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Juan José Campanella es un guionista y director de cine y televisión argentino que desde que comenzó en la profesión, allá a principios de los años noventa, simultanea su trabajo entre su país y Estados Unidos, donde se dio a conocer inicialmente con un pequeño film indie, El niño que gritó puta (1991), que llamó poderosamente la atención en los circuitos especializados. No deja de ser curioso que, desde entonces, en la carrera de Campanella se alternen la cal y la arena, los éxitos y los fracasos. Entre los primeros cabría citar El hijo de la novia (2001), con gran repercusión crítica y de público; El secreto de sus ojos (2009), potente thriller que consiguió el Oscar a la Mejor Película en Habla no Inglesa y también fue muy jaleado por los especialistas y los espectadores; y Futbolín (2013), en Argentina titulada Metegol, que fue todo un suceso comercial en su país (algo menos en España...); entre los segundos, un fiasco norteamericano, Y llegó el amor (1997), con nuestra Aitana Sánchez Gijón, más un par de títulos hechos en Argentina que pasaron más bien sin pena ni gloria, El mismo amor, la misma lluvia (1999) y Luna de Avellaneda (2004).

Ahora Campanella revisita un viejo film porteño de los años setenta, Los muchachos de antes no usaban arsénico (1975), dirigido por José A. Martínez Suárez, actualizándolo y, con buen criterio, cambiando la personalidad de algunos de los protagonistas; la historia se ambienta en nuestros días, en una vieja pero señorial casona que habita la antigua actriz Mara Ordaz, diva del cine de cuarenta años atrás; convive con su marido, Pedro, también actor, paralítico desde un accidente de tráfico; Norberto, el director que mejor supo retratar a la diva; y Martín, guionista de sus mejores películas. Todos ellos, con sus rencores, resentimientos, pero también sus cariños soterrados, sestean en la vieja casa, hasta que llegan dos jóvenes, Francisco y Bárbara, que se declaran fans irredentos de la anciana actriz y de sus películas. Claro que quizá las intenciones de los chicos no son demasiado buenas...

Campanella consigue, con esta adaptación de un viejo film olvidado, una película ciertamente deliciosa. Con buenos diálogos, de los que ya no se hacen, llenos de ironía, sarcasmo, plagados de pullas tanto entre los cuatro viejos como entre estos y los dos chicos insultantemente jóvenes, el nuevo film del argentino es una agradable sorpresa; el hecho de que aquí todos los moradores de la vieja casa sean antiguos miembros de la farándula cinematográfica (en la película que se adapta había solo una persona de ese gremio) favorece los diálogos inteligentes, las réplicas llenas de causticidad, siempre con elegancia, utilizando la palabra como un florete, nunca como un hacha.

Con sucesivos giros de guion, como cabía esperar en esta comedia de enredo entreverada de thriller (o viceversa...), es cierto que El cuento de las comadrejas tiene, como todo film de este tipo, sus debilidades, sobre todo en alguna escena cogida con alfileres, como la que explica cierta muerte y desaparición en la casona familiar, y la secuencia final quizá esté alargada en exceso. No obstante, son peros menores, teniendo en cuenta que el conjunto es muy agradable y depara un buen número de sonrisas, incluso abiertas carcajadas cómplices con las conversaciones de los cuatro vejestorios, cumplidamente confrontados con dos pipiolos que, es cierto, se baten el cobre ventajosamente casi hasta el final.

Campanella no se quiebra la cabeza y opta, con buen criterio, por cargar todo el peso de la película en los deliciosos diálogos y en los cuatro intérpretes mayores que los desgranan con absoluta maestría: la gran Graciela Borges, musa de Raúl de la Torre, para el que hizo un buen número de largometrajes en los años setenta y ochenta; Oscar Martínez, uno de los mejores actores argentinos del momento (y eso es decir mucho en un país especializado en dar buenos actores), y que en los últimos años trabaja tanto en su tierra como en España; Luis Brandoni, otro de los grandes artistas porteños, que ha trabajado para los mejores directores argentinos de los últimos cuarenta años (Jusid, Ayala, Olivera, Renán, el propio Raúl de la Torre); y Marcos Mundstock, uno de los integrantes del legendario grupo cómico-musical Les Luthiers, que tiene también una cierta carrera como actor, y cuya sorna luthiersiana no es ajena a su personaje. Los jóvenes son la española Clara Lago, en una incursión en Argentina, incluso con acento de aquella tierra que ella resuelve razonablemente bien, y Nicolás Francella, el hijo del mítico actor Guillermo Francella, del que se puede decir que de casta le viene al galgo.

Campanella no puede evitar la tentación y trufa su película de referencias, tributos y homenajes cinéfilos; así, es imposible ver la película y no recordar (incluso con algún plano casi calcado, como el descenso por la escalera de la diva) el clásico Sunset Boulevard (1950), de Billy Wilder, en España conocida como El crepúsculo de los dioses. Además, el guionista y director argentino disfruta jugando con nombres del cine clásico argentino, como cuando Norberto, el viejo director, dice llamarse Mario Soffici, como el famoso actor y director argentino, que curiosamente también intervino como intérprete en el film aquí de nuevo versionado; hasta hará referencia Campanella a su propia filmografía cuando se cita en un momento dado su film El niño que gritó puta; en resumen, un bombón relleno de mala uva, pero también de sabrosa cinefilia, que seguramente degustarán en este último apartado más los aficionados al cine argentino que los españoles, a los que, evidentemente, les faltan referencias.

Agradable siempre, sus insuficiencias, menores, no empañan este film de los que ya no se hacen, hecho fundamentalmente, como decía Vicente Aranda, con actores y paredes, todos ellos –salvo los pipiolos— muy, muy viejos, tanto los actores como las paredes...


(16-07-2019)


 


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129'

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El cuento de las comadrejas - by , Apr 08, 2020
3 / 5 stars
Cine del que ya no se hace