CRITICALIA CLÁSICOS
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Desde sus primeros planos, con los créditos en sobreimpresión, se notan las semejanzas: unas montañas azuladas y lejanas, un jinete que desde las alturas baja hacia el valle... tal cual el comienzo de El jinete pálido, la cinta con la que Clint Eastwood abría su magistral período de madurez. Se ha dicho muchas veces que ese film (más de treinta años después) era un remake de Raíces profundas, aunque más bien habría que considerarlo como una revisitación en una historia que tiene sus diferencias. Aquí, en el film de George Stevens, es un niño hijo de un matrimonio de granjeros el que lo ve bajar, allí una chica adolescente que vive con su madre, solas. Pero los conflictos que surgen sí se asemejan, con el fondo rural y ganadero en Raíces... y la minería en El jinete...
Titulada originalmente con el nombre de su protagonista, Shane, nos trae ese personaje recurrente en el cine del Oeste, el del pistolero invencible y arrepentido, que quiere rehacer su vida olvidando su pasado y su pericia, como Johnny Guitar, pero su propia honradez, su defensa de los más débiles, y las circunstancias le llevarán a tener que sacar, una vez más, sus temibles revólveres. Aquí, cuando Shane llega al valle y conoce a ese niño rubio que juega con su cervatillo (excelente Brandon de Wilde) y a sus padres, un matrimonio de honrados granjeros, cree encontrar ese oasis de tranquilidad que va buscando. Pero no es así: esta pareja, interpretada por Van Heflin y Jean Arthur, se ve hostigada (como otros vecinos) por un terrateniente ganadero que tiene sojuzgado a los débiles representantes de la ley, para que allí sólo valga la que él impone.
Raíces profundas es un western directo, sin florituras, con peleas violentas y ambientes rudos que entienden la vida como una lucha, acaso con pequeños paréntesis, como la celebración del 4 de Julio en unos EE.UU. todavía en embrión. Pero el cacique sólo quiere disponer de las tierras de todo el valle, y con argucias, sobornos o con violencia, expulsar a los colonos que le estorban. Unos ceden, se van, o pagan con su vida la rebeldía, como en la excelente escena del tiroteo en el barro. Con la llegada de un pistolero a sueldo, un magnífico y apropiado Jack Palance (curiosamente nombrado en los créditos originales como Walter Jack Palance), la situación estalla, y Shane -inevitablemente- vuelve a recurrir a sus pistolas.
Este western brillante, recio y de primer nivel lo dirige uno de esos directores (como Richard Fleischer, Fred Zinnemann o John Sturges) que nunca estuvieron en el olimpo de los grandes maestros. George Stevens lo rodó en su mejor década, los años cincuenta, cuando enlazó obras como el gran melodrama Un lugar en el sol, este film violento pero sensible e intimista que comentamos, o la gran saga familiar de Gigante, viendo cómo la primera y la última de las citadas le recompensaron ambas con el Oscar a la mejor dirección.
Digamos también que una excelente fotografía o la música de Victor Young se unen a un Alan Ladd ya consagrado, pero que nunca estuvo mejor, al siempre sólido Van Heflin y la sensible Jean Arthur (que rodó aquí su último film antes de retirarse voluntariamente de las pantallas), o habituales del western como Ben Johnson o Elisha Cook Jr. El sutil juego de miradas (¿y amores?) entre Shane y la campesina parece reafirmarse cuando el pequeño le dice al pistolero "aquí todos te queremos". El épico y esperado desenlace nos depara una tremenda pelea final entre el tramposo Wilson y el ya imparable pistolero redentor de débiles, pelea en la que el pequeño Joey salva a su héroe de una mortal trampa... Y el bucle se cierra con la alusión, de nuevo, a El jinete pálido, con su héroe el Predicador que se aleja, ahora subiendo a las montañas, y la chica suplicándole que no se vaya. Aquí es el niño el que le ruega "Shane, no te vayas...", con las cumbres azuladas de fondo.
En una etapa en la que las grandes casas, como aquí la Paramount, estaban a punto de pasar página en la historia de un Hollywood que ya no volvería a ser el mismo, cintas como esta mítica Raíces profundas suponen un recuerdo irrepetible, lejos de preciosismos posteriores, y sobre todo de unos públicos tan distintos. Y decir finalmente que en el título español, tan diferente al escueto nombre del original, los distribuidores españoles acertaron una vez más en el cambio, por su simbolismo y por una escena del inicio cuando Shane y el granjero logran sacar -con miles trabajos y sudores, pero unidos- el enorme tocón de un gran árbol, como nunca uno solo lo habría logrado...
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