En este mes de marzo de 2024 (el día 7, concretamente) se cumplen 25 años de la desaparición de Stanley Kubrick (1928-1999), fallecido en el Reino Unido a causa de un fulminante infarto de miocardio. Pocos cineastas de la segunda mitad del siglo XX, pero en realidad de toda la Historia del Cine, han sido más admirados, controvertidos y (también) cuestionados como este visionario director cuyas películas, a partir de finales de los años sesenta, se esperaban como un auténtico acontecimiento, como películas que iban a marcar (como generalmente así sucedía) un antes y un después en el cine.
Nos proponemos homenajearle en este cuarto de siglo que llevamos sin Kubrick con un sucinto repaso a su filmografía, en el que nos detendremos mayormente en una de sus características más remarcables, el perfeccionismo obsesivo, para después, en un segundo capítulo tras este primero, hablar de la importante influencia que su cine ha tenido, y sigue teniendo, en el audiovisual del último medio siglo.
El perfeccionismo obsesivo
Nadie diría, viendo Fear and desire (Miedo y deseo), su primer largometraje, rodado en 1952, ni tampoco El beso del asesino, su segunda película en ese mismo formato, filmado en 1955, que Stanley Kubrick era un perfeccionista. Aquellos primeros empeños eran desmañados, inarticulados y grises: podría haberlo rodado cualquiera. Pero la razón de ello no era otra que el joven Kubrick, entonces de apenas 27 años, aún era un neófito en materia cinematográfica. Porque aquel neoyorquino (del que tantas veces se ha dicho, sin ser cierto, que era británico) se inició en el mundo artístico en el campo de la fotografía, disciplina donde alcanzó justa fama (y que sería determinante en el exquisito gusto, en la lujuriante estética de su posterior filmografía), para después encontrar su verdadera vocación en el cine.
La experiencia de aquellos mediocres primeros films comerciales, sin embargo, le fue muy de provecho, pues enseguida el joven Stanley consigue una de sus primeras grandes películas, la muy notable Atraco perfecto (1956), con una bellísima fotografía en blanco y negro, y, sobre todo, con un guión milimetrado y una puesta en escena que parecía más la de un creador veterano que la de un inseguro novato.
El éxito de este su primer gran film le abriría las puertas a la producción a gran escala, con Kirk Douglas como productor y protagonista de Senderos de gloria (1957), hermoso, vibrante alegato antibelicista ambientado en la Gran Guerra (el conflicto que la Historia conoce como Primera Guerra Mundial), con una historia tan incómoda para algunos Estados que estuvo prohibida en la España franquista, pero también en la muy democrática Francia, durante bastantes años. También bajo la férula de Douglas como productor, Kubrick rodará posteriormente Espartaco (1960), la verídica historia, adecuadamente ficcionada, por supuesto, del esclavo que se levantó contra el Imperio Romano, en un hermoso alegato sobre la libertad del ser humano, y que además supuso el regreso a la palestra, con todos los honores, del guionista Dalton Trumbo, hasta entonces incluido en la Lista Negra de Hollywood que había creado el Comité de Actividades Antiamericanas comandado por el senador McCarthy.
Stanley Kubrick siempre fue un cineasta que gustó de cambiar de género y estilo; quizá por eso en aquellos primeros años sesenta cambia totalmente el tercio y adapta a la gran pantalla la novela Lolita (1962), el clásico de Vladimir Nabokov, una turbia comedia negra de ribetes criptopedófilos que confirmaba que el cineasta neoyorquino no sólo se manejaba bien en grandes dramas; su temática, que en su momento era vidriosa, en estos tiempos actuales sería, directamente, suicida, carne de esa inquisitorial, canallesca “(in)cultura de la cancelación”.
Su posterior film también supondrá un drástico cambio de registro: nada menos que Doctor Strangelove or: or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb (o lo que es más o menos lo mismo: “Doctor Strangelove, o cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba”) que en España se tituló, de forma bastante marciana, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), una comedia no ya negra, sino nigérrima, sobre la posibilidad, entonces tan real (aunque actualmente no sé, no sé...), de que rusos y americanos desencadenaran una guerra atómica a escala mundial que redujera a cenizas el planeta.
A través de estos films, Stanley Kubrick iba siendo conocido ya como el director más paranoicamente perfeccionista que había dado Hollywood, pero con su siguiente película batió todos los records: 2001, una Odisea del Espacio (1968) es, seguramente, su obra maestra y por la que será recordado en la Historia del Cine. El rodaje, montaje y postproducción duró cuatro inacabables años, en una fatigante experiencia que dejaría exhausto, física y creativamente, a Kubrick, pero el resultado fue inolvidable; no sólo por contener la elipsis cronológicamente más dilatada del cine (dos millones de años en apenas unos segundos, ahí es nada...), sino, sobre todo, por hacer todo un planteamiento filosófico, metafísico, existencial, que resulta ser sorprendentemente proteico: y es que cada vez que vemos el film, encontramos cosas nuevas...
La naranja mecánica (1971) fue su siguiente empeño, la brillante adaptación de la entonces muy en boga novela de Anthony Burgess sobre la hiperviolencia y la actitud castradora de los Estados, suscitando una gran controversia a nivel mundial y adelantándose de nuevo, en tecnología y diseño, a cuanto se hacía entonces en el mundo. Con escenas de inusitada violencia, incluida la violencia sexual, el film estuvo prohibido en varios países, y no digamos en la España tardofranquista, no pudiendo exhibirse aquí hasta la llegada de la democracia.
Con Barry Lyndon (1974) Kubrick da un nuevo giro a su carrera y rueda, con una milagrosa fotografía de John Alcott que recuerda a los pintores del XVIII, la Inglaterra previctoriana, en una extraordinaria aventura de arribismo y decadencia de un paria que lo sería todo y terminaría no siendo nada, todo ello con la base literaria de William M. Thackeray. A finales de los años setenta Kubrick vuelve a dar un golpe de timón y rueda su primer y único film de terror, El resplandor (1980), sobre la novela The shining del entonces emergente Stephen King, un escalofriante cuento sobre la infinita capacidad del hombre para el mal en entornos apropiados para ello.
Su perfeccionismo obsesivo le hará estar siete años sin rodar, hasta que hace La chaqueta metálica (1987), su contribución al cine sobre la guerra de Vietnam, de durísimo contenido pero que, sin embargo, no consigue la altura de sus títulos precedentes ni su predicamento. Por fin, en 1999 se estrena, prácticamente coincidiendo con su muerte, Eyes wide shut, rodada durante dos interminables años, al final de los cuales los componentes de la pareja protagonista, Tom Cruise y Nicole Kidman, terminaron desquiciados y necesitaron ayuda psicológica, en una película muy libremente basada en un relato de Arthur Schnitzler, una historia sobre la sensualidad, la sexualidad y la lujuria, que cerraría una filmografía ciertamente única.
El cine de Kubrick es el cine de la perfección, la búsqueda obsesiva por la imagen, la música, la historia perfecta. Pero es también el cine del inconformismo, de la indagación exhaustiva de nuevos mundos, nuevas perspectivas, nuevas invenciones. Fue perfeccionista hasta la hartura, pero su cine ha iluminado las vidas y las mentes de varias generaciones. Aunque no fuera más que por eso, le debemos agradecimiento eterno. Si además de ello, tenemos en cuenta el mecanismo de relojería de Atraco perfecto, el canto elegíaco de Senderos de gloria, el grito desgarrador de Espartaco, la turbia lascivia apenas velada de Lolita, la inteligente corrosividad de ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, la mente esplendorosamente abierta de 2001, una Odisea del Espacio, la visionaria anticipación de La naranja mecánica, la milagrosa belleza pictórica de Barry Lyndon, el terror intelectual de El resplandor, o la ambigüedad sensual de Eyes wide shut, estaremos de acuerdo en que Kubrick es uno de los grandes nombres del cine de todos los tiempos.
Ilustración: Una imagen de Senderos de gloria, una de las primeras grandes películas de Stanley Kubrick.
Próximo capítulo: 25 años sin Stanley Kubrick: la influencia inabarcable (y II)