Rafael Utrera Macías

El currículum profesional de Gonzalo Suárez mantiene, a lo largo de más de medio siglo, una doble vía por la que circulan la literatura y el cine unas veces en paralelo y otras alternadamente.

Sus relatos se han ido sucediendo, desde 1962 a hoy mismo, encontrando espacio para su edición en narraciones cortas editadas en páginas literarias de publicaciones periódicas como en gavilla uniforme reunida bajo título preciso; sus novelas, con alcance argumental y técnicas narrativas propias del género, se sirven tanto de personajes nuevos como de aquellos cuya existencia se daba en textos anteriores. Valgan algunos ejemplos: De cuerpo presente, Rocabruno bate a Ditirambo, Gorila en Hollywood, La reina roja, El asesino triste, El hombre que soñaba demasiado, El síndrome de Albatros, Yo, ellas y el otro, Operación doble dos (reeditada ahora como Doble dos) y la última, a día de hoy, de título Con el cielo a cuestas.

Su obra cinematográfica, compuesta tanto por guiones propios dirigidos por él mismo como realizados por otros (caso de Aranda con Fata morgana), reúne una larga filmografía donde se dan cita sus personales trabajos literarios junto a versiones propias de mitos clásicos. Desde aquellos iniciales cortometrajes como Ditirambo vela por nosotros o El horrible ser nunca visto, pasamos a un cine profesionalizado donde convergen los primitivos estilos de un beligerante realizador, El extraño ser nunca visto, Aoom, Morbo, Al diablo con amor, con la obediencia rebelde a una forzosa industria que, con la prosa de Clarín o de Valle Inclán, estrena La regenta y Beatriz, adaptaciones ni cóncavas ni convexas como el propio realizador las catalogaría. Su personal aproximación a Frankenstein y a Don Juan, Remando al viento, Don Juan en los infiernos, ofrecerían versiones singulares donde la visión del personaje, de los personajes, en sus correspondientes contextos, enriquecerán una puesta en escena donde imagen y sonido confluyen armónicamente en beneficio de la variante ofrecida por el guionista/realizador. Títulos posteriores, El detective y la muerte, La reina anónima, El portero, entre otras, remiten a un universo personal cuyas variantes temáticas y estilísticas aseguran la existencia de una cosmovisión que, echando mano de un semejante sistema narrativo, se gesta en la literatura del guión y se hace palpable realidad icono-acústica en los límites marcados por la pantalla.

No quedaría completa esta sintética presentación del creador de Rocabruno si no mencionáramos otros aspectos de su vida profesional. Fue actor en teatros universitarios y, en diversos papeles, intervino en sus primeras películas. Invitado por Almodóvar, interpretó a Lucas en Qué he hecho yo para merecer esto. Su interés por los deportes y, en especial, por el fútbol hicieron popular su pseudónimo de Martín Girard con el que firmó en diversas publicaciones y, posteriormente, esos artículos fueron recogidos en el volumen La suela de mi zapato. Al tiempo, el entrenador Helenio Herrera publicó Yo, memorias de un genio, firmadas por él aunque redactadas por Suárez en función de su proximidad familiar. Multitud de anuncios publicitarios para cine y televisión han sido dirigidos por este realizador ovetense; él mismo ha recordado en varias ocasiones la magnificencia de algunos tal como el de la pasta italiana Barilla; rodado en Milán, tuvo un majestuoso escenario conformado por un lujoso vagón del Oriente Exprés y al tenor Plácido Domingo como excelso intérprete.

Con el cielo a cuestas

Con el cielo a cuestas es el título de la última novela publicada por Gonzalo Suárez. Los componentes de su literatura permitirían organizarla en guión cinematográfico y ofrecerla proyectada en la pantalla aunque, por ahora, es sólo literatura. O, por mejor decir, peculiar literatura de su autor por cuanto en ella hay tanto ingredientes propiamente literarios usados en sus películas como recursos, habitualmente cinematográficos, visibles en sus novelas.

Dedicada a su hija Anne-Héléne, se abre con una cita, “La aliteración de las alas de los pájaros muertos altera con su aleteo el aire de París”, donde lo que menos importa es la autoría y lo que más, la figura retórica, propiciada mezcla de evidente aliteración como de simbólica onomatopeya. Desde esta inicial sugerencia, la capital francesa, escenario de los hechos, dispondrá de un enrarecido ambiente donde la mano de Alfred Hitchcock estará muy presente aunque, por precaución, el autor no permitirá que la veamos.

En efecto, el preámbulo que abre el libro maneja la terminología característica de los cuentos con el habitual “érase una vez” unido a la temporalidad y espacialidad donde se situará la acción: un París de los años 50 del siglo XX, reanimado tras la segunda guerra mundial, y acosado por la independencia de Argelia. El autor, que vivió esta experiencia como propia, retrata una ciudad donde cruza específicos contextos socioculturales con una selectiva toponimia precisa y suficiente; ambos elementos actúan como límites para propiciar el adecuado entrecruzamiento de personajes, las acciones que llevarán a cabo, los ambientes profesionales o de ocio, el final previsto o inesperado.

Las evocaciones del autor, fruto de su experiencia parisina, se abren paso, sutil o abruptamente, en el entramado de la ficción, y ello da lugar a la presencia del mismo no sólo como narrador omnisciente sino propiciando la relación con sus criaturas; así por ejemplo, se dice que uno de los personajes femeninos irrumpe en la página “sin pedirme permiso”. Todavía más, ciertos pasajes, parisinos o madrileños, nos permitirían catalogarlos como de fuerte presencia biográfica del autor, personaje real existente junto a sus figuras aunque estableciendo la pertinente separación con ellas. Tales seres de ficción responden a los nombres de Lorenzo, un combatiente de la guerra civil española exiliado en Francia; Frederica, bella mujer con sexo de hombre casada con el estomatólogo Gallet; Nora, amiga íntima de la anterior y sentimentalmente vinculada a un escritor extranjero; Arlette, joven enfermera amiga del español.

Otro grupo de personajes, a los que sería inadecuado nombrarlos como secundarios, crean atmósferas y ambientes adecuados y oportunos (o inoportunos) para el mejor desarrollo de los hechos, sean estos de carácter sentimental o de marcado fondo misterioso donde la muerte no es ninguna excepción. El sótano del tabernero Barandón es lugar idóneo para que su hijo y el amigo de éste conviertan a los pájaros muertos en aves vivientes que pueden perturbar las vidas ajenas y actuar con fuerza telúrica, sea ello experiencia vivida o soñada. El motel de Norman Bates y su afición a la taxidermia, en versión Psicosis, de Hitchcock, no parecen estar, al menos en el ambiente, muy lejos del clima propiciado por Suárez en sus páginas.

Entre aquellos principales y estos secundarios se organiza una escala sentimental que comienza en amor puro y se desliza hacia otros comportamientos donde funcionan amores y amoríos, describibles con prosa romántica (Frederica a Nora), hasta llegar a cierto amor fou expresado mediante variables de relaciones afectivas, debidas marcas de sexualidad y algunas gotas de erotismo.

De ángeles y pájaros

El lector de la novelística de Suárez o el espectador de su filmografía, encontrará en el desarrollo de los temas y, sobre todo, en la exposición de tramas y recursos estilísticos, las expresiones propias de un autor que echa mano de su habitual cosmovisión, sea ésta mostrada literaria o cinematográficamente. Puede constituir una entretenida charada encontrar esos habituales elementos y comprobar de qué modo se ofrecen. Veamos algunos ejemplos que etiquetamos, antes de explicarlos, como “ángeles”, “pájaros”, “deporte”, “cinefilia”.

Las expresiones “ángeles caídos”, “ángel de la muerte”, “ángeles ladrones y justicieros”, se encuentran utilizadas frecuentemente en la primera parte de la novela y remiten a secuencias de películas o fragmentos de relatos donde el término o la imagen son identificables o reconocibles. En este caso, el joven Didier es un ángel “que sueña con tener alas de pájaro” y su amigo Eustache es otro ángel desheredado “que busca el cielo perdido en los desperdicios”. La significación de “ángel” está lejos de utilizarse en su unívoco sentido religioso y bíblico; muy al contrario, la humanidad parece ser el rasgo más evidente de estos seres junto a otras connotaciones próximas al desvalimiento, el desahucio, la exclusión. Vistos estos elementos, nos parece que la generación de escritores a la que pertenece Gonzalo Suárez recibe ciertas influencias procedentes de la generación anterior que, incorporadas a su mundo literario o cinematográfico, funcionan activamente en su universo personal. Acaso el Orfeo, de Cocteau, y Sobre los ángeles, de Alberti puedan señalarse como ilustres precedentes en esta personalísima Con el cielo a cuestas.

Antes hemos señalado la utilización que en la novela se hace del sótano del tabernero donde los jóvenes amigos conversan sobre los pájaros muertos y sus capacidades tantos volanderas como hipnóticas. Cada animal disecado tiene una ficha con su nombre. El recuerdo del relato “13 veces 13” se hace obligado. Por primera vez lo publicó Suárez en la revista Film Ideal, allá por diciembre de 1964. La admiración del autor por Orson Welles había quedado patente en el artículo “El cofre del pirata” y, ahora, recién estrenada Los pájaros, el colaborador de la publicación ofrecía un cuento con el título antedicho. En la entradilla del mismo, el autor dejaba clara su admiración por el mago del suspense: “Por ello, como el dromedario de la caravana, bebo en las películas de Hitchcock por la sed pasada, por la sed presente y por la sed futura (prescripción facultativa del doctor Gargantúa)”. El relato reunía a un profesor y a un detective. El primero tiene una jaula con 13 pájaros etiquetados con sus respectivos nombres y apellidos, 13 alumnos con sus respectivos…, y se sucederán 13 asesinatos de jóvenes de 13 años causados por 13 balas. ¿Cómo se librarían los alumnos de los pájaros, de Hitchcock, del profesor, del pájaro muerto sobre el pupitre?

La obsesión de Gonzalo Suárez por los animales como recurso en su obra permitiría hablar de un “zoológico” personal. En la novela que nos ocupa, además del pájaro negro, muerto sobre la cama, aparece un mirlo, un tordo, un perro, etc, etc. La fantasía del novelista convierte a la lechuza en personaje que con sus garras prende un objeto, ejecuta las funciones pertinentes y cae abatida por el disparo de Nora. Del mismo modo, una manera de definir a ciertos personajes es echando mano de la “animalización” o “zoologización”, donde tampoco faltan referencias a la reencarnación (en rata o cucaracha) y a las transformaciones de hombre en animal como ya hiciera en el relato “Desembarazarse de Crisantemo” cuyo personaje acababa, kafkianamente, convertido en jirafa. ¿No será este ser humano, mutado en animal de largo cuello, el que habita en el palacio veneciano de Lord Byron tal como se ofrece en Remando al viento? En efecto, cuando el Cardenal acude a cobrarle diezmos y primicias al lord por fornicar con la esposa del prójimo (abonado el estipendio lo seguirá haciendo), su “excelencia reverendísima” saludará, primeramente, golosina en mano, a la jirafa; seguidamente, los niños de Mary, absortos por tan doméstico exotismo unido a la naturalidad del animal, cruzan intensas miradas con éste, lo que nada bueno augura dado el clima de suicidio, desapariciones y muertes que vienen produciéndose entre amigos y familiares. En fin, volviendo a Con el cielo a cuestas, Suárez describe a Frederica, esa bella mujer con sexo de hombre, negándola como travesti y definiéndola, al modo zoológico, como “vampiro, ave de presa, mantis religiosa”.

Deporte

El interés de Gonzalo Suárez por los deportes se hace evidente en el uso manifiesto que de los mismos tiene lugar en su obra, literaria y cinematográfica. Todo lo que tenga un reglamento suscita su atracción y luego, posiblemente, intenta comprobar el uso adecuado o fraudulento del mismo: partidas de ajedrez, de billar, de tiro al blanco, duelos con armas reglamentarias, pugilato de boxeo, etc. Sin duda, el relato Combate, convertido luego en una parte de Epílogo, es uno de los más significativos. Cuando Pac Spac visita a Flo-Flo y le toma el dinero prestado, la causa última es el enfrentamiento con Martillo Pacheco para desfacer aquel entuerto pasado, donde los jueces estaban vendidos, por lo que éste le ganó el combate de los pesos medios. En el nuevo encuentro, sobre agua marina volando al ralentí, se despacha un directo y se recibe un crochet, se golpean los flancos y se siega el soplo. Pac Spac / Cara de niño, habiendo derrumbado limpiamente a Dum Dum Pacheco, levanta el brazo en señal de victoria. Las reglas del juego se han cumplido finalmente sin necesidad de jueces tramposos. Una victoria ya eterna. En Con el cielo a cuestas, se relata un combate de boxeo entre el campeón de los pesos medios y el aspirante a ese título pero el autor, ahora, no plantea otra cosa que una escena tragicómica donde los personajes de la ficción intercambian zapatazos de modo que los puntos del combate alternan con los puntos de sutura.

Cinefilia

La novelística contemporánea utiliza, unas veces como recurso argumental y otras como motivo decorativo o ambiental, diversos elementos pertenecientes a la Historia del Cine, ya sean topónimos, títulos, nombres propios, etc. Gonzalo no sólo es ninguna excepción sino que su admiración y conocimiento de la cinematografía mundial le permite regar su prosa con una estimable nomenclatura que redunda en beneficio de los contenidos y de la expresión literaria.

La novela Con el cielo a cuestas contiene un puñado de nombres que, en función de su profesión o de sus características temperamentales o físicas, permiten al autor establecer pertinentes definiciones del personaje u oportunas comparaciones con parecidas circunstancias. Los actores Humphrey Bogart, Fernandel, Toshiro Mifune, Stanley Donen, Audrey Hepburn, Louis Jouvet, Sarah Bernhardt, Gerard Philippe, Veronika Lake, y algunos otros, están mencionados en específicos contextos donde su imagen, en el más amplio sentido del término, aporta precisas connotaciones al sentido de la frase, del párrafo, del capítulo.

Dos elementos nos han llamado especialmente la atención: una mención a John Ford y otra a David Niven. La primera sirve para definir al personaje, Gegé, el fascista especializado en asesinar a argelinos: es un inmaduro y “cree vivir en una película de John Ford, de esas donde aplaudíamos cuando mataban a los indios, y se va a Argelia a matar argelinos para que le aplaudan a él también”. La segunda, para personalizar el bigote de David Niven bajo la nariz de Gallet y resolverlo literariamente en metonimia con dos frases paralelas que se enuncian de este modo: “…espeta altanero el bigote de Gallet” / “…indaga impertinente el bigote de Jan”; el autor remata con su opinión: “…parecen dos bigotes postizos esperando indecisos a encontrar su sitio sobre la nariz…”. En lontananza, el artículo de Buñuel “Variaciones sobre el bigote de Menjou” mantenía en los años 20 que el actor francés era quien era “por la parte positiva y definidora de su personalidad”.

Coda

Otra novela de Gonzalo Suárez, Operación doble dos, reeditada ahora como Doble dos, vincula al autor con Sam Peckinpah. Ambos, buenos amigos, pasaron varios meses en Estados Unidos preparando el guión y el rodaje de este título que, finalmente, no llegó a la pantalla. El tema era nada más y nada menos que un hipotético atentado contra Franco e Eisenhower cuando el mandatario americano decidió venir a España en visita más política que protocolaria.

Pie de foto: Rafael Utrera (izq.) y Gonzalo Suárez. Sevilla, 5 de Marzo. 2015.