Hay que reconocerle valor a Antonio Banderas: para hacer su segunda película como director no sólo se viene a España, cuando las posibilidades comerciales serían mucho mayores en Estados Unidos, donde está afincado hace ya tres lustros, sino que además hace una versión muy lírica, escasamente taquillera, de la novela homónima de un poeta, Antonio Soler, que para más inri se encarga en solitario del guión, con lo que la carga poética (a veces rozando la cursilería) de la novela pasea su sombra por todo el filme.
Y es que, aunque parezca una perogrullada, no siempre de un buen libro se puede hacer una buena película; de hecho la experiencia viene a decir más bien lo contrario. Además, los lenguajes no son parejos, y lo que funciona en un libro (la voz del narrador, que en cine, generalmente, resulta de lo más chocante: he aquí un ejemplo) no tiene por qué hacerlo en un film.
Está claro lo que fascinó a Banderas de la novela de Soler: el ambiente de la Málaga del tardofranquismo, a mediados de los años setenta, justo el momento en el que él tenía aproximadamente la misma edad de los personajes de la novela y la película, y seguramente también vivió y conoció los mismos parajes en los que se desarrolla la acción del libro y del film. También es cierto que el tono que ha conferido Banderas (y su guionista Soler) a este El camino de los ingleses, entre lo poético y lo onírico, con irisaciones alegóricas (esa escena inicial, tan atípica en el cine comercial moderno), bañada en la omnipresente música de Antonio Meliveo, con acordes que recuerdan más al jazz que al flamenco (mejor así: no siempre el cine en Andalucía tiene que recurrir a lo jondo, aunque hay quien así lo crea), es puro veneno para la taquilla, no acostumbrado el público a semejantes licencias.
Dicho lo cual habrá que decir que El camino... tampoco acierta con el tono: la historia que se nos cuenta es curiosa, aunque no sea precisamente el no va más de la originalidad. Además, Banderas, que ha contado con un presupuesto (siete millones de euros) muy superior a lo que se estila en España para una producción como ésta (sin actores conocidos, ni efectos especiales complicados, ni escenas de masas), parece que se ha ensimismado en la belleza de las imágenes, y así las cosas el film resulta en exceso preciosista, como si el director se hubiera regodeado en plasmar una Málaga de ensueño que, seguramente, ya sólo existe en su magín y en el de los que la conocieron, hace más de treinta años. Todo lo cual no debe empañar los méritos de la película, la historia de un chico con un riñón menos, enamorado de una muchacha que a su vez es tentada por otro hombre de más posibles que su novio; es también la historia de sus amigos, el hijo del rico que se ve obligado a dejar a la chica que quiere, y el hijo de la "strip-teuse" que hace sexo sobre un escenario en Londres.
Es también el relato del aspirante a locutor de radio, quizá un trasunto del propio novelista y guionista, Antonio Soler, aunque finalmente sus "speechs" radiofónicos recuerden más a los programas del Loco de la Colina de los años setenta. Y además de todo, eso, ¿por qué no decirlo? Antonio es la niña de los ojos de los españoles, y no digamos de los andaluces. Su triunfo en Hollywood lo disfrutamos como propio, como pasaba en los años sesenta con los éxitos de Manolo Santana en tenis o ahora con Fernando Alonso en automovilismo. Así las cosas, ¿cómo no se le va a perdonar que haga una película fallida, aunque sea tan agradablemente fallida? Así que, finalmente, a lo mejor hasta arrasa en taquilla y todo...
(03-12-2006)
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