Dan Brown revolucionó el mundo editorial de la novela popular con su El código Da Vinci, publicado en 2003 y que supuso una auténtica conmoción mundial, en términos de ventas, dando lugar a toda una corriente de obras del mismo corte en las que se combinaban con habilidad tensión y cierto tono (más bien tramposamente) cultista. Como era de prever, Hollywood, siempre ávido de nuevos films que puedan ser rentables en taquilla, llevó a la gran pantalla la novela de Brown con el mismo título, El código Da Vinci (2006), con dirección de Ron Howard, más que probado director de productos comerciales, como Cocoon (1985), Willow (1988) o Apolo 13 (1995), aunque también tiene algún film de auténtico valor cinematográfico, como El desafío: Frost contra Nixon (2008); y con la interpretación de Tom Hanks en el carismático papel del profesor Robert Langdon, experto en simbología religiosa e iconografía, protagonista de esta novela y de otras posteriores de Brown.
El resultado, en términos comerciales, fue excelente, con una recaudación a nivel mundial que superó los 750 millones de dólares. Tras ello, Howard dirigió Ángeles y demonios (2009), de nuevo sobre una novela de Brown en la misma línea, con Langdon inmerso en el proceloso mundo del Vaticano, película que también tuvo una notable repercusión en taquilla, aunque ya inferior a la primera, en torno a los 485 millones de dólares.
La tercera adaptación de un libro de Brown será esta Inferno, también protagonizada por el profesor Langdon, encarnado de nuevo, como en los dos films anteriores, por Hanks. En este caso el profesor despierta herido y con lagunas mentales en un hospital de Florencia. Allí le trata una médica, la doctora Sienna Brooks, quien le salva cuando una supuesta carabiniere entra matando a diestro y siniestro en el establecimiento sanitario. Ambos emprenden la huida, mientras intentan localizar un virus letal que el magnate Zobrist, un epígono de Malthus, un hombre obsesionado por la superpoblación, ha dispuesto que se libere para diezmar a la Humanidad y así reducir el número de personas que habitan la Tierra, con lo que pretende salvar el planeta...
Inferno mantiene las mismas constantes que las anteriores adaptaciones brownianas, El código Da Vinci y Ángeles y demonios: el profesor Langdon, acompañado de la bella de turno, tendrá que viajar a distintos lugares, todos ellos de eminente corte turístico: los jardines de Boboli y el Duomo en Florencia, la Piazza de San Marco en Venecia, y la Iglesia de Santa Sofía en Estambul, entre otros, en los que tendrán lugar trepidantes persecuciones y enfrentamientos cuerpo a cuerpo, todo ello dentro de la trama de conspiración en la que, contra reloj, Langdon y Sienna habrán de intentar localizar el virus que reduciría a la mitad el número de seres humanos en el mundo.
Howard pone en escena con su proverbial corrección, aunque parece evidente que no se ha implicado especialmente: la acción mantiene razonablemente bien el ritmo narrativo y, aunque la historia es bastante marciana (como, por lo demás, ocurre siempre con las novelas de Brown), se deja ver con benevolencia. Aquí hay un toque añadido, cual es la amnesia temporal y selectiva del profesor Langdon, lo que le hace verse inmerso con frecuencia en alucinaciones casi siempre relativas al infierno de Dante (de ahí el título de novela y película), pero poco más. Es cierto que existen diferencias más que apreciables entre una y otra, incluido un final muy distinto en el film, más acorde con los gustos del público medio cinematográfico, que rechaza más que el literario los finales no precisamente felices, como era el caso en la novela.
Película que no pretende otra cosa que llenar de ceros la cuenta corriente de sus productoras, Columbia Pictures y asociadas, en este caso la taquilla fue relativamente moderada, con unos ingresos a nivel mundial en torno a los 220 millones de dólares, menos de la mitad que la anterior adaptación browniana, de tal forma que la prevista traslación al cine de otra de las novelas “langdonianas” de Dan Brown, El símbolo perdido, está (cuando se escriben estas líneas, en 2019) suspendida “sine die”.
Tom Hanks lleva adelante su personaje con el piloto automático, como ya lo hizo en las dos películas anteriores con igual origen literario; es evidente que Hanks ha llegado a un punto en el que, si le interesa artísticamente el proyecto, se implica totalmente (véase en los últimos tiempos El puente de los espías o Los papeles del Pentágono, curiosamente ambas para Spielberg), y si no es el caso, tira de profesionalidad y tablas y resuelve el personaje aseadamente y poco más. Felicity Jones nos parece un error de casting: no nos terminamos de creer a esta por lo demás estupenda actriz en su ambiguo personaje. De los secundarios nos quedamos con el potente rol que interpreta el actor hindú Irrfan Khan, en un personaje que irradia fuerza mental, inteligencia y poder, muy superior al valor real de la película.
(23-08-2019)
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