Enrique Colmena

Allá por julio de 2017 publicábamos en CRITICALIA un artículo titulado El cine como (laxa) lección de Historia: un flash, que glosaba las diversas películas que, durante los primeros siete meses de ese año, se habían estrenado en España con temática histórica. Un total de 14 títulos fueron entonces comentados, de muy diversa índole, tratamiento y ubicación temporal y geográfica. Terminado ya, con exceso, el 2017, nos parece que podríamos contemplar con esta segunda parte (que, digámoslo ya, teníamos previsto publicar en estas fechas) el resto de las películas de igual temática para cerrar el ciclo completo de los acontecimientos o momentos históricos que ha contado el cine a lo largo de esos 365 días.


La (omnipresente) Segunda Guerra Mundial

En 2017 se cumplió el septuagésimo segundo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, y sin embargo, ha sido, de largo, el suceso histórico más visitado por el cine en este año. Y es que esa conflagración bélica, la peor que han visto los tiempos (al menos hasta la fecha en la que se escriben estas líneas...) sigue proveyendo de material al llamado Séptimo Arte, y a su prima la televisión (que, es cierto, no tiene numeral ordinal en esa figurada relación artística...).

Y lo curioso del caso es que, si en la primera parte de este que será díptico hablábamos de la peculiaridad de que un mismo suceso, la repatriación de 300.000 soldados británicos (y también franceses) al Reino Unido, gracias a una flota de embarcaciones civiles, había sido llevado, con distintas perspectivas, al cine en dos ocasiones prácticamente a la vez, en Su mejor historia, de Lone Scherfig, y Dunkerque, de Christopher Nolan, ahora tenemos de nuevo otra repetición temática que, además, tiene dentro de sí, a la manera de las muñecas rusas, otra coincidencia más: porque resulta que Churchill, de Jonathan Teplitzky, narra de nuevo ese momento durísimo, entre finales de mayo y principios de junio de 1940, cuando el entonces premier británico, Winston Churchill, debió enfrentarse a tirios y a troyanos para conseguir recuperar a los soldados británicos acorralados en el norte de Francia por la Wehrmacht. Con una notable interpretación de Brian Cox, que se aproxima al personaje no tanto desde la mimetización sino desde la asunción del sentido del rol, el film es, sobre todo, la historia de las dudas del premier inglés y del coraje que, a pesar de esas dudas sobre si estaba haciendo lo correcto, supo insuflar en su pueblo para soportar la durísima contienda.

Y, como si una matrioshka se tratara, la otra película a la que nos referimos, El instante más oscuro, de Joe Wright, comparte con la citada tanto el momento histórico de Dunkerque como, sobre todo, el personaje central, el mismo Winston Churchill, en este caso con los rasgos casi imposibles de identificar de un Gary Oldman que, gracias a afeites, maquillajes y prótesis, y un cuidadísimo estudio del lenguaje corporal del que fuera primer ministro, consigue metamorfosearse en él, en una interpretación ciertamente memorable que probablemente le haga ganar el Oscar que no consiguió con El topo (2011). Así que otras dos películas sobre Dunkerque, pero también sobre las cuitas que el premier Churchill hubo de vencer para conseguir que lo que fue una derrota en toda regla se convirtiera en lo más parecido a una victoria moral.

Otro título ambientado en la Segunda Guerra Mundial nos ha llegado desde el Norte, desde Escandinavia: La decisión del Rey, de Erik Poppe, narra los días de abril de 1940 (curiosamente el mes antes de Dunkerque, aunque en un territorio totalmente distinto) en los que el rey de Noruega, Haakon VII, ante el embiste de los nazis, tuvo que afrontar la más dura elección posible, ceder ante el Führer y convertirse en un rey títere del Tercer Reich, o bien enfrentarse al temible ejército alemán. Aceptablemente contada, quizá resulta excesivamente monárquica para la sensibilidad actual, pero en cualquier caso es una apreciable aportación a la Historia de la Segunda Guerra Mundial en una zona, la península escandinava, en la que no se han situado demasiadas películas con esa temática.

El cuarto y último título ambientado en la ominosa contienda que iniciaron los nazis el 1 de septiembre de 1939 se sitúa en Francia; su título es Una bolsa de canicas, dirigida por Christian Duguay, que no se suele prodigar en este registro. Es una nueva versión de la novela autobiográfica de Joseph Joffo, que ya fue llevada al cine en 1975 por Jacques Doillon, con el título en España de Un saco de canicas. Esta nueva adaptación cuenta la vida del protagonista, un niño judío de apenas 10 años, que habrá de huir con su hermano adolescente para no ser deportado como sus iguales a los campos de exterminio nazi. No es una película primorosa: Duguay no es un exquisito, pero, al menos, se le reconocen las buenas intenciones de contarnos, otra vez, la felonía del genocidio que supuso el Holocausto.


(Norte)América, (Norte)América

Siendo la cinematografía estadounidense la más potente del mundo, no sólo por sus productos fílmicos y televisivos, sino por cómo ha conseguido imponer su distribución preferente en el resto del orbe, es normal que su Historia aparezca intermitentemente en nuestras pantallas. En esta ocasión, y durante la segunda parte del año 2017 (en puridad una de ellas se ha colado ya en el 2018, pero es producción del año anterior), dos son los títulos que nos cuentan hechos ocurridos en su devenir histórico.

Detroit, con dirección de Kathryn Bigelow, nos narra los sucesos acontecidos en la ciudad del título, en 1967, cuando una fútil redada en un club frecuentado por negros desata una oleada de violencia callejera que será reprimida por la Policía local, pero también por la Guardia Nacional, y donde se produjeron tres asesinatos a sangre fría de (cómo no...) tres ciudadanos afroamericanos; he estado por escribir “súbditos”, porque en aquella época ése era casi su estatus en el país, en cualquier caso ciudadanos de segunda. Vibrante alegato antirracista, pone el foco en un tiempo en el que la supuesta primera democracia del mundo relegaba a un papel accesorio a la más importante minoría racial de su población.

El segundo título incardinado en la Historia de Estados Unidos es Los archivos del Pentágono, donde Steven Spielberg nos cuenta el conflicto surgido entre el Washington Post y la administración Nixon, cuando el periódico quiso publicar papeles secretos del gobierno que dejaban en muy mal lugar a las autoridades que habían dirigido la guerra de Vietnam, que quedaban en evidencia ante sus reiteradas mentiras sobre la evolución de la contienda. Aburrida en su primera hora de metraje, la segunda se entona algo y, al menos, salva relativamente los muebles, aunque no es una buena película. Esta historia de enfrentamiento entre el David de turno (el Post, con su editora y director al frente) y el Goliat de rigor (Nixon, probablemente el peor presidente norteamericano hasta que ha llegado el tocayo del Pato Donald) tiene cosas de interés, como la denuncia del paternalismo machista del “establishment” con respecto a la editora del Post, y el ya algo reiterativo posicionamiento sobre la libertad de prensa (consagrada en la Primera Enmienda de la Constitución), que hemos visto ya en otras muchas películas y corre peligro de caer en el déjà vu.


El siglo XIX: lo que viene siendo un frito variado...

Tres son las películas que hemos visto en esta segunda parte del año 2017 que se sitúan históricamente en el siglo XIX, y no pueden ser más distintas entre sí, como veremos. Así, La reina Victoria y Abdul, dirigida por el veterano Stephen Frears, se ambienta en la corte de la soberana inglesa del título, ya en sus últimos años de vida y reinado (en su caso se extinguieron ambas circunstancias a la vez, como suele suceder a los monarcas...), en las últimas décadas del mentado siglo. En ese contexto, una aburrida, hastiada reina, viuda desde hacía ya bastantes años, ve pasar su monótona existencia sin motivos para vivir; la llegada de un pizpireto indio (realmente paquistaní, si lo vemos desde la óptica actual) como sirviente le dará nuevos bríos por hacer cosas, entre ellas aprender urdu, el idioma noble (hasta para eso hay clases, no te jode...) de la India. No especialmente distinguida, nos deparaba no obstante otra de las memorables interpretaciones de ese lujo de actriz que es Judi Dench.

En las antípodas de esta historia monarquizante, y ambientada varias décadas antes en distintos países europeos (Alemania, Francia, Reino Unido, Bélgica, entre otros), El joven Karl Marx, con dirección del haitiano afincado en Francia, Raoul Peck, nos cuenta los años clave en la formación del pensamiento del famoso filósofo del título, su amistad con Engels, sus constantes penurias económicas para llevar adelante a su familia y, por fin, la redacción y publicación del Manifiesto Comunista que sería esencial para acontecimientos históricos que tendrían lugar a partir del siglo XX. Aunque el film no es precisamente la octava maravilla, su mera existencia ya es interesante, dada la falta de presencia del padre del comunismo en el Séptimo Arte (tampoco en su prima catódica, ahora digital...).

Y, en un triple salto mortal, el tercer film ambientado en el XIX que nos ha sido dado contemplar en este 2017 es Loving Vincent, con dirección de Dorota Kobiela y Hugh Welchman, un esforzadísimo trabajo para reproducir, con la archiconocida técnica pictórica de Van Gogh, las pesquisas que el hijo del cartero supuestamente realizó sobre la muerte del pintor, mientras intenta entregar una carta al albacea testamentario del difunto artista. Aunque es evidente que la forma se come al fondo, esta curiosa película nos habla de la vida, la obra y, sobre todo, la muerte de uno de los pintores que más han influido en el arte del siglo XX.

Cine de varia laya para diversos momentos históricos. El cine como señalador de historias de la Historia, como exponente, con mayor o menor rigor, de lo que los seres humanos venimos haciendo en este planeta en el que estamos subarrendados, aunque nos creamos que somos sus propietarios. El cine como reflejo de nuestras virtudes, pero casi siempre más de nuestros defectos, de nuestras felonías, de nuestras canalladas.

Ilustración: Gary Oldman en su prodigiosa caracterización de Winston Churchill en El instante más oscuro, de Joe Wright.