Nick Hornby es un periodista y novelista británico que ha suministrado material para algunas películas de cierta relevancia en los últimos tiempos. La mejor sin duda es Alta fidelidad, y debe buena parte de su éxito a la perita dirección de Stephen Frears, sin duda uno de los más interesantes cineastas ingleses del último cuarto de siglo; en otras ocasiones no ha tenido tanta suerte, como en Un niño grande, al confluir en ésta una dirección adocenada de los hermanos Chris y Paul Weitz, y el protagonismo de uno de los peores actores británicos de los últimos tiempos, el eternamente balbuciente Hugh Grant.
Así que el éxito de las películas basadas en las novelas de Hornby depende muy mucho de quién las ponga en pie, aunque también es cierto que la propia materia del novelista no es precisamente extraordinaria. Sus personajes suelen ser tirando a estereotipos: aquí, por ejemplo, tenemos al famoso presentador endiosado cuyo mundo se va al pene (vale, al carajo queda mejor, aunque sea malsonante) cuando se descubre que tiene relaciones con una menor; la abnegada madre de hijo con parálisis cerebral; la hija de papá que lo tiene todo menos lo único que ella quiere, amor; y el joven con una empanada mental como para que le trepanen el cráneo y le saquen por las bravas semejante lío de las meninges. Con esos cuatro tópicos tipos se arma esta historia que arranca la noche de Nochevieja, cuando los cuatro desdichados convergen en un rascacielos de Londres con la idea de tirarse desde lo alto y acabar con sus problemas; como no debían tenerlo demasiado claro, la aparición de unos y otros termina por moverles a una tregua de mes y medio, hasta San Valentín, tiempo en el que los cuatro memos se comprometen a no suicidarse; luego ya veremos…
Así que estamos ante el suicidio más largo del mundo, cuarenta y cinco días. Pero lo cierto es que sólo a ráfagas las peripecias de estos cuatro plastas nos interesan; para más inri, como llenar hora y media con esta historia parecía complicado, los Cuatro de la Azotea (como los llama la prensa; recuerda la Banda de los Cuatro, aunque estos cuatro son bastante más pacíficos y no pasarán a la Historia como los genocidas chinos) se montan una estrafalaria y no bien explicada escapada a Tenerife; ya se sabe que la verosimilitud de los argumentos es la primera sacrificada en el ara de la conveniencia del guionista…
Comedia en clave de humor negro que a veces se adentra en los terrenos del drama, finalmente resulta un producto desvaído destinado a mentes biempensantes; los propios problemas que supuestamente impelen al suicidio a los cuatro de marras no dejan de ser tan etéreos que realmente no se pueden tomar en serio. Tampoco la dirección de Pascal Chaumeil, en su primera incursión en el cine británico, es precisamente una maravilla; ya había demostrado sus muchas limitaciones en Los seductores, y aquí tampoco acierta a construir una historia con un mínimo de interés.
Porque para eso habría sido precisa la suficiente mala leche como para indagar en la atracción por las niñas del famoso presentador venido a menos, o para entrar de verdad en la no-vida de la mujer de mediana edad encadenada al hijo con parálisis cerebral, o para dar sentido al trauma de la muchacha a la que la desaparición súbita de su hermana ha dejado hecha unos zorros, o para preguntarse, de verdad y sin subterfugios, por el infierno del muchacho que no sabe qué hacer con su vida. Pero para eso habría que hacer cine, cosa que, está claro, no es lo de Chaumeil.
En el elenco artístico me quedo con algunas presencias secundarias: Sam Neill, bastante apañado como político al uso pero totalmente entregado a la hija a la que teme perder; o Rosamund Pike, tan turbadoramente hermosa como siempre, que compone aquí una presentadora de talk-show con tanta mala uva que parece auténtica…
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