Enrique Colmena

El éxito comercial de Los renglones torcidos de Dios, la adaptación al cine de la novela de Torcuato Luca de Tena que ha realizado Oriol Paulo, nos parece evidenciar una realidad que vamos a glosar en una serie de artículos, en los que intentaremos constatar hasta qué punto los escritores españoles (hablamos de narradores y dramaturgos, fundamentalmente, no de los que eran exclusivamente poetas, cuya presencia en las películas estándar suele ser más bien testimonial) que durante el franquismo tuvieron una mayor o menor repercusión en el cine y la televisión hispanas, una vez llegada la democracia, han sido prácticamente laminados como fuente de inspiración de los cineastas españoles de este período constitucional en el que, afortunadamente, superamos ya de largo los casi cuarenta años que duró el régimen franquista.

Y lo curioso es que no solo el cine y la televisión se han olvidado de los escritores que podríamos llamar “franquistas”, por haber tenido estos una mayor o menor relación con el régimen, sino también de los que podríamos denominar indiferentes, aquellos que escribieron su obra sin conexión directa ni indirecta con el franquismo, aunque tampoco con una postura claramente en su contra; pero es que tampoco los que podríamos llamar desafectos, los que, dentro de España, lucharon bravamente contra el gobierno de Franco, ni siquiera los exiliados, los que tuvieron que vivir fuera de su país buena parte de la etapa franquista, se han librado de este olvido que, nos tememos, no ha sido selectivo sino generalizado, como si el cine español contemporáneo hubiera decidido que todo lo que oliera al tiempo de Franco (ya a su favor, ya en su contra, ya sin postura definida) debía ser olvidado sin remisión.

Pero hete aquí que llega ahora, contra todo pronóstico, la adaptación de una novela de un conspicuo franquista como Torcuato Luca de Tena, Los renglones torcidos de Dios, y se convierte en uno de los éxitos del cine español del año. Por supuesto, estamos ante un thriller psicológico, en la línea de un Shutter Island y con obvias reminiscencias de Alguien voló sobre el nido del cuco, sin sombra de ideología subyacente, ni franquista ni de otro tipo (aunque hay quien dice que todo acto es político…), pero ello no es óbice para que pensemos que el cine español ha mandado al baúl de los recuerdos un inmenso “corpus” argumental, generado a lo largo de casi cuarenta años por una miríada de autores de buen nivel, de una variedad temática e ideológica notable (recuérdese que hablamos de afectos, desafectos y exiliados…), e incluso, en algunos casos, con una talla de primera línea mundial.

A lo largo de esta serie de artículos vamos a desarrollar este tema en cuatro grandes bloques, glosando en primer lugar la figura de los que hemos venido en llamar “afectos”, aquellos que, bien oficialmente, bien ideológicamente, bien de ambas formas, mantuvieron una relación clara con el régimen franquista; el segundo segmento estará dedicado a los “desafectos”, a los escritores españoles contrarios a Franco que se quedaron en España pero lucharon, cada uno a su manera, para intentar derribar el régimen dictatorial e instaurar una democracia plena; el tercer bloque será el que corresponderá a los que podríamos llamar “indiferentes”, o “indefinidos”, los escritores que no se implicaron ni a favor ni en contra de la dictadura; y el cuarto, a los narradores y dramaturgos que tuvieron que crear su obra, en todo o en parte, fuera de España, por obvios motivos políticos; los llamaremos los “exiliados”. Por supuesto, y como siempre, buscamos huir de la tentación de la exhaustividad, pero no así del rigor.

Ya que ha sido Los renglones torcidos de Dios la novela que nos ha permitido que afrontemos el tema, justo es que empecemos el bloque dedicado a los escritores “afectos” al régimen por su autor, Torcuato Luca de Tena (1923-1999), de estirpe de periodistas (su abuelo fue fundador de ABC y Blanco y Negro), monárquico juanista (ya saben, partidario de la línea legitimista que abogaba por la restauración de la monarquía en la figura de Don Juan de Borbón, no en la de Juan Carlos) que, sin embargo, colaboró (aunque con alguna medida distancia…) con el régimen, siendo Procurador en Cortes (la denominación de los diputados en aquella “democracia orgánica” franquista, que ni era democracia ni era orgánica…) desde 1964 a 1977. Poeta, profuso articulista, fundamentalmente en los periódicos de su editorial, novelista, ensayista, dramaturgo… durante el franquismo varias de sus obras fueron llevadas a la gran pantalla. Así lo sería La otra vida del capitán Contreras (1955), que proponía la descabellada idea de que un capitán del ejército del siglo XVI, acosado por la Inquisición, tomara una pócima que lo dejara en letargo durante siglos, despertando en la España de los años cincuenta. De la dirección se encargó el siempre seguro (y “afecto…”) Rafael Gil, y el protagonista de esta comedia surrealista y casi fantacientífica sería Fernando Fernán Gómez. Poco después el cine vuelve a llevar a la gran pantalla un texto suyo, la novela histórica Embajador en el infierno. Memorias del capitán Palacios (once años de cautiverio en Rusia), crónica de las desdichas del militar del título, miembro de la División Azul que Franco envió a luchar junto a la Wehrmacht, el poderoso ejército nazi, y que sobrevivió a 12 años de reclusión en diversos campos de concentración soviéticos. De la dirección se encargó el siempre interesante José María Forqué, el título del film fue Embajadores en el infierno (1956), y el torturado capitán español lo interpretó… un portugués, Antonio Vilar, por aquel entonces muy popular en España, donde se había afincado. Con La mujer de otro Torcuato Luca de Tena ganó el Premio Planeta en 1961, y el cine la versionó con igual título en 1967, de nuevo con Rafael Gil a los mandos y un reparto cosmopolita, quizá para hacer creer que su tema (el adulterio de una mujer casada) no iba con la muy racial y honesta mujer española… La televisión adaptará, en el espacio El teatro (similar al mítico Estudio 1) su drama teatral Hay una luz sobre la cama (1974), con dirección de su hermano Cayetano Luca de Tena. La última versión torcuatiana a la gran pantalla será su novela Primer y último amor, adaptada en 2002 por Antonio Giménez Rico (sin pena ni gloria, todo sea dicho), en una de las pocas veces que los escritores de la época de Franco fueron llevados al cine durante la democracia, aparte de la que ha suscitado esta serie de artículos, Los renglones torcidos de Dios, de la que por cierto se hizo en México, en 1983, una primera versión con dirección de Tulio Demicheli.

Si Torcuato fue monárquico, qué no decir de José María Pemán (1897-1981), quizá el más preclaro de los escritores “afectos” al franquismo; hombre de vastísima cultura, cultivó todos los géneros literarios, y todos con igual talento: dramaturgo, novelista, poeta, ensayista, cuentista, articulista, poeta… fue con toda probabilidad el intelectual “de cabecera” del régimen. Más allá de las estrecheces ideológicas de la dictadura, cabe imaginar a dónde habría podido llegar Pemán si hubiera podido escribir su obra con una total libertad creativa. Aunque afecto al régimen, también sufrió los embates de la censura; el escritor gaditano recordaba con humor cómo le habían censurado la palabra “muslo” en una de sus obras… En consonancia con la fama que alcanzó durante el franquismo, Pemán fue llevado al cine y la televisión en numerosas ocasiones, a veces sobre su propia obra, otras con guiones originales escritos “ex profeso” para la pantalla. Cabe citar solo algunos títulos, para no hacer interminable este texto: El fantasma y Doña Juanita (1945), de Rafael Gil, Brindis a Manolete (1948), de Florián Rey, Lola, la Piconera (1952), de Luis Lucia, Teresa de Jesús (1962), de Juan de Orduña, y la serie televisiva El Séneca (1964-1970), que gozó de gran popularidad e hizo célebre a su protagonista, Antonio Martelo. También sus obras fueron profusamente adaptadas en el espacio teatral por excelencia de TVE, Estudio 1 (El divino impaciente, Metternich, La viudita naviera, La herida luminosa, entre otras). A partir de 1989, fecha de la última adaptación en un teleteatro, el de Los tres etcéteras de Don Simón, en el espacio Primera función, nada más…

Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964), periodista, novelista y cuentista, de corte irónico y con frecuencia fantástico, impregnado de su galleguismo de nacimiento, se alineó durante la Guerra Civil con el bando de Franco, para ser, ya en la postguerra, uno de sus intelectuales de referencia. Con una amplia obra narrativa, el cine español lo adaptó con frecuencia, antes de la Guerra Civil: Una aventura de cine (1928), El malvado Carabel (1935); y, sobre todo, después: El hombre que se quiso matar (1942) y Huella de luz (1943), ambas de Rafael Gil, El destino se disculpa (1946), de Sáenz de Heredia, de nuevo El malvado Carabel (1956), de Fernando Fernán Gómez, Los que no fuimos a la guerra (1962), de Julio Diamante, ¿Por qué te engaña tu marido? (1969), de Manuel Summers, y Volvoreta (1976), de Nieves Conde, entre otras. A partir de ahí solo encontramos un título con el nombre de Fernández Flórez en el apartado guion, en concreto El bosque animado (1987), de José Luis Cuerda, adaptación fundamentalmente del cuento El alma en pena de Fiz de Cotobelo, incluido en su libro de cuentos igualmente titulado El bosque animado, publicado en 1943, que hizo historia por varios motivos: por ser una más que apreciable adaptación del original de Wenceslao, con una inolvidable interpretación de Alfredo Landa del ladrón Fendetestas, y por ser la primera ganadora del Premio Goya a la Mejor Película (y otras cuatro estatuillas más). A partir de ahí, nada, y eso que el éxito de la película de Cuerda (casi setecientos mil espectadores) podría hacer pensar que ahí había un venero por explotar…

José Martínez Ruiz (1873-1967), más conocido por su heterónimo Azorín, es otra de las figuras indiscutibles de la intelectualidad española del siglo XX. Aunque en su primera juventud coqueteó con la izquierda, pronto se sintió cómodo en el conservadurismo, corriente ideológica que ya no abandonaría (en sus diversas formas, adaptándose a cada momento, como haría en el franquismo). Perteneciente a la Generación del 98, su longevidad (murió a los 93 años) le hizo vivir gran parte de la Historia de España desde finales del siglo XIX hasta el desarrollismo franquista. Cultivó varios géneros, desde la novela al artículo, desde el ensayo a la crítica literaria, e incluso hizo sus pinitos en el teatro. Curiosamente, aunque Azorín gozó de gran predicamento a lo largo de su carrera, su obra ha sido escasamente llevada a la pantalla, preferiblemente pequeña: en el espacio televisivo Platea se adaptó su drama El Doctor Death de 3 a 5 (1963); en Primera fila se versionará El segador (1964); en Tras la puerta cerrada se grabará Un álamo solitario (1965); en Teatro de siempre, su sainete en tres actos Brandy, mucho brandy; y en El teatro, Lo invisible, trilogía que englobaba algunos de los textos anteriores (en concreto Doctor Death… y El segador). La única vez que Azorín fue adaptado a la gran pantalla sería en las postrimerías del franquismo, en la versión que Rafael Gil hizo de La guerrilla (1973), novela publicada por el escritor alicantino en 1936, en una ambiciosa coproducción hispano-francesa con Paco Rabal al frente del reparto. Después, nada… o para hacer honor a la verdad, solo un humilde corto vasco, Badaezpada: el vecino afectuoso (2007), con dirección de Pello Varela, sobre un cuento del escritor de Monóvar. Aparte de eso, la democracia se ha olvidado absolutamente de Azorín…

Ilustración: Una imagen de Los renglones torcidos de Dios (2022), adaptación realizada por Oriol Paulo sobre la novela original de Torcuato Luca de Tena.

Próximo capítulo: A propósito de Los renglones torcidos de Dios: los escritores durante el franquismo, olvidados en la democracia (II). Los “afectos” (2)