcie demasiado), decide ir por su cuenta y cargarse a la familia de Wade como primer paso para cepillarse todos los universos del multiverso, Deadpool tendrá que intentar reclutar a Lobezno (o lo que quede de él) para que le ayude a evitarlo...
Shawn Levy (Montreal, Canadá, 1968), el director, tiene entre sus créditos la serie cinematográfica iniciada por Noche en el museo (2006), y más recientemente se encargó de dirigir parte de la exitosa serie televisiva Stranger Things; es perito, entonces, en todo el tema de efectos digitales, que aquí funcionan muy bien, permitiendo poner en pantalla todas las paridas que se les han ocurrido a los guionistas (Ryan Reynolds, el protagonista, entre ellos, que además ha actuado como coproductor, así que se va a hacer de oro...). La dirección de Levy, como cabía imaginar, no es que sea un dechado de estilismo ni elegancia, ni tampoco se le pedía; se dedica a servir el guion, que ya es buena parte del éxito del film, no tanto en cuanto las peripecias que ocurren sino, sobre todo, en cómo se plantean a nivel verbal, con esa cháchara permanente de Deadpool que, sin embargo, no cansa, de lo disparatada y satírica que resulta, y no digamos de su fricción con el permanente cabreo depresivo de Lobezno.
Así las cosas, el nuevo episodio de la franquicia, ciertamente, no pasará a ninguna Historia del Cine, ni falta que le hace; en pelis como esta nos conformamos (como es el caso) con que nos permita reírnos a mandíbula batiente con sus muchos disparates, con sus salidas de tono cada vez más delirantes, con sus personajes secundarios que dan un juego tremendo, como esa legión de “deadpools” que habitan el llamado Vacío (una especie de purgatorio del UCM), a cada cual más majara, según su especialización.
A Reynolds y a Hugh Jackman se les pide, por supuesto, que interpreten sus personajes, y ambos lo hacen a la perfección, ya tan interiorizados (sobre todo Jackman, que es la décima vez que lo encarna...). Del resto nos quedamos con Emma Corrin, una actriz inglesa que saltó a la fama hace unos años al interpretar a Lady Di en The crown, aquí en un personaje muy, muy diferente, nada menos que la melliza de Charles Xavier, el mentor de los X-Men.
(01-08-2024)
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