CINE EN PLATAFORMAS
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[El lector interesado en este cineasta puede consultar también los dos artículos publicados en Criticalia con el título genérico Paul Schrader: Fulgor. Marasmo. Resurrección. Para ello, pulse en cada uno de estos números romanos: I y II]
Pues parece que, efectivamente, como tenemos escrito, Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946) ha vuelto. Sin meternos demasiado en harina, lo cierto es que el guionista de obras míticas como Taxi driver o Toro salvaje, tras un prolongado marasmo creativo, ha vuelto como creador con cosas que decir en sus tres últimas películas como director, El reverendo (2017), la espléndida El contador de cartas (2021) y esta El maestro jardinero.
La acción se desarrolla en nuestros días, en algún lugar innominado de Estados Unidos (rodado, en cualquier caso, en el estado de Louisiana). Conocemos a Narvel Roth, jefe de los jardines de la mecenas Norma Haverhill, una madura millonaria cuya pasión son las flores y mantiene un altísimo nivel de calidad y excelencia de éstas en sus propiedades, consiguiendo importantes premios en eventos florales. Narvel, además de hombre de confianza para todo el tema de jardinería (en el que es asistido por un pequeño equipo), es también el discreto amante de su jefa, más bien follamigo, sin que exista una relación sentimental digna de tal nombre. Norma encarga a Narvel que sea el maestro en los temas de jardinería de su sobrina Maya, una veinteañera de complicada vida, con problemas con la droga y con las malas compañías. A su vez, Narvel está dentro del programa de protección de testigos, al haber sido la llave para, años atrás, desarticular una banda de supremacistas blancos culpables de varios asesinatos; el propio Narvel, con su antiguo nombre, con su antigua personalidad de facha americanista, también ejecutó por su mano más de un crimen.
Aunque es ya prácticamente un lugar común hablar de la culpa como tema recurrente en Schrader, lo cierto es que hay que volver a hacerlo, porque casi todas sus películas, en mayor o menor medida, están traspasadas por ese sentimiento de la culpa. Por supuesto, habrá que recordar la infancia y juventud de Schrader dentro de una estricta familia calvinista, que le impidió ver una película hasta que no fue mayor de edad, pero en cualquier caso, es evidente que las mejores obras del cineasta son, precisamente, las que tocan este asunto de la culpa. Aquí lo es también, de forma soterrada, pues el maestro jardinero que tiene ya una vida distinta de cuando era un feroz ultraderechista irredento, tiene sobre sus espaldas el peso de haber sido un fanático de la supremacía aria (aunque viendo a los ejemplares que se postulan como tal, habría que hablar mejor de la “inferioridad aria”…), así que cuando ponen bajo su férula a una chica mestiza, con una vida manifiestamente mejorable, sin futuro y, lo que es peor, con un presente pavoroso, con novio maltratador y yonqui, el ahora pacífico jardinero sentirá que tiene la oportunidad de redimirse de los crímenes que cometió cuando era “otra persona”, como se encarga de repetir con frecuencia cuando habla de su anterior vida.
En esa búsqueda de normalización de la vida de su pupila se empeñará este ahora bonancible varón de mediana edad, en el que nadie diría que alguna vez habitó un marrajo, un tipo infecto que se consideraba por encima de los demás, sobre todo si estos tenían la piel más oscura que él. En esa tarea habrá de enfrentarse también, además de a sus propios fantasmas, a la ira atrabiliaria de su mentora, celosa de la nueva relación que se establece entre maestro y alumna, y sobre todo al torvo clan al que la chica, con menos seso que un mosquito, se ha adherido.
Pero la almendra del film, o así nos lo parece, es el soterrado remordimiento que sigue asolando, tanto tiempo después, a nuestro particular Raskólnikov (el atormentado protagonista de la dostoievskiana Crimen y castigo, el epítome literario de la culpabilidad a la vez que arquetipo humano del culpable que odia serlo), un hombre que, aunque haya saldado legalmente sus cuentas con la justicia, mediante el correspondiente pacto que ha permitido a la ley acabar con una legión de criminales paliduchos, en su fuero interno no se ha perdonado a sí mismo, sigue viéndose como aquel tipejo capaz de matar por el color de la piel. La asunción de la formación floral de la joven mestiza supondrá entonces, con sus derivadas de salvarla de su pavoroso entorno, la ocasión de conseguir, por fin, ponerse en paz consigo mismo, de ser, quizá por fin también, de verdad “otra persona”. Un final razonablemente feliz, quizá difícil de entender en este tipo de historias, lo entendemos como una tibia nota de optimismo, de (a pesar de todo) confianza en el ser humano, por parte del veterano director y guionista, tras sus últimos y tan pesimistas films en los que la esperanza ni estaba ni se la aguardaba.
Inferior a la prodigiosa El contador de cartas, no es sin embargo de ninguna manera El maestro jardinero un film fallido, ni mucho menos: ese tono seco, sobrio, de quien se sabe un criminal aunque ahora tenga nombre y ocupación nuevas, esa relación alternante entre el jardinero y su jefa, y entre el primero y la chica zarandeada por la vida, están descritas con veracidad, con esmero, con un tono callado y con frecuencia sombrío, como todo lo que rodea a este hombre que fue un gran cabrón y ahora intenta ser solo un hombre normal, aunque no se lo ponen fácil y quizá tenga que sacar, una última vez, al violento que lleva dentro para salvar a quien está empezando a querer casi sin darse cuenta, también a un símbolo de sus antiguas víctimas, que ahora puede ser, cosas veredes, salvada por quien no hace mucho la hubiera matado sin pestañear.
La elegancia clásica de Schrader, un cineasta tan estiloso como su antiguo cuate Martin Scorsese, rubrica esta obra quizá no redonda pero desde luego embriagadoramente humana en su retrato de un personaje que viene a reafirmar que todos, hasta el más abyecto de los hombres (y, claro está, de las mujeres), tiene capacidad para mutar, para evolucionar, para convertirse en todo lo contrario de lo que fue: solo hacen falta dos dedos de frente y, eso sí, un rescoldo de humanidad en el lugar donde los seres humanos solemos tener el corazón.
Buen trabajo interpretativo del protagonista, Joel Edgerton, un muy interesante actor australiano que tiene ya una carrera de lo más apreciable en Hollywood, un actor que trabaja mucho sus personajes hacia adentro, una cualidad inestimable para este rol del hombre que “era otra persona”, aunque no pudiera olvidar jamás quién fue. A su lado, Sigourney Weaver compone un personaje extraño, entre la generosa mecenas y la mujer madura necesitada de sexo y, por ello, celosa de cualquier interferencia en esa relación puramente erótica, aunque quizá no solo erótica... La todavía bastante novata Quintessa Swindell, que hace de la joven Maya, mantiene bien el tipo junto a estos dos pesos pesados del cine yanqui, lo que no deja de ser todo un elogio… Eso sí, un cero patatero para el encargado del cásting, que ha elegido para el papel del supuestamente novio peligroso de la joven maya a un actor, Jared Bankens, con una pinta de yonqui en las últimas que, desde luego, da cualquier cosa menos miedito…
(16-06-2023)
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