Estreno en Movistar+.
Paul Schrader (Gran Rapids, Michigan, 1946) ha vuelto. No sabemos por cuanto tiempo, porque el cineasta tiene ya una edad, pero ha vuelto. El contador de cartas nos parece una de sus mejores películas en mucho tiempo, a la altura de aquellas que, en su primera época, parecían dirigirlo hacia una posición preeminente en el cine de Hollywood: Hardcore: un mundo oculto (1979), American gigoló (1980), El beso de la pantera (1982), Mishima (1985), fueron, con altibajos, muestras de un talento ecléctico y versátil. Pero desde entonces sus aciertos artísticos (de los comerciales no hablamos: de esos no ha tenido casi ninguno...) no han menudeado: Posibilidad de escape (1992), la magnífica Aflicción (1997), y poco más... El siglo XXI ha sido particularmente duro con Schrader, con apenas algún título reseñable, como El reverendo (2017).
Así que reencontrarse con el gran Schrader autor de los guiones de Taxi Driver, Fascinación, Toro salvaje o La última tentación de Cristo es una estupenda noticia. El contador de cartas narra la historia de un hombre alrededor de los cuarenta; se hace llamar William Tell (sí, como Guillermo Tell...), aunque su nombre, del que huye, es otro. Vive de las moderadas ganancias que consigue jugando al póquer y al “black jack” en casinos de todo Estados Unidos, con una técnica, la de contar cartas, que aprendió en la cárcel en la que estuvo casi 10 años, por crímenes que cometió cuando estuvo en el ejército... Tell es tentado por lo que en el argot del póquer se conoce como una “llevadora de establo”, alguien que gestiona un grupo de jugadores profesionales que participan en partidas de alto nivel financiadas por inversores, pero nuestro hombre lo rechaza. En cierto momento es abordado por un veinteañero, Cirk, que resulta ser hijo de un colega suyo en Abu Ghraib, donde tuvieron lugar los crímenes por los que Tell ha purgado en la cárcel, aunque siguen pesando sobre su alma...
Como casi toda la filmografía “propia” de Schrader (entendiendo por “propia” la realizada conforme a su criterio, no los diversos productos alimenticios que se ha visto obligado a hacer), El contador de cartas es en buena medida una historia sobre el peso de la culpa, pero también sobre la necesidad de la redención, de la expiación, del autoperdón. Tell lleva sobre sí, como el Raskólnikov de Crimen y castigo, la pena de una culpa que parece le va a acompañar hasta la tumba; en ese itinerario, el exconvicto, el exmilitar que torturó hasta la abyección a otros seres humanos, encontrará sin embargo dos razones que quizá pudieran suponer para él una nueva oportunidad: el hijo/desecho de un colega de crímenes que terminó aún peor que él, un veinteañero sin futuro, lo que tal vez Tell pudiera remediar, y una mujer, alguien que está siempre ahí y por la que, poco a poco, piano piano, empezará a sentir algo parecido al amor...
Cuando todo parezca irse al traste, Tell habrá de hacer lo correcto, aunque lo correcto comporte una nueva culpa, ahora quizá, sin embargo, mucho más soportable. El contador de cartas se revela así como un tratado sobre la existencia humana, sobre la capacidad del hombre (entendido en su acepción de especie, no de sexo) para obrar mal o bien, para arrepentirse, para cargar la culpa sobre sus espaldas como un pesado fardo con vocación de eternidad, pero también para no dejar escapar la oportunidad de redimirse, de finalmente perdonarse.
Filmada con una elegancia que recuerda a Scorsese (la mención no es ociosa, por supuesto: Martin contó con guiones de Schrader para algunas de sus más memorables pelis, y aquí es uno de los coproductores), el nuevo film del cineasta de Michigan tiene esa clase que solo los muy exquisitos saben insuflar en su cine, sin que parezca alarde ni jactancia: es la clase de los que hacen cine como respiran. Ideas tan portentosas como el “ensabanamiento” de todos los muebles de los hoteles en los que se aloja el protagonista, quizá una forma de protegerse de sus antiguos crímenes y de los humillados y ofendidos a los que quebró y vejó, pero también la brutal elipsis de la lucha de la penúltima escena, una elipsis tan brutal precisamente porque nos ahorra la brutalidad que solo se nos da en off, con sonidos, son algunas perlas de esta joya de uno de los cineastas de más talento del último medio siglo en Hollywood, un talento lamentablemente desperdiciado durante demasiados años.
Gran trabajo del actor de origen guatemalteco Oscar Isaac, al que hemos visto recientemente como Leto Atreides en Dune, convertido desde hace años ya en un más que interesante intérprete del cine norteamericano. Menos bien hemos visto al joven Tye Sheridan, que nos gustó muchísimo de niño en Mud (2012) y Joe (2013), pero que nos parece que no ha crecido (artísticamente hablando) demasiado bien; ojalá nos equivoquemos... Sin embargo, nos ha gustado mucho Tiffany Haddish, lo más parecido a un remanso de paz en la atormentada vida del protagonista. Willem Dafoe, uno de los actores fetiche de Schrader, tiene un papel corto pero ciertamente determinante...
(06-01-2022)
112'