Enrique Colmena

En el capítulo anterior revisamos las dos primeras décadas (setenta y ochenta) de la filmografía de Fernando Colomo, al que el estreno de su último film, La tribu, nos permite esta revisitación. En esta nueva entrega completaremos el análisis de su obra, a lo largo de los años noventa y en el siglo XXI en el que se escriben estas líneas.


Los noventa, el marasmo

Decíamos en el artículo anterior que el cine de Colomo, una vez superada la etapa de la Comedia Madrileña de la que él fue santo y seña, además de creador, inspirador e impulsor, buscaba nuevos caminos para continuar con una carrera que, ya en los últimos años de los ochenta, se mostraba zigzagueante y dubitativa. Esa será también la tónica del comienzo de los años noventa, cuando afronta la dirección (junto a otros cineastas como Mariano Barroso o Álvaro Forqué) de una serie televisiva, Las chicas de hoy en día, que tuvo cierta repercusión, con una pareja de actrices, Carme Conesa y Diana Peñalver, con excelente química entre ellas. Menos afortunado será su regreso al cine con Rosa Rosae (1993), título que los que han estudiado latín entenderán perfectamente, pero el resto me temo que bastante menos. Colomo intentó reeditar ahora en cine la fórmula de las dos chicas que le había ido bien en televisión, pero el guion, del propio director, era tirando a desastroso, intentando jugar con los caracteres opuestos de las dos protagonistas, una Ana Belén y una María Barranco (entonces muy popular por sus personajes para Almodóvar a partir de Mujeres al borde de un ataque de nervios) que no terminaban de enterarse de qué iban sus papeles (y me temo que Colomo tampoco...).

Otro patinazo artístico, pero también comercial, supondrá Alegre ma non troppo (1994), en la que Colomo ensaya el cine con gay que no sabe si lo es o no, una comedia amable, quizá demasiado; blandita, quizá demasiado, que hace añorar la socarronería y la trasgresión de Tigres de papel y el cine de su primera época. Como en cine las cosas no le iban demasiado bien, el cineasta madrileño vuelve a la televisión para dirigir la serie ¡Ay, Señor, Señor!, con un Andrés Pajares en plena operación para convertirse en actor serio (hablamos de ¡Ay, Carmela! y pelis similares), que tuvo cierta repercusión y, sobre todo, descubrió para el cine y la tele a un actor tan estupendo como Javier Cámara.

El regreso al cine de Colomo tendrá lugar con El efecto mariposa (1995), comedia desplazada a Londres, que queda como muy cosmopolita, con madre e hijo y cómo la primera tendrá que despabilar al vástago, que es así como tirando un poco a carajote; al fondo, claro está, el famoso efecto del título, a vueltas con el azar, las carambolas, etcétera, en una comedia que tampoco le sacó del marasmo artístico de la década. Como no lo haría su siguiente film, Eso (1997), que no tiene nada que ver con la novela de terror de Stephen King It, que en España se retituló Eso. El “eso” del título es la virginidad del protagonista, de la que se quiere deshacer pero para lo que tiene dificultades; como se ve, la altura de la comedia ya alcanza niveles estratosféricos, emparentando, aunque no sea más que temáticamente, con los españolitos salidos del landismo y aledaños.

Quizá viendo agostada la veta de la comedia, Colomo ensaya en su siguiente título, Los años bárbaros (1998), lo que se puede considerar una dramedia, ambientada en los años cuarenta, con dos jóvenes universitarios presos del franquismo que escapan de los trabajos forzados a los que les ha condenado el régimen y recorren España con dos chicas que simpatizan con su causa... La taquilla se anima un tanto, y la película, sin tirar cohetes, parece reconstituirle un tanto en su prestigio.

Pero como si el relativo éxito de su anterior empeño, en otro género, no le animara a seguir por esa senda, su siguiente película volverá a ser una comedia. Es Cuarteto de La Habana (1999), en una época en la que a los cineastas españoles les dio por ir a hacer cine a la bella isla caribe, generalmente con poca fortuna. Como la que tuvo esta comedia más bien inane, a vueltas con músicos de jazz, madres sobrevenidas, novias embarazadas y mucho enredo pero poca diversión inteligente.


Siglo XXI: palos de ciego

El nuevo siglo, para Colomo, se caracterizará por un constante dar palos de ciego en busca, de nuevo, del metafórico unicornio que le hizo ser una “primaballerina” en el concierto del cine español. Y eso que la centuria y el milenio empezaron bastante bien con Al sur de Granada (2003), un biopic más o menos fantaseado de Gerald Brennan, o por mejor decir, de cierta etapa en la vida del famoso hispanista, cuando llegó a España, a Andalucía, por primera vez, y se enamoró, según el relato, no solo de la hermosa tierra de las Alpujarras, como cuentan las crónicas, sino también de una bella y sensual jovencita. El éxito del film, tanto en taquilla como en crítica, parece señalar el camino para Colomo, que en sus intentos dramáticos venía obteniendo una aceptación que ya no recibía en sus empeños cómicos; pero se ve que el cineasta madrileño no era de esa opinión, porque su siguiente película será de nuevo una comedia, El próximo Oriente (2006), otra vez con el enredo como ingrediente, ahora con el exotismo de un barrio multiétnico como el madrileño Lavapiés, y un lío con embarazadita bangladesí y dos hermanos que se llaman (glup...) Caín y Abel, siendo el primero un pequeño desastre y el segundo Don Perfecto... El film se acerca más al carácter del primero (fue, efectivamente, un pequeño desastre...) y no obtuvo el beneplácito ni de los espectadores ni de los especialistas.

Así las cosas, Colomo no ceja en intentar volver a dar en la diana con la comedia. Su siguiente film es Rivales (2008), con el universo de la rivalidad futbolística trasplantada a unos equipos de infantiles, con los majaderos de los padres reproduciendo los tics de los enfrentamientos de los dos grandes clubs españoles, Real Madrid y Barcelona, en una comedia que tampoco lo reconcilia con nadie, a pesar de un reparto apañado, con Ernesto Alterio, María Pujalte y Rosa Maria Sardà, entre otros.

Dado que la comedia pura no terminaba de funcionarle, Colomo da un nuevo palo de ciego y su siguiente película será una de época, ambientada en el París de los primeros años del siglo XX. Su título es La banda Picasso (2012), en la que se fantasea sobre la posibilidad (supuestamente basada en hechos reales...) de que un grupo de artistas, entre ellos Picasso y Apollinaire, pudieran dedicarse a desvalijar museos... Como era de prever, tal marcianada se pegó la gran costalada en taquilla y no interesó a nadie, contando además con un reparto de desconocidos que en ningún momento insuflaron verosimilitud alguna a aquella majadería.

Así las cosas, la penúltima película de Colomo es Isla Bonita (2015), que parece rememorar la célebre canción de Madonna, aunque en este caso la ínsula de marras es Menorca; en tono entre la dramedia y el romance, la película pasa absolutamente desapercibida. El propio Colomo (que tiene cierta tendencia a hacer cameos en sus películas) interpreta aquí uno de los personajes principales, aunque es evidente que en esa disciplina no se puede decir que sea ninguna eminencia, por ser benévolos...

Por fin, La tribu (2018) ha conseguido devolver a Fernando Colomo al primer plano de la actualidad cinematográfica. No es por la calidad del empeño (una comedia de enredo con temas tan “originales” como la amnesia temporal, y alguna escena sonrojante de puro chabacana), sino porque la taquilla ha respondido, y además de forma importante, quizá al calor de rostros conocidos como Paco León y Carmen Machi, una historia bien simple y de una tremenda elementalidad, y algunos bailecitos como de fiesta de fin de curso de instituto.

Por supuesto, nos alegramos de que el cine español tenga buenas recaudaciones: somos de la opinión, que no nos cansaremos de repetir, de que para que exista otro cine, un cine más innovador, que explore nuevos terrenos, hace falta contar con una industria potente que tenga un buen músculo de cine comercial. Pero lo que no se nos puede pedir, lógicamente, es que califiquemos de jamón ibérico de pata negra lo que no pasa de ser mortadela de marca blanca...

Fernando Colomo, cuarenta y tantos años después de Tigres de papel, parece que ha perdido los colmillos que le hicieron célebre en aquellos convulsos tiempos. Que ahora sea más un gatito de peluche que otra cosa quizá vaya también con su senectud, aunque lo cierto es que esa cualidad de suave minino le viene acompañando desde hace bastantes, demasiados años, así que no diremos aquello de que son “cosas de la edad”. Lo cierto es que, de una forma u otra, la figura del cineasta que en su momento fue santo y seña de la comedia española, hoy por hoy está desdibujada, sin un camino claro. Ojalá La tribu le permita volver a ser el que fue, le permita conseguir el favor del público y, si es posible, ser de nuevo un referente del cine español. Ojalá...


Ilustración: Paco León, Carmen Machi y otros intérpretes de La tribu en una imagen del film.