Podría decirse que la idea primigenia de esta laureada serie británica, The crown, está en sendas obras de su creador, Peter Morgan: en primer lugar, en el film The Queen (La Reina) (2006), dirigido por Stephen Frears, de cuyo guion fue autor Morgan, que trataba el delicadísimo momento para la monarquía inglesa que tuvo lugar en 1997 tras el shock nacional por la muerte en accidente de tráfico de Lady Diana, princesa de Gales, cuando la reina Isabel II y toda la familia real no supo estar, inicialmente, a la altura de los trágicos sucesos; y en segundo lugar, en la obra teatral The audience, estrenada en 2013 en el Gielgud Theatre de Londres, que fantaseaba sobre el contenido de las audiencias reales de la reina Isabel a los sucesivos primeros ministros que ha tenido a lo largo de sus (cuando se escriben estas líneas) 69 años de reinado.
Con esos antecedentes, parecía claro que había una sabrosa historia por contar: ahí es nada, la historia del reinado de Isabel II Windsor, nacida en 1926, ascendida al trono del Reino Unido en 1952, donde se mantiene hoy día, cuando escribimos, casi siete décadas después. Era evidente que ahí había una historia de lo más jugosa, máxime cuando la actual familia real británica ha sido pródiga (en realidad, “sigue” siendo pródiga: véase el reciente “affaire” de la desafección del príncipe Henry y su mujer, Meghan Markle, del clan familiar) en la generación de acontecimientos de todo tipo: históricos, políticos, diplomáticos, económicos... pero también humanos de toda laya, como corresponde a cualquier grupo familiar, acrecentado por la evidente importancia de este ancestral clan de “royals”.
Con esa base histórica, Morgan ha armado un ciertamente fascinante juguete dramático, en el que se conjugan los hechos reales con otros en los que el dramaturgo y guionista ha fantaseado sobre lo que pudo haber ocurrido cuando no se pueden documentar fehacientemente. Por supuesto, las productoras han insistido reiteradamente en que The crown no pretende reflejar la historia fiel de la familia Windsor desde la llegada (realmente un poco antes, desde la boda de la entonces Lilibet en 1947) de Isabel II al trono, sino que es una aproximación al clan real con muchos elementos de ficción que se apoyan en hechos reales y acreditados.
The crown se compone de un total de 6 temporadas, a razón de 10 capítulos cada una de ellas; ciertamente, todas esas temporadas se pueden calificar como modélicas desde un punto de vista fílmico, con independencia de que haya inexactitudes históricas: esto no es un libro de texto, sino una obra de arte, y en ese sentido, The crown es un prodigioso relato sobre la vida y la obra de una mujer que no quería ser reina, pero que lo fue al considerarlo su ineludible deber. Pero, claro está, la serie no tiene vocación de turiferaria de la monarca, sino que juega hábilmente con valores positivos y negativos no solo en ella, sino en todos aquellos que han estado en su periferia durante un tan dilatado período de tiempo: sus familiares cercanos, como el príncipe de Edimburgo, su esposo, retratado aquí como un hombre que se sentía humillado por ser siempre un segundón con respecto a su mujer, pero también un mujeriego y un hombre dado a la buena vida; su hermana, una mujer frustrada, envidiosa del papel de la reina, rol para el que se sentía más preparada que Isabel; los hijos, empezando por Carlos, el heredero, aquí pintado como un hombre pusilánime, celoso del brillo de esposa, Lady Di, y a su vez enamorado hasta las trancas de la mujer que no podía ser suya; los primeros ministros, algunos tan pagados de sí mismos (pero que hicieron magníficamente su trabajo cuando fue necesario) como el viejo Churchill, pero también con conciencia social, como el laborista Harold Wilson, o de ideas fijas nivel Diez Mandamientos, como la baronesa Thatcher.
Filmada impecablemente, como tan bien sabe hacer el audiovisual británico este tipo de dramas de época; jugando con sabiduría con elementos históricos y otros de corte sentimental o emocional; actuando ambiguamente sobre la consideración de la monarquía, con aspectos negativos y positivos, The crown nos parece una de las series más antológicas de los últimos tiempos, histórica y ahistórica a la vez, amenísima siempre, con una narración perfecta y una sutil aproximación a los “royals” que los convierte en seres de carne y hueso: quizá la familia real británica no sea así, pero, quizá también, deberían serlo...
Gran despliegue técnico y artístico; en el apartado interpretativo, Claire Foy, Olivia Colman e Imelda Staunton son unas excelentes reina Isabel joven, de edad mediana y anciana, respectivamente. El resto se desenvuelve con gran corrección, en algunos casos de forma excelsa, como el norteamericano John Lithgow componiendo un magnífico Churchill, o un Charles Dance cuya mirada hipnótica conviene tan bien a un Lord Mountbatten anciano, un hombre casi más poderoso que la propia reina, y que terminaría reventado por una bomba colocada por el IRA. La también yanqui Gillian Anderson, sin embargo, nos pareció un tanto sobreactuada como la “premier” Thatcher, a pesar de lo cual ganó un Globo de Oro por su labor como la célebre “dama de hierro”.
La quinta temporada se enmarca en los años noventa, quizá la década más complicada en el reinado de Isabel II. Los diez capítulos que la componen tratarán de algunos de los hechos que saltaron a las páginas de los diarios e informativos de todo el mundo, como las famosas grabaciones eróticas telefónicas entre Carlos y Camilla (en la que, entre otras calenturientas lindezas, el entonces Príncipe de Gales le expresó el deseo de “ser un tampón dentro las bragas de su amante”), pero también de su entonces inevitable proceso de separación entre Carlos y Diana, así como el famoso discurso de la reina sobre su “annus horribilis”, el posterior idilio entre Lady Di y el médico pakistaní Dr. Khan, y la entrevista con la Princesa de Gales que un periodista de la BBC consiguió, mintiendo como un bellaco, para que Diana expusiera ante todo el mundo sus problemas conyugales (el famoso “en mi matrimonio éramos tres, una multitud”), lo que supuso una bomba en la monarquía y en el país, para terminar “en punta” augurando el encuentro entre Lady Di y Dodi Al Fayed que marcaría el inicio del idilio entre ambos y, a la postre, el fin de los dos.
Esta quinta temporada mantiene los mismos estándares de calidad de las cuatro anteriores: exquisita factura formal, manteniendo incólume el nivel de toda la serie, con elegante puesta en escena, muy BBC (aunque no intervenga la famosa televisión pública británica en la producción), y actualizando los intérpretes de los personajes principales, para no incurrir en el generalmente lamentable espectáculo de ver a actores y actrices jóvenes caracterizados para parecer (casi siempre sin suerte...) viejos. Imelda Staunton es una muy plausible Isabel II sexagenaria, aunque es cierto que físicamente no se parece demasiado. Dominic West compone un Carlos de Inglaterra ciertamente tirando a odioso, prefigurando quizá los ya famosos problemas del nuevo rey de la Gran Bretaña con las plumas estilográficas... Elizabeth Debicki tiene un notable parecido con Lady Di, y su composición es excelente como tal, si bien su enorme estatura (más de 190 centímetros) juega en su contra.
La sexta temporada es definitivamente la última, aunque, dados los hechos acontecidos, como los problemas de la familia real con el príncipe Enrique y su mujer, y no digamos la muerte de Isabel II, convertida en la monarca más longeva en la Historia del Reino Unido, más posteriormente la coronación de Carlos III, su enfermedad, y la de Kate Middleton, ambos con cáncer, podrían haber prolongado perfectamente la serie una temporada más.
Esta sexta temporada, presentada por Netflix en dos partes, se centran en sus primeras entregas en dos momentos históricos para la Corona: por una parte, el idilio de Lady Di con Dodi Al Fayed, hijo y heredero del magnate de origen egipcio, dueño de los almacenes Harrod’s (para entendernos, como El Corte Inglés en España), entre otros muchos negocios. El idilio está contado desde dentro, desde la perspectiva de la princesa, ya separada de Carlos, harta de que, como dijo en cierta ocasión, su matrimonio fuera una cosa de tres. La segunda parte se centrará en cómo la Corona tuvo que gestionar la crisis de la muerte de Lady Di en accidente, una muerte que estuvo a punto de llevarse por delante a la secular institución, y en la que fueron importantes algunos personajes en principio tan poco monárquicos como el premier laborista Tony Blair, que aconsejó a la soberana sobre la necesidad de bajar de su pedestal para acercarse al pueblo en ese tiempo de conmoción y desvalimiento, la necesidad de ser, efectivamente, su reina, pero también su madre, la madre de todo el pueblo. Sin embargo, sin negar esa influencia del primer ministro, la serie apuesta por Carlos como factor realmente determinante en la postura de la soberana ante la tragedia de la muerte de Diana, una auténtica conmoción a nivel nacional e internacional.
La segunda parte de esta sexta temporada, preanunciando ya el final del reinado de Isabel, se centra en algunos de los personajes que serán esenciales en el futuro del país, como el príncipe heredero Guillermo, del que veremos cómo fue lógicamente afectado por la dramática muerte de su madre, en un duelo sordo del que le costó salir, pero también de cómo conoció a la que sería su esposa, Kate Middleton, y se convirtió en un fiable heredero, cosa que, como es sabido, no se puede decir de su hermano Enrique, una marioneta en manos de su mujer, Meghan Markle, ambos supuestamente muy dolidos por la forma en la que han sido tratados por la Corona británica, pero sin por ello renunciar a su privilegiada posición de ricos por cuna.
Esta parte recogerá también la muerte de la princesa Margarita, a la vez la mayor cómplice de la reina y también su más firme detractora, creyendo ser (si hay que dar por buena la tesis de la serie) mucho más capaz que Isabel de llevar la corona del Reino Unido, una mujer ciertamente singular, que hizo en buena medida lo que quiso, aunque en lo fundamental, elegir a quien amar, no pudo hacerlo libremente. También aquí será fundamental la figura de Camilla, descrita en la serie como una mujer de gran sentido común, buen juicio y que siempre dio buenos consejos a Carlos para intentar mantener la familia unida; el tiempo, ciertamente, ha dado la razón a esta tesis, siendo hoy día uno de los personajes más populares de la Familia Real. El tramo final de la temporada, por supuesto, estará centrado en el final del reinado de Isabel II, que los creadores de la serie presentan a través de los preparativos, supervisados por la propia reina, de los que serán sus exequias cuando llegue el momento.
En un muy apropiadamente melancólico último capítulo, la reina tendrá ocasión de echar la mirada atrás a su reinado, precisamente cuando realiza los preparativos para el funeral que, lógicamente, no llegará a ver. Ese último capítulo contendrá también las dudas sobre su abdicación que, según la serie, tuvo la monarca en su última etapa, dudas que, finalmente, se despejaron en beneficio de mantenerse en el trono hasta el final de sus días.
La serie se cierra con una escena final, solemne, emocionante, muy inteligente: como, por supuesto, es imposible reproducir el funeral de la reina cuando esta murió en 2022 (en sí mismo un espectáculo literalmente fastuoso), los creadores de la serie optan por la metáfora, por presentar a la monarca viéndose a sí misma en el catafalco con todos los atributos del poder, para después salir caminando despaciosamente por una catedral inmensamente vacía, por una puerta al fondo que se abre para su salida de la vida y su entrada en la Historia.