Los viajes a Marte, a qué dudarlo, constituirán próximamente un venero en la temática cinematográfica. No sólo porque la primera misión tripulada al planeta rojo esté prevista para los primeros años treinta de este siglo XXI (aunque Elon Musk, el dueño de Tesla, quiera adelantar esa fecha a 2022, en un proyecto de financiación privada), sino porque ciertamente el tema es apasionante y tiene muchas posibilidades. Hasta ahora se habían hecho películas sobre Marte con un claro corte de ciencia ficción, a veces colindante con el cine de terror: recuérdense los casos de Misión a Marte (2000), de Brian de Palma, Fantasmas de Marte (2001), de John Carpenter, o Planeta rojo (2000), de Antony Hoffman, entre otras muchas. Más recientemente el cine se plantea la posibilidad de una colonización viable en Marte (The Martian) (2015), de Ridley Scott.
En Un espacio entre nosotros se da un paso más allá, y se imagina una colonización en toda regla del planeta rojo. El fautor de esa hazaña es un científico visionario, cuyo personaje parece reflejar las características de gente real de ese mismo perfil, llámense el citado Musk o el fallecido Steve Jobs, gente que supo prever el futuro y, como quien dice, inventarlo. Ese visionario pondrá una expedición en Marte en una nave que recorrerá los 200 millones de kilómetros de media que nos separan del planeta rojo en el más que escueto tiempo de 20 horas, lo que supone más de 8 millones de kilómetros por hora (eso es viajar rápido, y lo demás es cuento…). Imposibilidades científicas al margen (al menos con la tecnología actual y la previsible en las próximas décadas), la historia parte realmente del momento en el que la jefa de la misión resulta estar embarazada al llegar a la estación espacial marciana, con lo que el hijo que nace tendrá serios problemas para poder viajar a la Tierra, al estar su cuerpo acostumbrado, desde su nacimiento, a la gravedad de Marte, tan distinta de la de nuestro planeta.
La película tiene un problema, al margen de la disparatada fantasía científica que supone poder viajar a Marte en el tiempo que se tarda en llegar a Australia desde España: lo que se nos cuenta nos importa mayormente un pimiento. Porque la historia de este chico adolescente fascinado por la Tierra que no puede visitar, traumatizado por la muerte de su madre, por el desconocimiento de quién es su padre, y con un contacto en nuestro planeta que resulta ser (otra) adolescente tirando a inadaptada, lo cierto es que nos importa más bien poco.
El director británico Peter Chelsom, entre cuyos créditos (por decir algo) hay naderías como Shall We dance? (¿Bailamos?) (2004), al servicio de un Richard Gere al que ya se le había pasado el arroz, y Hannah Montana. La película (2009), al servicio de una Miley Cyrus previa a que se le subiera la bilirrubina (¡vaya metáfora…!), no se puede decir que sea un exquisito: rueda con profesionalidad, pero tiene menos pulso que un oso hibernado. Es cierto que hay algunos toques cultistas, como la referencia en clave de tributo que se marcan sobre el paralelismo del protagonista con el de Cielo sobre Berlín (1987), de Wim Wenders, o el hecho, seguramente no casual, de que ese protagonista se llame Gardner, igual que el rol de memo que hacía Peter Sellers en Bienvenido Mr. Chance (1979), de Hal Ashby. Pero en buena lógica cabría atribuir esos aciertos al guionista, Allan Loeb, que tampoco es que tenga un currículo como para presumir: es cierto que escribió el libreto de Wall Street. El dinero nunca duerme (2010), pero también la chorrada de Belleza oculta (2016).
El caso es que las dos horas que dura Un espacio entre nosotros se hacen casi tan largas como el propio viaje a Marte… Finalmente la película resulta ser, lógicamente, una marcianada, una obra olvidable, pulcramente puesta en escena, pero sin nervio ni fuerza alguna. Habrá que esperar a otro momento para que los filmes sobre nuestra futura presencia en Marte empiecen a interesar.
Protagoniza Asa Butterfield, el chico de El niño con el pijama de rayas (2008), La invención de Hugo (2011) y El hogar de Miss Peregrine para niños peculiares (2015). La verdad es que con lo joven que es, ya puede presumir de haber trabajado a las órdenes de dos de los popes del cine contemporáneo, Martin Scorsese y Tim Burton. Asa es un actor sensible y capaz, aunque es cierto que quizá su físico lo limite en el futuro, una vez que deje de ser adolescente y tenga que afrontar papeles de adulto. Del resto nos quedamos con el siempre estupendo Gary Oldman, aunque los de caracterización no se lo han currado mucho que digamos: tiene la misma apariencia (añadiendo una perilla, eso sí) al comienzo del filme que 16 años después… Entre las actrices nos quedamos con la siempre interesante Britt Robertson, aunque es curioso que a esta chica siempre le dan papeles de mucha menor edad de la que tiene: aquí, cuando rodó el filme, tenía 25 años, y su personaje dice tener 17; en 2013, en la serie televisiva La cúpula, también hacía de menor de edad, cuando ya había superado, de largo, ese período; y lo curioso es que en absoluto parece más joven de lo que es, más bien al contrario… Misterios de los responsables de casting…
(28-04-2017)
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