Enrique Colmena

Ha muerto a los 84 años Concha Velasco, anteriormente conocida como Conchita Velasco, y, con razón, España se deshace en elogios sobre aquella muchachita de Valladolid (gracias, Joaquín Calvo Sotelo) cuya formación en danza clásica no hacía presagiar que sus inicios profesionales irían por otros derroteros muy distintos, nada menos que el flamenco, con el legendario Manolo Caracol, y no digamos la revista, con otro nombre mítico, Celia Gámez.

Pero lo cierto es que aquella muchachita vallisoletana de insólita formación clásica que sin embargo levantaba la pierna como pícara vicetiple en la compañía de Gámez, por la que probablemente nadie hubiera apostado un duro, fue revelándose con el tiempo como una actriz total, capaz de hacer igualmente bien tanto comedia como drama, de interpretar textos modernos y clásicos, de cantar y bailar formidablemente sobre un escenario, de representar complejos textos teatrales, de actuar solventemente en cine y televisión, incluso de presentar programas en la pequeña pantalla, todo ello como si fuera lo más fácil del mundo, como si no tuviera mérito alguno... pero lo tenía, por supuesto que lo tenía...


De Conchita a Concha

El cine fue el medio que le dio la primera popularidad, primero en los años sesenta, gracias a una serie de comedias que tuvieron gran repercusión popular, con frecuencia haciendo pareja artística con Tony Leblanc. Títulos como Las chicas de la Cruz Roja, El Día de los Enamorados o Los que tocan el piano descubren un talento natural para la comedia, una rara capacidad para la comicidad sin forzarla; con otros actores de comedia de la época, como Landa y López Vázquez, también formará parejas con buena química, en títulos como el díptico El arte de casarse y El arte de no casarse, y en Martes y Trece, aunque su pareja recurrente al principio de los años setenta será el cantante Manolo Escobar, con el que hará una serie de películas de comedia romántica en las que la lucha de sexos, tomada a chacota (y con un evidente paternalismo machista...) y las canciones del trovador almeriense (qué cursi me ha quedado esto...) tuvieron notable repercusión en taquilla, en títulos como Relaciones casi públicas, Juicio de faldas o En un lugar de la Manga.

Sin abandonar la comedia española (incluso, hablando en plata, la comedieta española), Conchita Velasco, que ya a mediados de los años setenta empezaba a aparecer en los créditos como Concha Velasco, empieza a virar hacia productos cinematográficos más ambiciosos, productos en los que podrá exhibir su excepcional talento dramático. Es el tiempo de la Transición, y en esos años convulsos en los que el país pasaba de una atroz dictadura de cuarenta años a la esperanza de regirse por una democracia homologable a su entorno, Velasco sorprende a los espectadores de cine con un título que marcará un antes y un después en su filmografía: hablamos de Tormento, dirigida por el vasco Pedro Olea, sobre la novela homónima de Galdós, adaptación de un escabroso relato sobre la obsesión sexual de un cura, en la que Velasco, avejentada para el papel, aparecía con un personaje a años luz de los pizpiretos papeles de las comedietas que solía interpretar. A partir de ahí, y sin dejar de lado la comedia (bien que ya en otro tono), Velasco enlaza una tras otra películas de enjundia cinematográfica, como Pim, pam, pum, ¡fuego!, de nuevo para Olea, Las largas vacaciones del 36, de Jaime Camino, Libertad provisional, de Roberto Bodegas, Las bodas de blanca, de Regueiro, y Cinco tenedores, de Fernán-Gómez, para graduarse definitivamente “cum laude” como la sensible actriz dramática que siempre fue con su participación en La colmena, la adaptación de la novela de Cela que realizó Mario Camus a principios de los ochenta. A partir de ahí su carrera llega a un punto de no retorno en el que la muchachita de Valladolid que fue vicetiple y que era muy salada en las inanes astracanadas hispanas, se convierte, a la manera de un patito feo, en una actriz total, siendo capaz de todo tipo de papeles, incluso de salir al extranjero y triunfar, como lo haría en la italiana Ernesto, de Salvatore Samperi.

En España, durante los ochenta y los noventa, trabajará para Armiñán en La hora bruja; de nuevo para Pedro Olea en Más allá del jardín, sobre la novela homónima de Antonio Gala; otra vez para Josefina Molina en Esquilache; y para Berlanga en su testamento cinematográfico, París, Tombuctú. A partir del siglo XXI la actriz se concentrará más en teatro y televisión, quizá con problemas para encontrar en cine papeles acordes a su edad, siendo su última aparición en la gran pantalla en el film de terror Malasaña 32, en 2020, cuando aún no estaba estragada por la enfermedad que la ha llevado a la tumba.


Ficción televisiva velasquiana: no demasiada, pero intensa...

Decíamos antes que Tormento supuso un antes y un después en la consideración de Concha Velasco para el público. Algo así puede decirse, en niveles televisivos, con su protagonismo en la serie catódica Teresa de Jesús, dirigida por la cordobesa Josefina Molina, en la que Concha estará eximia: probablemente (y sin probablemente...) estamos ante la mejor representación que se haya hecho en una pantalla, grande o pequeña, de la compleja personalidad de la santa de Ávila, a la vez mística y extraordinaria poeta, condiciones que, por supuesto, iban indisolublemente unidas.

Aunque en los años sesenta Velasco había intervenido en varios Estudio 1 (el teatro televisivo por excelencia de la época), la actriz vallisoletana no se prodigaría demasiado en televisión durante los ochenta y los noventa, a pesar de lo cual (declarada estajanovista) estaría en algunas series, como Yo, una mujer o Compañeros. Será ya en el siglo XXI cuando, alejada de los platós de cine por los motivos que hemos indicado, enlazará varias series televisivas en las que su gran carisma era la mejor baza de tales productos, no siempre exquisitos: Herederos, Gran Hotel, Velvet... También se estrenaría como presentadora de programas, en espacios como Sorpresa, sorpresa o Cine de barrio.


Una gran dama del teatro

Aunque no es nuestro ámbito concreto, no podemos hablar de Concha Velasco sin hacer mención, obviamente, a su faceta teatral, que completa su cualidad de actriz total, capaz de desenvolverse en cualquier medio, en cualquier género, en cualquier circunstancia que requiriera su sonrisa fresca y natural o su potente intensidad dramática. En los años sesenta, probablemente por contaminación con sus dicharacheros personajes del cine de la época, sus apariciones sobre las tablas teatrales se enmarcan en comedias tan comerciales como Los derechos de la mujer o Las que tienen que servir, ambas de Alfonso Paso, para, ya a partir de los setenta, y coincidiendo con su decidida apuesta por convertirse también en una respetada actriz dramática, hacer obras de mayor peso teatral e intelectual, como Las cítaras colgadas de los árboles, de Antonio Gala, uno de sus grandes éxitos sobre las tablas, como lo sería poco después también Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca, de Martín Recuerda (obra que, por cierto, tuve la suerte de ver en su representación en Sevilla...). Sus siguientes empeños, en esa década y en la siguiente, fueron grandes éxitos de público y crítica: Filumena Marturano, sobre la obra de Eduardo de Filippo; el musical Yo me bajo en la próxima, ¿y usted?, de Marsillach, en la que hará una excelente pareja con José Sacristán; el intimista drama Buenas noches, madre, de Marsha Norman, con Mary Carrillo; y otro gran éxito musical, Mamá, quiero ser artista, de J.J. Arteche.

Los años noventa también serán muy fructíferos: representará sobre las tablas La rosa tatuada, de Tennessee Williams, y Las manzanas del viernes, de nuevo de Gala. El siglo XXI se abrirá para Velasco, teatralmente hablando, con una adaptación del musical Hello, Dolly, de Herman y Stewart, y un nuevo Gala, Inés desabrochada; tras hacer La vida por delante, del también actor Josep Maria Pou, Velasco afronta el reto de hacer teatro clásico: será el momento de alcanzar la excelsitud como gran trágica en Hélade y Hécuba, ambas representadas en el Festival de Teatro Clásico de Mérida. Algunas obras más que tuvieron la suerte de contar con Velasco al frente, antes de retirarse en 2020, fueron Olivia y Eugenio, de Morote, y La habitación de María, de su hijo Manuel Martínez Velasco.

Concha Velasco, actriz total, uno de los nombres fundamentales del cine, la televisión y el teatro de los últimos sesenta años en España, fue galardonada, tan merecidamente, con todo tipo de premios, desde la Medalla al Mérito en las Bellas Artes hasta el Premio Nacional de Teatro, desde la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio al Goya de Honor... sin embargo, para vergüenza de los gobiernos de turno desde que se instauró el galardón (en 1980, nada menos), nunca recibió el Premio Nacional de Cinematografía ni, sorprendentemente, tampoco un Goya por su interpretación en una película. Sin comentarios...

Ilustración: Concha Velasco, junto a Paco Rabal, en una escena de Tormento, que marcaría un antes y un después en la carrera profesional de la gran actriz vallisoletana.