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No somos mucho de autocitarnos, pero a veces no hay más remedio: en marzo de 2020, solo un día antes de que en España se declarara el confinamiento por la pandemia del Covid-19, publicábamos en Criticalia la crítica de Onward, película producida por Pixar, el famoso estudio especializado en audiovisuales filmados en animación digital, sobre el que decíamos: “Aunque en su última etapa, desde que lo compró Disney (a Pixar, se entiende), esa innovación e imaginación parece haber decrecido apreciablemente, como si cuando los directivos de la Casa del Ratón tomaron posesión hubieran entrado con calculadora en mano para hacer el máximo dinero posible con la menor inversión creativa. Por supuesto, de vez en cuando Pixar consigue uno de sus inspirados trabajos, como Del revés (2015) y Toy Story 4 (2019), pero, en general, no sería desacertado decir que la media de las pelis de la Casa del Flexo ha bajado con respecto a la época en la que el estudio creado por John Lasseter volaba solo”.
Pues va a ser que no andábamos desencaminados: no es que Elemental sea una mala película, porque no lo es. Pero si la comparamos con las cimas de Pixar, la citada Del revés, Toy Story 3, Up, WALL-E o Buscando a Nemo, la verdad es que desmerece apreciablemente. La historia se ambienta en la llamada Ciudad Elemento, un enclave urbano en el que conviven, aunque sin mezclarse demasiado (mayormente para evitar accidentes entre ellos, por obvias razones...), personajes físicamente constituidos por los cuatro elementos, Agua, Fuego, Aire y Tierra. Conocemos a la familia Lumen, formada por padre, madre y la pequeña Candela (en el original es Ember, que sería “brasa” o “ascua”), que han emigrado a Ciudad Elemento, donde viven tanto personas Fuego, como es el caso de ellos, como personas Agua, Aire y Tierra. Los Lumen montan un negocio de venta de alimentos para la gente Fuego, y tras unos primeros tiempos duros, consiguen hacerse con una clientela y tener el futuro asegurado. Papá Fuego quiere que su hija Ember se haga cargo de la tienda cuando esté preparada, cosa que ella desea fervientemente para estar a la altura que espera de ella su progenitor. Pero cierto día en el que Ember está provisionalmente a cargo de la tienda, se produce un escape en las cañerías e, inesperadamente, al sótano de la tienda llega, por uno de los tubos rotos, Wade, un inspector Agua de lo más patoso, pero también estricto en sus fuciones, que se ve obligado a tramitar las deficiencias que observa en el establecimiento...
Elemental funciona en torno a dos ideas-fuerza; por un lado, la del multiculturalismo y la necesidad de los seres vivientes (humanos, mayormente, se entiende...) de establecer relaciones de todo tipo, también románticas, con aquellos que no son como ellos, bien por raza, religión, ideología, o lo que sea; la segunda idea-fuerza sería la de que no se debe encauzar la vida hacia donde los demás la dirigen, sacrificando con ello los sueños propios. Como se ve, no son precisamente ideas demasiado originales. La gran Pixar de su época dorada (que podríamos datar entre 1995 y 2010) habría sido bastante más sutil y, sobre todo, no habría tirado de lugares comunes. Porque esta historia de una elemento Fuego enamorada de un elemento Agua, con las dificultades previsibles en tal circunstancia, recuerda, claro está, a la historia romántica por excelencia, Romeo y Julieta, en este caso sin familias enfrentadas (aunque papá Lumen no tiene precisamente un buen concepto del acuoso y llorón Wade), pero sí con características físicas, agua y fuego, que hacen bastante improbable su historia de amor (aunque después las licencias artísticas lo arreglen todo...).
Por supuesto la calidad del dibujo digital es extraordinaria: se aprecia más en los elementos del agua, que resultan de una corporeidad notable, que en los del fuego, cuyas características necesariamente les confieren menos profundidad y, por ello, a veces parecen dibujos tradicionales en dos dimensiones. Por supuesto, está buscado, porque a estas alturas en Pixar, en lo tocante al dibujo, hacen lo que quieren porque son unos virtuosos en la materia, que para eso fueron los que inventaron el “cartoon” digital hace ya casi treinta años, en la mítica y pionera Toy Story (1995).
Pero no todo es la gracilidad del dibujo, la excepcional planificación, la ligereza en el movimiento de los personajes: Pixar siempre fue una mezcla de enorme talento técnico con un no menos grande contenido, con historias en las que podían disfrutar los niños pero, sobre todo, los mayores que los acompañaban (o que iban al cine directamente solos, sin necesidad de coartadas de críos...), historias de diversas capas que podían ser degustadas según el nivel de cada espectador. Nos tememos que en esta por lo demás agradable Elemental no hay tal cosa, superando de largo el apartado técnico o formal al de fondo, a la historia que se nos cuenta. Peter Sohn, el director asioamericano (coreano, concretamente), rueda con este su segundo largo para Pixar, tras El viaje de Arlo (2015), con una altura similar a este nuevo empeño, que nos sigue haciendo añorar la edad dorada de la Casa del Flexo.
Por supuesto, la película se deja ver con agrado, y se sale del cine con una sonrisa en los labios y la sensación de no haber perdido el tiempo. Pero a Pixar, ¡ay!, tenemos que pedirle más, mecachis...
Eso sí, el corto que precede a la película, La cita de Carl, con el delicioso personaje anciano de Up y su no menos gracioso perro, está precisamente en esa línea espléndida de Pixar de siempre: qué capacidad para divertir a la par que para emocionar...
(22-07-2023)
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