Esta película está disponible en el catálogo de Netflix.
El cine colombiano actual ha mejorado claramente en cantidad de títulos y, sobre todo, en calidad. Si a finales del siglo XX apenas nos llegaban algunas muestras de su cinematografía, y siempre mucho más voluntariosas que conseguidas, como La estrategia del caracol (1993) o Golpe de estadio (1998), a partir del nuevo siglo XXI (y en especial en los últimos años) hay un apreciable crecimiento en títulos de repercusión internacional, como Sumas y restas (2004), Matar a Jesús (2017), Pájaros de verano (2018) o Monos (2019), por no hablar de la decisiva participación del país como coproductor en el gran éxito de la serie Narcos.
Carlos Moreno (Santiago de Cali, 1968) es un cineasta colombiano que tiene una ya bastante numerosa filmografía, a pesar de haber comenzado hace relativamente poco a dirigir. Su primer largo, Perro come perro (2008), llamó poderosamente la atención, y a partir de ahí ha construido una interesante carrera entre largometrajes (este Lavaperros es su octavo título de ese tipo), series televisivas y documentales. Está claramente interesado en el thriller, siempre vinculado a las peculiaridades de su tierra colombiana. Quizá su obra más conocida sea un claro antecedente de la mentada Narcos, la serie Pablo Escobar: El patrón del mal, que desbrozaría de alguna forma el camino al exitoso serial colombiano-norteamericano de Chris Brancato “et alii”.
Esta Lavaperros se ambienta en la actualidad, en la población de Tuluá, donde Dubernay, un capomafia local, manda asesinar al Pecoso, sicario de Oscar, jefecillo de un pequeño cártel de droga también de la localidad, por no haberle reembolsado una cierta cantidad de dinero prestada. A partir de ahí, Oscar y sus esbirros, Milton, Fredy y Bobolitro, entrarán en una espiral en la que, como se decía antiguamente, no se salvará ni el apuntador, mientras además son espiados por lo que parecen dos obreros de la construcción en una vivienda en obras contigua, que en realidad son dos policías tirando a pencos...
"Lavaperros" es el nombre con el que se conoce en la jerga delincuencial colombiana al último de la fila de una organización criminal: la escala ascendente sería, si hay que creer al Wikcionario, la siguiente: lavaperros, sicario, traqueto y capo. Pues aquí el último de la fila, Bobolitro, tendrá un papel esencial en el desenlace de la trama, en una comedia negra entreverada de thriller (o viceversa) que juega inteligentemente las cartas de las concatenaciones y las metafóricas fichas de dominó cuya caída va arrastrando unas a otras. Así, a partir de una inicial deuda reclamada con sangre por el matarife de turno se iniciará una espiral de violencia en torno a un jefe imbécil, el llamado Oscar, una esposa rijosa que no puede tener el bebé de su amante porque su marido es estéril, un sicario que resulta ser el amante preñador de la doñita, y un gordo como una montaña, fanático religioso y amante de una puta entrada en años (que resultará al final el personaje más verdadero, más entrañable, también el único vencedor --aun perdiendo lo más querido-- en este rifirrafe), más un veinteañero con menos seso que un mosquito, todos girando en torno a una bolsa llena de dólares, el equivalente al clásico tesoro tan presente en cine y literatura, desde El mundo está loco, loco, loco, loco a La isla del tesoro.
Con algunas escenas, es cierto, que recuerdan el tono del cine de Tarantino, en especial aquellas en las que se va cociendo a fuego lento la intriga, el suspense, como en la inicial, la película es una interesante aportación al cine de narcotraficantes en Colombia, visto con una perspectiva distinta, no estrictamente cómica, pero sí, evidentemente, con claves de humor muy apreciables. Con una pintura de personajes bien delineados, desde el jefe carajote a los policías cuyos diálogos entre ellos son entre regocijantes, inanes y absurdos (o las tres cosas a la vez), el retrato de estos mafiosos de vía estrecha y de sus persecutores no menos torpes resulta gratificante, en una narración clásica, sin florituras, con un guion bien engarzado y razonado, que no retuerce casi nunca la lógica interna, esa regla de todo buen libreto tantas veces sacrificada en el ara de los intereses de sus autores. Moreno se demuestra (¡loados sean los cielos!) como un cineasta no demasiado interesado en el cine explícito, esa lacra moderna que hace que tengamos que verlo todo, incluidos crímenes y otras lindezas, en primerísimo plano, y usa de la elipsis con frecuencia, lo que tanto le agradecemos.
Hay también lugar para los detalles curiosos, como esa Biblia que Bobolitro, el lavaperros del título, el último mono que después será esencial en el film, lleva en su vehículo como si fuera (quizá lo sea...) un GPS, o la escena de los sicarios de Oscar autojustificándose entre sí por la traición cometida, o ese pastor protestante en la iglesia a la que acude Bobolitro en un servicio religioso en el que prácticamente entra en trance cantando una canción de corte “heavy”, estilo ciertamente poco frecuente entre los de su gremio...
Algo alargada, como casi todo el cine moderno, la película es, en su conjunto, una estimulante muestra de cine colombiano, entre la comedia negra y la intriga policial, bien guionizada y dirigida, con una ajustada interpretación de una serie de actores y actrices ciertamente desconocidos fuera de su país, pero que están muy atinados en sus respectivos papeles.
(19-11-2020)
107'