Pelicula:

Estreno en Netflix.


En este siglo XXI del que, cuando se escriben estas líneas, ha transcurrido algo más de dos décadas, está surgiendo en Iberoamérica un emergente a la vez que pujante cine de corte ruralista, con frecuencia también, aunque no necesariamente, indigenista. Frente al habitual cine urbanita de los países de civilización hispana y lusa, este nuevo y atractivo cine iberoamericano suele contar con pocos medios económicos, de los que sin embargo, como afirma la frase hecha, saca petróleo; también es cierto que, con frecuencia, se apoya en la financiación de países del llamado Primer Mundo. Además es relevante que ese fenómeno se está dando en la mayor parte de los países del área, desde Colombia, con films como Monos (2019), de Alejandro Landes, hasta Brasil, con El canto de la selva (2018), de Joâo Salaviza y Renée Nader Messora, pasando por Costa Rica con El despertar de las hormigas (2019), de Antonella Sudasassi, y Chile, con Diablada (2020), de Álvaro Muñoz Rodríguez.

Pero el país que probablemente está aportando un mayor caudal a este nuevo fenómeno del cine ruralista e indigenista iberoamericano quizá sea México, del que podríamos citar algunos ejemplos como Tamara y la Catarina (2016), de Lucía Carreras, Los lobos (2019), de Samuel Kishi, y Heli (2013), de Amat Escalante. Precisamente del país azteca procede (junto a otros países, ya iberoamericanos, como Brasil y Argentina, ya europeos, como Alemania y Suiza) esta más que interesante Noche de fuego, percutante drama ambientado en el México actual, en una zona rural con localizaciones en el estado de Querétaro pero que simula ser el estado de Guerrero. En ese contexto conocemos a Ana, una niña como de ocho años, y a sus amigas María (que padece de labio leporino) y Paula. La madre de Ana, Rita, como las otras del lugar, están aterrorizadas por la posibilidad de que bandas organizadas, al parecer vinculadas al narcotráfico, secuestren a su hija para una más que posible trata de blancas, así que desde pequeña la tiene aleccionada para que, a su orden, se esconda en una especie de tosco zulo fabricado por ellas mismas; también, para intentar evitar ese posible secuestro, desde pequeña la pela como si fuera un chico. El marido de Rita y padre de Ana está en Estados Unidos (al otro lado, dicen allí, eufemísticamente), pero hace tiempo que no pueden hablar con él y tampoco les manda dinero...

Tatiana Huezo (San Salvador, 1972) es una directora y guionista mexicana nacida en la República de El Salvador, que se ha formado tanto en su país de arraigo como en España, concretamente aquí en la Universitat Pompeu Fabra. Desde finales del siglo pasado viene realizando una serie de películas, primero en formato cortometraje y posteriormente en la modalidad de documental, con gran número de premios cosechados entre todos ellos. Ese prestigio le ha permitido afrontar ahora su debut en el largo de ficción con esta estupenda Noche de fuego, libre adaptación al cine de la novela Prayers for the stolen (literalmente algo así como “oraciones por las robadas”), publicada en 2012 por la escritora yanqui-mexicana Jennifer Climent.

Lo cierto es que no parece que este sea un debut en la ficción, porque Huezo, desde el principio, da muestras de una serenidad, de una capacidad para transmitir sin alharacas, como si fuera una consumada maestra en la puesta en escena cinematográfica. Es cierto que su film tiene algo también de documental, fórmula en la que Huezo se fogueó, pero ese a veces tono documental lo que hace es reforzar la naturalidad, el realismo de la historia.

Su película es, entre otras cosas, una denuncia sobre el peligro latente de las mafias criminales en las zonas rurales, donde el poder del estado apenas si llega, mafias que lo ocupan todo, desde la economía del lugar, haciendo que los lugareños trabajen para ellos en la recogida de la goma de la amapola de la que se extrae el opio en los laboratorios de los narcos con el que fabricar heroína. Esas mafias criminales, el auténtico y prácticamente único poder fáctico en la zona, diversifica sus “negocios” (por llamarlo de alguna manera) con otras florecientes industrias como la trata de blancas, en su facción menores, sombra que pesa sobre las desamparadas familias de la zona que tienen niñas o adolescentes. ¿Sabes lo que le hacen a las niñas?, le pregunta retóricamente la madre a la pequeña Ana cuando esta, rebelde, es renuente a seguir los dictados de su progenitora para protegerse de los desalmados que la buscan.

Pero esa denuncia, que lo es, está hecha de pequeños detalles, sin grandes aspavientos: el hoyo que hacen con sus propias manos la madre y la niña en el primer plano del film, iniciado en negro y solo con el sonido de la respiración entrecortada de ambas, mientras preparan esa especie de rústico zulo que, corriendo el tiempo, quizá la salve; la madre a la que han arrebatado a su hija, llorando en su casa desconsolada, mientras Ana la entrevé apenas por una rendija; la ominosa llegada de los negros todoterrenos de los narcos, como heraldos del inminente peligro; los infructuosos llamados del maestro del pueblo (profesión de riesgo con continuas sustituciones por obvias razones...) a los padres y madres para denunciar los secuestros... Todo ello visto a través de los ojos de la pequeña Ana, niña y posterior adolescente, auténtica protagonista, cuyo rostro, tan parecido entre ambas actrices, recuerda, en especial la primera, a los grandes ojos de la Ana Torrent de El espíritu de la Colmena.

Una vida callada, también en permanente estado de inquietud, mientras el marido, en la opulenta Norteamérica, parece haberse olvidado de mujer e hija, en una película natural, fresca, realista, a ratos costumbrista, de un costumbrismo no vacío sino lleno de contenido, de verdad, sin subrayados. Una vida en la que los intentos de los sucesivos maestros de conseguir implicar a los lugareños en la lucha contra las mafias no conseguirán apenas resultados, cuando el miedo atroz por las represalias es la moneda común.

Mención especial para el fuera de campo, sobre todo para los sonidos que se oyen pero no vemos a los emisores de los mismos: la madre y la hija juegan a identificar ruidos que se escuchan en los alrededores, con lo que la adulta adiestra a la niña y adolescente en los sonidos que pueden indicar la llegada de la canalla que busca secuestrarla, violentarla, venderla como carne sexual. También es interesante el peculiar hecho de que las tres amigas tengan entre ellas una gran conexión, hasta el punto de jugar repetidamente a adivinar qué está pensando la otra, con frecuentes aciertos, en una especie de comunidad de mentes, de almas, que solo se puede dar a esas edades.

Con una espléndida fotografía que huye del habitual cliché estetizante para mostrar el modesto hogar, las humildes casas del lugar, pero también la lujuriante selva, Noche de fuego es una película sentida, emocionante sin trampa, sencilla, que no simple, que sabe a verdad siendo ficción, una delicia si no fuera porque su mensaje, tan lacerante, nos remueve tan adentro.

Chapó para las actrices (esta es una película sobre todo de mujeres, y los pocos hombres que hay, salvo los sucesivos maestros, son poco recomendables, por no decir directamente despreciables), casi todas ellas no profesionales, salvo la que interpreta a la madre de Ana, Mayra Batalla, de ya larga trayectoria actoral, en un papel complejo muy bien resuelto.

(19-02-2022)


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110'

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Noche de fuego - by , Feb 19, 2022
4 / 5 stars
¿Sabes lo que le hacen a las niñas?