Enrique Colmena

Ha muerto José Luis Cuerda a los 72 años, y lo cierto es que con él muere un cineasta español conocido y reconocido sobre todo por un puñado de películas que prolongarán durante mucho tiempo su nombre y su memoria. Pero Cuerda (Albacete, 1947 – Madrid, 2020) no era solo director, sino que su nombre estuvo asociado a otras facetas relacionadas con el cine, que intentaremos glosar en estas líneas, en las que hablaremos de la cualidad poliédrica del manchego.


El director de cine, el realizador de televisión

Por supuesto, como hemos dicho, Cuerda es recordado sobre todo por su faceta de director de cine y, en menor medida, realizador de televisión. Con iniciales vocaciones consecutivamente religiosa y jurídica, finalmente el joven Cuerda recaló en Televisión Española (TVE) a finales de los sesenta, donde estuvo primero en informativos, para pasar luego a los temas culturales. En 1977 debuta en la realización televisiva en TVE con dos TV-movies: una de ellas será El túnel, adaptación de la célebre novela de Ernesto Sábato, que conocería años después otra versión, mucho más costeada, de Antonio Drove; la segunda TV-movie de Cuerda será Mala racha, que avisa de las inquietudes sociales de su joven director. Tras hacer Pares y nones (1982), una comedia que podría inscribirse perfectamente en la entonces llamada “comedia madrileña” que comandaron Fernando Colomo y Fernando Trueba, Cuerda hace otra TV-movie, Total (1983), en la que ensaya lo que los teóricos del cine llamaron posteriormente “surruralismo”, un surrealismo en clave rural, con situaciones, personajes y paisajes ciertamente surrealistas, buscando el humor en los diálogos absurdos y los planteamientos argumentales disparatados.

Pero cuando Cuerda consigue realmente darse a conocer popularmente será con El bosque animado (1987), divertida adaptación de la novela homónima de Wenceslao Fernández Flórez, una sátira sobre el campo gallego, con un inolvidable personaje, el bandido Fendetestas, interpretado por un Alfredo Landa ya recuperado para el cine de calidad, un film que rozó los 700.000 espectadores y consiguió nada menos que 5 de los incipientes Goyas que se concedían ese año por segunda vez. Tras ella Cuerda rueda Amanece, que no es poco (1989), segunda incursión en la serie del “surruralismo”, y también la que consiguió más fama, constituyendo un hito en el cine español y manteniendo, décadas después, un considerable prestigio como film de culto, aunque en nuestra opinión nos parece una obra sobrevalorada.

Cuerda tuvo una evidente faceta de realizador de comedia, no solo en sus pelis “surruralistas”, pero también tuvo una cara más dramática, que de vez en cuando gustaba de plasmar en su cine. Así, La viuda del capitán Estrada (1991), en la que Cuerda combinó una mirada sobre la asfixiante sociedad española de postguerra con una historia de tintes eróticos, aprovechando el tirón de una entonces lanzadísima Anna Galiena, a pesar de lo cual el film no tuvo repercusión alguna, ni comercial ni crítica. Tampoco La marrana (1992), ya en su faceta más cómica, un cuento fílmico que hundía sus raíces en la picaresca española, funcionaría, a pesar de contar con un reparto de reconocidos cómicos: Landa, Resines, Alexandre... Su siguiente título parecía casi un titular de cómo se desarrollaba la carrera de Cuerda durante esos años noventa: Tocando fondo (1993) es un intento de volver a la comedia urbana, cuando la comedia madrileña estaba ya periclitada desde tiempo atrás. Es el momento entonces de volver al “surruralismo”, y Cuerda dirige Así en el cielo como en la tierra (1995), en el que sus estrafalarios personajes serán mayormente los habitantes de los cielos, con Dios Padre, Jesucristo, San Pedro y toda la corte celestial, encarnados por Fernando Fernán Gómez, Jesús Bonilla (que ya es imaginación hacerle ser Jesucristo...) y Paco Rabal, entre otros. Sin reverdecer el éxito de Amanece, que no es poco, la película mantiene al menos su fama como autor de un cierto tipo de cine de humor ajeno a las líneas habituales de la comedia española de la época.

Tras rodar para TVE la serie Makinavaja (1995-97), sobre el popular personaje del cómic inventado por Ivá, Cuerda afronta otro de sus hitos, La lengua de las mariposas (1999), una hermosa historia sobre un maestro republicano, su alumno predilecto, y cómo la guerra, el odio, el recelo hacia todo lo intelectual, será capaz de revertir una feraz relación cuasi paterno-filial, con un estupendo Fernando Fernán Gómez, epítome de los valores republicanos, y un pequeño, Manuel Lozano, que nunca estaría mejor que en esta difícilmente olvidable película que, sin embargo, solo consiguió uno de los 13 Goyas a los que estaba nominada. En taquilla funcionó muy bien, con más de un millón de espectadores, y la crítica la ensalzó, con razón, como una de las mejores cintas españolas de la década.

A pesar de ese éxito, Cuerda no vuelve a rodar hasta 2004, cuando hace un segmento del film colectivo ¡Hay motivo!, producido por una serie de cineastas contra la postura del gobierno español con respecto a la II Guerra de Irak. Dos años después Cuerda dirige La educación de las hadas (2006), con un Ricardo Darín que entonces estaba muy en boga (bueno, ahora también, afortunadamente...), un film que buscaba reeditar la poesía de La lengua de las mariposas, aunque no llegaba a esa excelsitud, sin ser por ello una mala película. Con Los girasoles ciegos (2008), sobre la novela de Alberto Méndez y con adaptación del gran Rafael Azcona, en uno de sus últimos guiones antes de morir, Cuerda incursiona de nuevo en el tiempo histórico de la postguerra española, con un “topo” enclaustrado en su casa para no ser represaliado, y su mujer, de muy buen ver, que será asediada por un curita franquista que no tiene demasiado claro aquello de la castidad en la clerecía. Aunque estuvo nominada a 15 Goyas, solo consiguió uno, cosecha que se antoja muy escasa para un film que, sin ser la octava maravilla, sí reflejaba muy bien el ambiente de sordo miedo que se vivía en la inmediata postguerra, sobre todo en las familias de tradición republicana e izquierdista.

Todo es silencio (2012) fue su penúltimo film, un narco-thriller no especialmente distinguido, que confirmaba que no era un género en el que Cuerda estuviera a gusto, para despedirse de la realización cinematográfica con la cuarta entrega de la tetralogía “surruralista”, Tiempo después (2018), ahora presentando un mundo allá por el año 9000, más o menos, que se ha concentrado en un único edificio, a la manera del cómic de 13 Rue del Percebe, de nuevo con sus personajes estrafalarios y anacrónicos, que, sin embargo, no convenció ni a la crítica ni al público.


El actor ocasional

Cuerda, como otro de los personajes relevantes del último medio siglo, Miguel Picazo, con el que compartía monumentalidad física, si se nos permite la expresión, también hizo sus pinitos como actor, siempre con personajes secundarios pero interesantes. Así, José Luis aparecería por primera vez en pantalla en la ópera prima del teórico y posterior realizador Fernando Méndez Leite, El hombre de moda (1980), pero también en el thriller de Antonio Gonzalo Demasiado para Gálvez (1981), sobre la novela de Jorge Martínez Reverte, donde Teddy Bautista, antiguo músico y después longevo presidente de la SGAE (que terminó en chirona, dicho sea de paso...) era el protagonista. La oronda, monacal figura de Cuerda sería ideal para encarnar a un fraile dominico, con sus hábitos de época, en El rey pasmado (1991), la película de Imanol Uribe sobre la novela de Torrente Ballester que ponía en escena (y en solfa) la monarquía de los Austrias en España, con Gabino Diego como muy apropiado monarca.

Cuerda estaría también en un papelito, el impresor, en su La marrana, ya comentada, pero sobre todo en Tesis (1996), de Amenábar, en cuya génesis tendría especial relevancia el manchego, aunque eso lo comentaremos algo más adelante; en esa película hacía el papel de uno de los profesores de la facultad de Ciencias de la Información en la que se ambientaba el film. En su La educación de las hadas, ya citada, Cuerda tendrá también un papelito, casi un cameo, para cerrar sus apariciones en pantalla con otro personaje de reparto en su thriller Todo es silencio.


El descubridor, el mentor, el productor

Además de su faceta como director y realizador, sin duda la más importante en la carrera profesional de José Luis Cuerda, el cineasta manchego podría también alardear de ser el descubridor, el mentor, el propiciador de la revelación de uno de los talentos más genuinos que ha dado el cine español en el último cuarto de siglo, Alejandro Amenábar, nacido en Chile pero formado y a todos los efectos español, donde vive desde que tenía poco más de un año de vida. Amenábar es, efectivamente, uno de los cineastas más interesantes de los últimos treinta años en España, y lo es gracias a que Cuerda confió en él, cuando el joven Alejandro tenía problemas para terminar la carrera en la Complutense, a pesar de lo cual Cuerda le produjo Tesis, que deslumbraría (con sus evidentes imperfecciones, desde luego) en el panorama español de mediados de los años noventa, y permitiría al chileno-español hacer una carrera en la que nos ha dado joyas como Los otros y Mar adentro, entre otras películas de interés. Entonces, esa capacidad de Cuerda para adivinar el talento de Amenábar, y además, obrando en consecuencia, apostar por él produciéndole su primera película, cuando era un absoluto melón por calar, es, sin duda, otra de sus facetas más apreciables.

Descanse en paz el entrañable manchego que nos divirtió con sus comedias, nos emocionó con sus dramas, nos descubrió talentos ignorados y llenó la pantalla con su figura bonachona.


Ilustración: Una imagen de La lengua de las mariposas (1999), con Fernando Fernán Gómez y Manuel Lozano, una de las películas imprescindibles de José Luis Cuerda.