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Michel Ocelot es un veterano director francés nacido en 1943; tiene, por tanto, cuando se escriben estas líneas, 77 años. A lo largo de su vida ha realizado una fecunda labor como director de películas de dibujos animados, con la técnica tradicional, tarea en la que se inició en 1976; hasta finales del siglo XX su obra se ciñó a cortometrajes y algunas series de televisión, para, a partir de Kirikú y la bruja (1998), comenzar a desarrollar una carrera en el formato del largometraje, siempre en el “cartoon” clásico que le es consustancial. Desde entonces ha dirigido un total de siete largos, todos ellos muy bien acogidos por público y crítica, convirtiéndose en una figura esencial en el dibujo animado europeo y mundial.

Con Dilili en París nos vuelve a admirar, a asombrar. La película se ambienta en el París de la “belle époque”; aunque no se cita en ningún momento una fecha, podemos considerar que estamos en 1903, año en el que el matrimonio Curie ha sido galardonado al unísono con el Nobel de Física, efeméride que se cita en el film como un evento que acaba de ocurrir. En ese contexto, el joven Orel, repartidor con su triciclo por todo París, conoce a Dilili, una niña mestiza, cuyos progenitores son francés y kanako (pueblo indígena de la Melanesia), educada en su tierra por una dama gala (la famosa propagandista de izquierdas Louise Michel) y asentada en la capital de Francia. Ambos hacen buenas migas y comienzan a vivir aventuras, todo ello con el fondo ominoso de una banda de malhechores, conocidos como los Maestros Alfa, que se dedican a secuestrar niñas con fines desconocidos...

Tiene Dilili en París una apariencia deliberadamente ingenua, un dibujo de trazo simple, muy de dos dimensiones, a veces casi rozando el hieratismo del icono bizantino, una jugada arriesgada pero que juega a su favor al dotar al “cartoon” de una gracia estilizada, casi colindante con lo naif. Es un dibujo grácil, delicioso, en el que el movimiento humano está muy conseguido, en cuerpos que a veces recuerdan los alargados trazos de las pelis de “stop-motion” auspiciadas por Tim Burton (Pesadilla antes de Navidad, La novia cadáver), o incluso las pinturas de El Greco. Ocelot apuesta también por una técnica que se muestra muy interesante, la de mezclar los dibujos de sus personajes con imágenes fotográficas retocadas de monumentos y lugares emblemáticos de París, desde la Ópera a la Torre Eiffel, desde el Arco del Triunfo a los Campos Elíseos. La mixtura, tan original, resulta muy atractiva, enriquecida además con detalles como la inspiración en pinturas de algunos de los maestros que aparecen en efigie en el film, singularmente Toulouse-Lautrec, recordando incluso el homenaje que Vincente Minnelli rindió al pintor por excelencia del Moulin Rouge en su Un americano en París (1951).

Las peripecias de Dilili y Orel por el París bohemio de la “belle époque”, en su investigación para intentar descubrir qué oscuro secreto se oculta tras los llamados Maestros Alfa (así llamados en el subtitulado en la V.O., aunque en el original en francés dicen “Mâles-Maîtres”, “Maestros Masculinos”), llevarán a ambos jóvenes a conocer toda la crème de la crème (nunca mejor dicho...) de la ciudad en aquellos primeros años del siglo XX, de Picasso a Debussy, de Monet a Gertrud Stein, de Eiffel a Pasteur, del príncipe Eduardo de Inglaterra (de visita en la ciudad para la ocasión...) a Rodin, de Sarah Bernhardt a Colette, entre una numerosa pléyade de artistas y personajes de fama mundial. Se incurre en algún error cronológico, como hacer aparecer a Louis Pasteur y Toulouse-Lautrec, cuando ambos habían muerto ya en 1903, pero es evidente que el film no se asienta sobre un espacio-tiempo concreto sino más bien sobre un París imaginario donde todo es posible, donde todos sus personajes coinciden aunque en realidad físicamente no lo hicieran.

Con potentes cargas ideológicas difícilmente objetables (salvo para las hienas con forma humana, espécimen del que no nos libramos como género), como el antirracismo y el feminismo, este último resulta ser su mensaje capital, con esa secta abyectamente machista que reduce a la mujer a la literal cualidad de asiento, confiriéndole una vestimenta (con una especie de chador negro que las cubre totalmente) que parece emparentar a estos Maestros Masculinos o Maestros Alfa con las fanáticas hordas yihadistas, aunque fisonómicamente no tengan nada que ver.

El conjunto es fastuosamente hermoso, admirable, una delicia para los sentidos y para la inteligencia. Nos enamoramos sin remedio de Orel, de Emma Calvé, incluso del chófer de rostro porcino que tendrá también su momento para la traición y su tiempo para la absoluta redención; pero nos enamoramos sobre todo de la pequeña Dilili, un personaje excepcional, una chiquilla que saltaba a la comba, como se dice en un momento dado en el film, que de mayor quiere ser todas las profesiones extraordinarias que encuentra en su periplo por la ciudad: pintora como Matisse, escultora como Camille Claudel, física como Madame Curie, médica como Pasteur, ingeniera como Eiffel, soprano como Emma Bové, bailarina como Sarah Bernhardt. Ella, Dilili, es un summum, un compendio extraordinario de la mujer que estaba germinando a principios del siglo XX, de la mujer libre e independiente que, afortunadamente, empieza a ser una realidad en nuestro tiempo.

(07-04-2020)


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95'

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Dilili en París - by , Aug 21, 2020
4 / 5 stars
La chiquilla que saltaba a la comba