ESTRENO EN HBO Max.
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El guionista y director Benito Zambrano (Lebrija, Sevilla, 1965) se prodiga poco en cine, seguramente porque no consigue con facilidad financiación para sus proyectos: debutó con gran fortuna con Solas (1999), que supuso el descubrimiento de un cineasta dotado de una portentosa capacidad para emocionar con pocos medios, solo con actores y paredes, como gustaba decir Vicente Aranda; la miniserie de televisión Padre Coraje (2002) confirmó su talento; dos años tardaría en poder montar su siguiente proyecto, Habana Blues (2004), mirada emotiva pero también lacerante sobre la Cuba asfixiada por el bloqueo USA y por el dogmatismo inepto de sus propios gobernantes; siete años más habrían de pasar hasta su siguiente film, La voz dormida (2011), doliente mirada hacia la postguerra española y las mujeres represaliadas. Ahora le ha costado ocho años poner en pie este su nuevo film, si bien es cierto que Zambrano no ha perdido en absoluto las tablas, y su quinto proyecto cinematográfico conecta con sus mejores momentos como autor audiovisual, probablemente las mentadas Solas y Padre Coraje.
La acción se desarrolla en alguna zona rústica de España, en 1946, siete años después de finalizar la Guerra Civil, como se encarga de recordar un letrero al comienzo del film. Pronto conocemos al villano de la historia, al que todos llaman Capataz, un tipo con malas entrañas para quien los demás no son sino escoria a su servicio; mientras vigila a los campesinos que recogen la cosecha, una mujeruca llega desde su cortijo para informarle de que el Niño, así llamado en todo momento, ha escapado de donde estaba recluido, llevándose el reloj de oro del Capataz. Entonces comenzará la caza sin cuartel del crío, quien en su huida se encontrará con un pastor, al que todos llaman el Moro, del que recelará...
Intemperie es la versión cinematográfica de la novela homónima del escritor extremeño Jesús Carrasco, su ópera prima, publicada en 2013 por Seix Barral, que se convirtió en un gran éxito de ventas y de crítica, con varios premios relevantes, nacionales e internacionales. Sobre ese material de base, Zambrano y sus guionistas, los hermanos Daniel y Pablo Remón, ponen en escena una obra con diversas lecturas, todas sabrosas: está la visión en clave aventurera, la que emparenta la película con el cine del Oeste, con una ambientación y un atrezzo que recuerda poderosamente al género de géneros: caballos, sombreros y rifles, duelos y paisaje desertizado, pero también personajes: el protagonista, un hombre bueno que habrá de proteger a un ser desvalido, y el villano, que contiene a todos los villanos del western, un hijo de mala madre sin cuya existencia el mundo sería mejor. Pero hay también una lectura en clave humanista: el niño vilmente ultrajado por un varón encontrará precisamente en otro varón todo lo contrario: protección desinteresada, callado cariño, educación vital, lealtad absoluta, sacrificio sin límites; ese contraste servirá como redención del ser humano, supondrá la esperanza para el Niño de que no todo en la vida será como la abyección del Capataz con sus torpes (en su acepción de “lascivas”) enseñanzas “de facto”, sino que hay también en nuestra estirpe personas por las que merece la pena vivir, en las que se puede confiar a carta cabal.
Habrá otras lecturas igualmente sabrosas: una marxista (es Zambrano quien dirige, qué diantres), con su lucha entre el Poderoso y el Proletario, para la ocasión este pastor que sobrevive en secarrales de esparto conduciendo su pequeño ganado de ovejas y cabras, una lucha desigual, como lo es la lucha de clases, toda lucha de clases, sea hecha en clave marxista o no.
Pero por encima de todo ello, y de la visión del paisaje duro, áspero, desolador, del campo como otro personaje más, lo que restalla por encima de todas esas lecturas y niveles, es cine purísimo, una historia de seres perseguidos y de sus persecutores, una historia de humanidad a manos llenas, rodada por un Benito Zambrano que, dos décadas después de debutar en el largometraje, confirma su maestría con una obra de arte a la que es difícil poner reparo alguno, austera, sobria y rotunda como la tierra que retrata, cuidadosa en el detalle, minimalista en el rodaje, sin subrayados ni florituras, yendo al grano en esta historia dolorosa pero a la vez esperanzadora.
Gran trabajo de Pau Esteve Birba como director de fotografía; el barcelonés, a la chica callando, se está convirtiendo en un operador imprescindible: suya es la imagen, por ejemplo, de Caníbal, El autor, Arde Madrid y La peste, entre otras obras con fotografía sobresaliente. Zambrano siempre ha sido un magnífico director de actores, y aquí lo vuelve a demostrar, regalándole a Luis Tosar un nuevo personaje inolvidable, que el gallego cincela con su habitual sutileza; la sorpresa es el pequeño Jaime López, al que ya vimos en la lacerante Techo y comida (2015), de Juan Miguel del Castillo, y que ha crecido mucho, y no solo físicamente. Luis Callejo también añade un nuevo papel de malo a su colección, y ya tiene una surtida variedad: Callejo confiere a sus personajes de villano una inusual veracidad, una rara capacidad para insuflar terror entre la gente corriente, y todo ello con una notable economía de medios, solo con medidos gestos y su tono de voz. Ah, y Manolo Caro... No habrá justicia si no lo nominan al Premio Goya al Mejor Actor de Reparto: vaya papelón...
(24-11-2019)
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