Enrique Colmena

El lector sabe que el cronista, cualquier cronista, toma a veces el rábano por las hojas para tener una excusa con la que poder hablar de algún tema. En el caso de la relación entre cine e Historia, la verdad es que hay rábanos en cualquier momento, si se nos permite la expresión. De hecho, actualmente se podría hablar de ese tema, por ejemplo, comentando el curioso hecho de que un mismo asunto histórico, la retirada de las fuerzas británicas (y también de muchos soldados franceses y belgas) entre Mayo y Junio de 1940 desde la costa del norte de Francia, haya sido tocado en dos filmes casi simultáneamente, con enfoques muy distintos.


La Segunda Guerra Mundial, esa gigantesca locura

A partir de ahí podremos seguir tomando rábanos por las hojas, pero nos centraremos ahora en esos dos filmes. El primero por orden de llegada a la cartelera sería Su mejor historia, un filme de la danesa Lone Scherfig, que rueda ya con habitualidad también en el Reino Unido. Su propuesta habla de la retaguardia de ese momento histórico, en su caso ya pasado, y cómo el gobierno británico montó una operación de propaganda de esa derrota, convirtiéndola sin embargo, en el fondo, en una victoria moral, enalteciendo el valor de la población civil que acudió en masa a rescatar, con sus barquitos inermes, a varias decenas de miles de soldados ingleses. Ese acto heroico (que en la realidad fue numéricamente bastante inferior a lo que se quiso vender, con lógica de propaganda de guerra, por el gobierno de Churchill) es el paisaje en el que se desarrolla la historia de la protagonista, una mujer avanzada a su tiempo, que intentó ejercer de persona sin tener que contar con la tutela de ningún varón (en este caso su marido), a través de su decisiva participación en el guion de la ficticia película que debería levantar los decaídos ánimos de los británicos en los días en los que la Luftwaffe, la temible aviación nazi, hacía estragos con sus bombardeos en Londres y otras grandes ciudades del Reino Unido.

La otra visión sobre este hecho histórico se centra en esos pocos días en los que los ingleses tuvieron que batirse en retirada hacia su país, en una travesía que se presagiaba incierta, como así fue, aunque finalmente tuviera, en su mayor parte, un final feliz. Hablamos, lógicamente, de Dunkerque, la nueva película de Christopher Nolan, que ha recibido, en general, críticas muy positivas. El filme no pretende ser rigurosamente histórico, sino recrear algunas de las situaciones que podrían haberse creado en esa situación caótica en la que un ejército desmoralizado y acorralado por la Wehrmacht, la poderosa maquinaria militar nazi, tuvo que cruzar el Canal de la Mancha en una penosa situación, aunque el (inesperado, incluso para sus mentores) éxito de esta retirada, más el vibrante discurso de Churchill, más una propaganda adecuadamente orquestada, consiguió hacer pasar por lo más parecido a una victoria.

El flash que estamos haciendo sobre la relación entre cine e Historia se va a limitar, sin ánimo de exhaustividad, a lo estrenado en este año de 2017, del que ha transcurrido algo más de la mitad de su duración. Podría interpretarse, entonces, que los títulos a traer aquí serían pocos: nada más lejos de la realidad, como el lector podrá comprobar. Sin movernos de la Segunda Guerra Mundial, con la que hemos comenzado a raíz de la retirada de Dunkerque, podemos citar otros tres títulos con momentos históricos muy diversos. Por ir por orden cronológico de los hechos históricos, La casa de la esperanza, de la realizadora Niki Caro, narra la invasión nazi de Polonia en septiembre de 1939, comienzo de la conflagración bélica, desde la perspectiva de una pareja que regenta el zoo de Varsovia, y cómo ambos se implicaron en la salvación de judíos para evitar su envío a campos de concentración, que conllevaba el horrísono final de todos conocido. Es cierto que no es una buena película, pero aquí no estamos hablando de buen cine, sino de su relación con la Historia. Otro filme que toca la Segunda Guerra Mundial, también estrenado este año, es El hombre del corazón de hierro, con dirección del francés Cédric Jiménez, que pone en imágenes una historia que se ha llevado ya varias veces a la pantalla, el atentado contra el odioso Reinhard Heidrych, temible jefe de las SS, enviado a Praga por Hitler para sofocar la resistencia checa; recientemente se pudo ver esta misma historia en Operación Anthropoid, de Sean Ellis, aunque en el filme de Jiménez se sigue la vida del felón nazi desde su juventud hasta que se convirtió en la pesadilla de la población checa y terminó muriendo de septicemia a consecuencia de las heridas recibidas en el atentado.

Muy distinto es lo que se nos narra en Land of mine. Bajo la arena, con dirección del danés Martin Zandvliet. Aunque la peripecia concreta narrada es ficticia, se enmarca en una realidad histórica, el hecho de que, tras terminar la Segunda Guerra Mundial con la rendición por parte de Alemania, dos mil soldados germanos, en su mayoría casi adolescentes, fueron destinados a las playas de Dinamarca para desactivar más de un millón de minas que la incuria del Alto Mando nazi había hecho sembrar allí, suponiendo que el desembarco de los aliados tendría lugar en las playas de la península de Jutlandia en vez de en las de Normandía, como finalmente fue. Ese lacerante momento histórico, en el que murieron más de mil soldaditos alemanes, que por edad no pudieron intervenir en ninguna de las tropelías que sus canallescos jerarcas impulsaron, confirma que la guerra, cualquier guerra, puede hacer intercambiar los papeles de verdugos y víctimas en un abrir y cerrar de ojos, y que ese intercambio no será, tampoco, justo, aunque pueda ser legal.


Estados Unidos, la primacía de la primera potencia

Lógicamente, siendo el cine norteamericano el preponderante en todas las pantallas del mundo (vale, en las de Corea del Norte no, pero no tenemos ninguna intención de parecernos a ellos…), su Historia está también permanentemente presente en el cine, en muy diversas formas y poniendo en escena muy diferentes momentos históricos. Si seguimos con la tónica de seguir cronológicamente los acontecimientos históricos, tendríamos que empezar por El nacimiento de una nación (2016), el fresco historicista puesto en imágenes por Nate Parker como director, guionista, protagonista y productor, sobre la incipiente conciencia liberadora que la raza negra comenzó a tener, allá en las primeras décadas del siglo XIX, y que desembocaría a mitad de ese siglo en la abolición de la esclavitud por parte de la Administración Lincoln y la subsiguiente Guerra de Secesión, declarada por los Estados sureños, que consideraban dañada su economía con esa (por lo demás tan justa) abolición. La historia narrada por Parker tiene una base real, aunque lógicamente magnificada para hacerla más amena en cine; su protagonista, una especie de Espartaco negro, sería el primero de otros muchos que se levantaron contra la ignominia a la que la raza blanca dominante los tenía relegados.

Los años sesenta son un auténtico filón histórico: el mundo comenzó a cambiar, y de qué forma, en esa década prodigiosa, y el cine, solo en los escasos siete meses de este 2017 que comentamos, nos ha traído varias muestras de lo más diverso en la Historia de Estados Unidos. En Figuras ocultas se nos cuentan los verídicos hechos por los que la aportación de varias mujeres negras (doble discriminación, entonces) fue esencial en la carrera espacial para poner a un norteamericano en el espacio y, a finales de la década, en la Luna. El filme de Theodore Melfi, aunque un tanto edulcorado, narra las dificultades que ese grupo de mujeres afroamericanos tuvieron que vencer para que sus colegas varones y blancos comprendieran que la capacidad matemática no tiene que ver ni con el color de la piel ni con el sexo, y pudieran contribuir, de forma decisiva, a ganar la carrera espacial que durante esa década Estados Unidos libró contra una URSS que empezó la primera pero llegó la última (para ser exactos: llegó a la Luna con robots, nada que ver caminar a Armstrong en nuestro satélite pronunciando la famosa frase…).

A esa misma década de los sesenta pertenece Jackie, dirigida por el chileno Pablo Larráin, sobre los días posteriores (también anteriores, mediante flash-backs) al magnicidio de Dallas del 22 de noviembre de 1963, en el que fue asesinado el presidente John F. Kennedy. El filme se centra en la figura de Jacqueline Kennedy, la entonces Primera Dama, en los duros días en los que tuvo que afrontar aquel determinante hecho histórico, pero también la tragedia personal de la mujer que se quedaba viuda de forma tan traumática, siendo su marido el hombre más poderoso del mundo, y cómo afrontar ese hecho y gestionar una situación tan complicada.

Aunque American Pastoral se basa en la novela más famosa de Philip Roth, y la peripecia concreta de los personajes que se nos presenta es ficticia, se enmarca en hechos reales históricos: a partir de los años sesenta, con la rebeldía de la inmensa mayoría de la juventud hacia la Guerra de Vietnam, pero también hacia la hipócrita forma de vida de una sociedad norteamericana contentísima de haberse conocido, hubo algunos grupos de jóvenes que dieron el salto a lo que ellos llamaban “lucha armada”, bajo el paradigma de que combatir contra esa sociedad, aunque ello supusiera la muerte de inocentes, era lo justo y necesario para acabar con la oligarquía dirigente. Esos hechos, que son Historia, y que el propio cine yanqui ha llevado a la pantalla en varias ocasiones (hasta hay un capítulo de Los Simpson que habla de ello), son puestos en imágenes por un Ewan McGregor en su primer largometraje como director, aunque se puede decir sin faltar a la verdad que el resultado artístico fue manifiestamente mejorable.

Todavía en Estados Unidos damos un salto de varias décadas hasta principios del siglo XXI, cuando las sectas supremacistas blancas prepararon la detonación de una bomba con material radiactivo y estuvieron a punto de conseguirlo. Un agente del FBI infiltrado entre sus huestes impidió esa catástrofe, y esa historia verídica se nos cuenta en Imperium, de Daniel Ragussis, cineasta novato que contó con Daniel Radcliffe como protagonista, lo que sin duda debió allanar bastante la producción de un filme por lo demás controvertido: y es que los ultraconservadores USA (Tea Party, Asociación del Rifle, Coalición Cristiana et alii) siguen siendo muy poderosos en el país.

Otro nuevo salto en la Historia nos trae hasta hace solo unos pocos años, 2013, cuando dos terroristas islámicos colocaron varias bombas al paso del Maratón de Boston, causando tres muertos y varios centenares de heridos. Ese trágico hecho se nos cuenta en Día de patriotas desde la perspectiva del agente de Policía que dio con la huella de los terroristas, al que da vida Mark Wahlberg, en un filme que huye del patrioterismo de baja estofa al que tan dado es el cine de plástico yanqui. Peter Berg hace así su mejor filme como director, en una dolorosa página de la Historia reciente USA.


Otras Historias, otras historias

Aparte de la Historia de Estados Unidos, tan presente siempre en el cine hodierno, hay otras Historias de otros países que también han aparecido en las pantallas grandes en estos escasos siete meses de 2017, en este flash que estamos haciendo a vuela pluma. Si seguimos por el orden cronológico histórico que nos hemos marcado, la primera a la que haremos referencia se ambienta en el siglo XVI. Hablamos de Ignacio de Loyola, el biopic sobre el santo español que fundó la Compañía de Jesús, producida por Filipinas, lo que ya es un punto exótico. La película, dirigida por Paolo Dy y Cathy Azanza, no es buena, ciertamente, pero tiene la virtud de poner en imágenes una de las figuras más interesantes del santoral de la Iglesia Católica, y que, extrañamente, ha sido poco llevada al cine o la televisión, a pesar de las indudables posibilidades fílmicas que tiene.

En Los últimos años del artista: Afterimage, el veterano Andrzej Wajda, en su testamento cinematográfico, narra la verídica historia de Wladyslaw Strzeminski, uno de los más grandes artistas polacos del siglo XX, que sería represaliado hasta la inanición por un régimen, el comunista, en el que creyó inicialmente pero al que se opuso rotundamente cuando comprobó la mezquindad, la falta de libertad, el oprobio que el nuevo gobierno suponía para el pueblo y para el arte.

En América del Sur, la ominosa dictadura del General Pinochet que se inició con el golpe de Estado que dio el Ejército en aquel país el 11 de Septiembre de 1973, aparecerá, aunque como paisaje, en un hecho también histórico narrado en Colonia, una historia ficticia pero enmarcada en un lugar real, que existió, para oprobio de la raza humana, la llamada Colonia Dignidad, que fue prácticamente un Estado dentro de otro Estado, un lugar inicialmente protegido por la felonía de la dictadura pinochetista, pero que posteriormente a su caída aún tardaría quince años en ser desmantelado, un lugar de ignominia y terror, en la que un tipo infecto y degenerado gobernaba de forma arbitraria sobre una comunidad aterrorizada. El filme del alemán Florian Gallenberger no es exquisito pero sí necesario para dar a conocer la existencia durante demasiado tiempo de ese antro de horror.

Como todo no va a ser Historia del Primer Mundo, también el cine, en tan corto espacio de tiempo como estamos analizando, estos siete meses de 2017, nos ha traído una historia incardinada en un país del tercer mundo. Clash nos cuenta una peripecia ficticia inmersa en unos hechos reales: en 2013 el ejército egipcio derroca al hasta entonces presidente, Mohamed Morsi, líder de los Hermanos Musulmanes, el poderoso partido islamista del país que había llegado al gobierno tras la Primavera Árabe. En ese contexto se produjeron varios días de importantes disturbios en El Cairo, en los que se enfrentaron los seguidores de Morsi con los partidarios de un Estado laico, además de los policías y soldados que reprimieron con extraordinaria dureza las manifestaciones en las calles. Esa ciudad convulsa, retratada por el director Mohamed Diab en una especie de microcosmos en el furgón policial en el que se localiza toda la acción, refleja meridianamente una sociedad fracturada a la que, sin embargo, el director hace un llamado para la unidad en lo fundamental.

Así que, como decíamos al principio, cualquier excusa es buena para hablar de cine e Historia. El llamado Séptimo Arte, por supuesto, no tiene por qué ser riguroso en sus exposiciones históricas: no se trata de dar lecciones de cine, o al menos no lecciones que se ajusten al milímetro a la Historia. Su función está, precisamente, en incitar la curiosidad del espectador por si, tras contar sus peripecias enmarcadas en contextos históricos, le apetece profundizar en los hechos que hemos visto, adaptados a la ficción, en la gran pantalla. Casi nada…


Pie de foto: Una imagen de Dunkerque, de Christopher Nolan.