Enrique Colmena

En anterior capítulo (pulse aquí para leerlo) glosamos la figura de Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946), en su primera y fulgurante época, dividida en dos etapas, una de oro (guiones de Taxi driver, Toro salvaje y La última tentación de Cristo; dirección de Hardcore, American gigoló, El beso de la pantera, Mishima) y una de plata (El placer de los extraños, Posibilidad de escape, sobre todo Aflicción).


MARASMO (1998-2017)

Como si lo hubiera mirado un tuerto (esto hoy día no es muy políticamente correcto que digamos, por más que sea una frase hecha…),  a partir de 1998 Schrader entra en una época de auténtico marasmo que durará dos largos decenios. El batacazo en taquilla de Aflicción, a pesar de haber sido bien recibida por la crítica, sería quizá la puntilla que acabó con las esperanzas de poder volver a su mejor época, la que le convirtió en uno de los grandes de la generación de cineastas norteamericanos que empezaron a trabajar en los años setenta. Aunque para esa época había conseguido ya superar su adicción a la cocaína, lo cierto es que el genio de Schrader parecía haberse esfumado, o al menos estar en hibernación.

Así, casi al terminar el siglo rueda Forever mine (1999), flojo thriller entreverado de venganza y romance que no llegó a tener un estreno comercial en sentido estricto en Estados Unidos (lo hizo directamente en DVD), aunque sí en España, donde pasó desapercibida. Y eso a pesar de contar con un par de actores que entonces estaban de plena actualidad, Ralph Fiennes y Ray Liotta… Tampoco la primera película schraderiana del siglo XXI, Desenfocado (2002), le sacó del marasmo, a pesar de que la historia narrada, un biopic del actor Bob Crane (que se hizo famoso en los años sesenta con la serie Los héroes de Hogan), menudeaba en temas escabrosos en los que el cineasta de Grand Rapids se había mostrado anteriormente como un consumado especialista, y a que de nuevo contó con una dupla interpretativa de alto nivel, Willem Dafoe y Gregg Kinnear.

A mediados de esa década primera de este siglo, Schrader se verá envuelto en un conflicto creativo: encargado por la Warner del rodaje de una precuela sobre el clásico de William Friedkin El exorcista, que se iba a titular Dominion: El exorcista, sin embargo el montaje presentado por Paul a la multinacional no gustó nada a ésta, lo que hizo que contratara a Renny Harlin para prácticamente rehacerla entera, pero el resultado fue, en términos de taquilla (y también artísticamente…) un desastre, así que al final hicieron un estreno limitado de la versión de Schrader, con el título en España de El exorcista: el comienzo. La versión prohibida (2005), que también fue un fracaso. Lo cierto es que, en puridad, no vemos demasiada relación entre el tema de la iniciática novela de William Peter Blatty y la subsiguiente y mítica película de Friedkin con el cine de Paul Schrader, lo que nos hace suponer que la aceptación de este encargo (envenenado…) debió estar más motivado por el prosaico “pane lucrando” que por una cuestión realmente creativa…

The Walker (2007) quiso ser un intento de regresar al universo de los putos que Schrader puso de moda en American gigoló, una de las más celebradas películas de su edad de oro, ahora con Woody Harrelson como chapero de alto “standing”, pero pareció que ya el tiempo en el que esa temática llamaba la atención había pasado, o quizá al que se le había pasado el arroz era al bueno de Paul… El hecho de contar con un más que apañado reparto (a Harrelson lo acompañaban gente tan buena como Lauren Bacall, Kristin Scott Thomas, Willem Dafoe y Lily Tomlin) tampoco ayudó a la película, que de hecho se estrenó directamente en DVD.

Adam resucitado (2008) será una nueva muesca en la cadena de fracasos del Schrader de la etapa del marasmo. Con temática relacionada con los traumas de los presos en los campos de concentración nazis, con capital israelí en la producción aunque rodada en Rumanía, y a pesar, de nuevo, de contar con atractivos intérpretes, como Jeff Goldblum y Willem Dafoe (que ha sido, con diferencia, el actor que más ha trabajado para él), la película es un fiasco en taquilla y tampoco gozó de las preferencias de la crítica.

Tanto fracaso en taquilla y crítica pasa factura al cineasta que una vez fue considerado una de las grandes esperanzas del nuevo cine yanqui, y tendrá que esperar cinco años hasta su siguiente proyecto, si bien, a la vista del resultado, casi mejor que se lo hubiera ahorrado: The canyons (2013), con guion original de Bret Easton Ellis (el autor de la novela American psycho, para entendernos), es un thriller erótico de baja estofa con el que Paul baja varios peldaños en la infame carrera que llevaba desde finales del siglo anterior; esta vez ya ni siquiera tiene buenos actores: la única “estrellita” (las comillas no son inocentes, claro…) era la cantante y también actriz Lindsay Lohan, de muy limitadas capacidades interpretativas, como es sabido. La película tampoco se estrenó comercialmente en Estados Unidos, ni en España.

Aunque parecía que ya era difícil caer más bajo, Schrader aún lo consiguió, no sin esfuerzo: sus dos siguientes films, ambos con Nicolas Cage (se ve que lo del tuerto que lo miró no era broma…), culmina su descenso a los infiernos: en Caza terrorista (2014), vulgar producto a mayor gloria del sobrino de Coppola, a Schrader se le negó el montaje final; la película se pegó un notable costalazo en su estreno en Estados Unidos, y en España fue directamente al mercado de DVD y Blue-Ray. Recuperados los derechos, Paul hizo un nuevo montaje, más experimental, que se comercializó como Dark (2017), y aunque su carrera comercial fue nula, al menos la crítica valoró la mejoría con respecto al petardo del film original. El segundo (y último: ¡loados sean los cielos!) film de Schrader con Nicolas Cage será Como perros salvajes (2016), espantoso thriller con secuestro de bebé a manos de un grupo de botarates, en el que ni siquiera la presencia del omnipresente (en su obra) Willem Dafoe mejoraba aquel horror…

¿Qué pasó para que, después de este prolongado descenso al infierno de Schrader, que se dilató a lo largo de dos decenios, finalmente consiguiera remontar y volver a ser el cineasta exquisito y talentoso de sus primeros años en la profesión cinematográfica? Como dirían los italianos, “chi lo sa”… lo cierto es que, a partir de ese 2017, o el tuerto se murió, o dejó de mirarlo… o, más probablemente, Paul volvió a encontrar la senda de la creatividad a partir de un ordenado regreso a sus orígenes…


RESURRECCIÓN (2017-)

A partir de ese momento, Schrader nos ofrecerá, a lo largo de los seis años siguientes, tres películas que, con sus altibajos, porque no todas son igual de buenas, nos han reconciliado con aquel director de mundo atormentado, de personajes atenazados por culpas que los corroen, por seres que buscan redimirse pero, sobre todo, autoperdonarse, como única forma de poder seguir adelante, o bien de acabar en paz consigo mismos.

Así, en El reverendo (2017) nos encontramos con un sacerdote (muy notable Ethan Hawke, un actor que ha madurado estupendamente) de una iglesia protestante llamada First Reformed, un hombre acongojado por la culpa de haber alentado el alistamiento de su hijo para la guerra de Irak, donde murió, y cómo desde entonces malvive con su conciencia, para finalmente encontrar una forma de redimirse mediante su lucha beligerante por el medio ambiente, por el futuro del mundo, en una pirueta conductual poco probable, pero que en cualquier caso nos devuelve en forma a un cineasta experto en poner en imágenes la culpa del ser humano, su búsqueda de expiación, la catarsis con la que escapar de ese infierno en la Tierra.

En esa misma línea, El contador de cartas (2021) nos devuelve a un Schrader ya plenamente dominante de la temática de la culpa, aquí nada menos que con un exmilitar implicado en las torturas de Abu Ghraib, donde soldados del ejército yanqui martirizaron a iraquíes con humillaciones y vejaciones de todo jaez, un exmilitar que, saldada su cuenta con la justicia (pero no la suya con su propia conciencia…), sobrevive jugando profesionalmente al póquer sin llamar mucho la atención, hasta que tenga que involucrarse para salvar a un joven que puede perderse por una venganza infausta y estéril… Con un Oscar Isaac formidable, la película es, a nuestro juicio, el culmen de esta nueva y tan excelente etapa de Schrader.

El final de esta trilogía no declarada sobre la culpa, su redención y el correspondiente autoperdón tendrá lugar con El maestro jardinero (2023), cuyo estreno nos ha permitido glosar la figura de Schrader. De nuevo tenemos aquí el retrato de un hombre que huye de sí mismo, de sus crímenes, de lo que fue años atrás, un abyecto racista y supremacista blanco que en algún momento encontró algo parecido a la materia gris dentro de su cabeza hueca que le permitió darse cuenta de las barbaridades que perpetraba. Ahora, convertido en un pacífico maestro jardinero, el protagonista tendrá, sin embargo, que arriesgarlo todo precisamente para salvar a… una mestiza… Inferior a El contador…, sin embargo la nueva película schraderiana, que cierra el círculo, es un colofón muy apreciable de esta serie de films con la que nos parece que Paul ha recuperado (él también…) su propia autoestima, y los cinéfilos estamos de enhorabuena por su regreso al buen cine. Lástima que el hombre no sea ya un niño, y por ello la carrera que le quede por delante no sea probablemente muy extensa. En cualquier caso, si es al menos como la reflejada en estas sus tres últimas películas, nos damos más que por satisfechos…

Ilustración: Una imagen de Oscar Isaac en la película El contador de cartas (2021), de Paul Schrader.