Enrique Colmena

La noticia me llegó como un bombazo: el típico aviso de un mensaje de WhatsApp, el mecánico gesto de desbloquear el móvil, el querido nombre de un amigo como emisor del mismo, solo una imagen en jpg como captura de pantalla de la cuenta de Twitter de ASECAN, la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía que creamos varios críticos andaluces hace ahora 40 años. El tuit era como un “uppercut” en el plexo solar: “Desde ASECAN lamentamos informar del fallecimiento de Juan Antonio Bermúdez (1970, Jerez de los Caballeros – 2022, Sevilla). Magnífico escritor, poeta y periodista, fue vicepresidente de ASECAN, pilar fundamental para el desarrollo del cine andaluz durante las últimas décadas”. La incredulidad fue la primera respuesta. ¿Pero cómo podía ser, si apenas 24 horas antes había leído alguno de sus sabios mensajes en Facebook, comentando el final de la 19 edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla (SEFF) de la que él, como siempre, había sido esencial en la sección Panorama Andaluz?

Horas más tarde se conocieron algunos detalles más, pocos, porque JAB (como me gustaba llamarlo, por el acrónimo de su nombre y primer apellido) también en la muerte fue, como en la vida, un hombre sin estridencias. Un infarto fulminante acabó con su vida el lunes 14 de noviembre, apenas dos días después de que acabara el SEFF de la que él, como decimos, era pieza esencial desde hacía años.

Como suele suceder en estos casos en los que el “shock” toma las riendas antes de que se pueda racionalizar la noticia, me vinieron a la memoria algunos momentos de los (lamentablemente pocos) encuentros que tuve, presenciales o virtuales, con Juan Antonio...


Am’arcord (Yo recuerdo...)

(Seguro que a JAB le hubiera gustado el titulillo de este apartado, el “yo recuerdo” de Fellini que plasmó en su bello dialecto de Rimini el director itálico, ese “am’arcord” que en cine se convirtió, bellamente, en Amarcord).

Las primeras veces que vi a Juan Antonio debió ser, quizá, a finales de la primera década del siglo XXI. Él, como vicepresidente, se había incorporado a la ilusionada e ilusionante nueva directiva de ASECAN para intentar reflotarla tras lo que hemos dado en llamar sus “años de plomo” (2003-2008), tiempo en el que la Asociación cayó en un marasmo del que parecía no iba a levantar cabeza. Javier Paisano, como presidente, fue el motor de aquel nuevo impulso que pretendía (y lo consiguió plenamente) volver a poner a ASECAN en el escaparate del cine andaluz como la mejor de las herramientas para darle una visibilidad que nuestro cine reclamaba a ojos vistas, tras la eclosión que supuso primero el éxito de Solas, a finales del siglo pasado, y posteriormente los sucesivos golpes sobre la mesa que la filmografía de Alberto Rodríguez y otros cineastas emergentes andaluces fueron dando en el mismísimo Madrid, acaparando un buen número de premios Goya en sucesivas películas.

En esos primeros encuentros ya fue evidente que tanto JAB como yo mismo pertenecíamos a la archifamosa Cofradía de los Tímidos, y costó algún trabajo, por nuestra cortedad en las relaciones personales (mucho más en la mía, dicho sea de paso...), que diéramos el paso de darnos a conocer. Pero desde esa primera vez que pude estrechar su manita (los que conocieron a Juan Antonio saben entrañablemente de lo que hablo), ya supe que aquella persona era, sí, especial, ese cliché tan repetido pero que en su caso no lo era, sino la pura verdad. Desde entonces nos saludábamos con esa moderada efusividad de la que solo somos capaces los muy tímidos, a los que nos cuesta la propia vida abrirnos, pero creo que siempre tuvimos claro que había una corriente de franca simpatía, de sincero afecto.

Recuerdo especialmente algunos momentos de esta relación que (ya lo dije) me hubiera gustado que fuera mucho más intensa, pero en la que, de todas formas, tuve la suerte de beneficiarme siempre de la extrema bonhomía, de la profunda sabiduría de un hombre que sabía de todo pero jamás alardeaba de nada: de cine, por supuesto, pero también de poesía, en la que era un exquisito bardo con varios poemarios publicados; filósofo, quizá no graduado como tal, pero con una visión de la vida que no se puede denominar de otra manera; periodista de fino olfato y análisis penetrante; hombre culto por antonomasia, nada de la cultura y el arte le era ajeno; andaluz de adopción, sin perder sus raíces extremeñas, fue elemento fundamental, como ha quedado dicho, para que el SEFF incluyera entre sus secciones un Panorama Andaluz que repasaba y ponía en el escaparate privilegiado del Festival lo mejor y más granado (también lo más innovador, y lo más arriesgado) del cine andaluz de cada año.

Entre esos recuerdos de encuentros está aquella ocasión, allá por noviembre de 2017, en la que JAB, entonces vicepresidente de ASECAN y habitual emisor de los correos de la Asociación para sus miembros, pidió voluntarios para formar parte del jurado que debería decidir el Premio ASECAN al Mejor Libro Andaluz sobre Cine. Me presenté como tal y Juan Antonio me comunicó que había sido elegido junto a los compañeros Jaime Noguera y Pepe Serrano para formar parte del jurado. La entrega física de los libros que competían por el premio se vislumbró como una excelente oportunidad para el encuentro sosegado de Juan Antonio y yo, para poder charlar un rato de lo que se terciara (que, sospechábamos, sería mayormente de cine...), pero la agenda, esa dictadora, lo impidió, así que convenimos en que recogería el paquete en la Sala El Cachorro, espacio alternativo y cultural del barrio de Triana, donde JAB dejó consignado el montón de libros en cuestión, seguro que con harta dificultad, dadas las limitaciones físicas que todos le conocíamos.

Una de las ocasiones en las que el magisterio de Juan Antonio, un magisterio nunca impostado, sino sencillo, como era él, me llegó más adentro, fue con ocasión del pase en el Festival de Cine Europeo de Sevilla del año 2013 de la película franco-taiwanesa Stray dogs, que nos supuso como espectadores un pequeño infierno (a su escala, claro está...), al ser tan ajena a las propuestas más convencionales, más clásicas. Fui de los pocos que aguantamos hasta el final de las casi dos horas y veinte minutos, y la verdad es que en la crítica me despaché a gusto. Sin embargo, publicada la crítica, leí en el Face de JAB un texto que me dio que pensar: se preguntaba Juan Antonio, desde su sapiencia callada, por qué no intentábamos ver el cine con la mente abierta, por qué nos quedábamos siempre en lo que ya habíamos visto y no le concedíamos la menor oportunidad a lo que se salía de lo normal. Aquella revelación me hizo entender (con independencia de que Stray dogs fuera –y creo que lo es—una castaña pilonga, como titulé la crítica) que al cine hay que ir siempre sin prejuicios, por supuesto, pero también con el intelecto abierto, listo para propuestas nuevas, propuestas que busquen caminos no hollados hasta entonces. Aquella lección la sigo teniendo tan vigente como entonces, y eso es por JAB...

Quizá de las veces que más coraje me ha dado no haber podido estrechar lazos con Juan Antonio, porque la ocasión era ideal, fue cuando, quizá hacia 2015 (no conservo, cosa rara, datos por escrito de ello, a pesar de que mi segundo nombre es Diógenes...), JAB me comentó que estaba interesado en hacerse con un ejemplar de mi libro La vuelta al cine en 80 Sevillas, publicado por la Productora Andaluza de Programas en su colección “El ojo andaluz”, allá por 1992, pero que no había conseguido encontrarlo en las librerías en las que lo había buscado. Le dije entonces que, como en pocos días tendríamos que vernos porque había algún evento de ASECAN al que asistiríamos ambos, le llevaría un ejemplar de los que (creía, iluso de mí...) que aún conservaba. Él me contestó muy efusivamente, agradeciéndolo, y, siempre generoso, me dijo que me llevaría, en justa correspondencia, un ejemplar de su último poemario, Sesión continua en el Salón Indien, editado por la emeritense De la Luna Libros en su colección “Luna de Poniente. Poesía”. Cuál no sería mi desolación cuando, tras buscar exhaustivamente los ejemplares de mi libro que, supuestamente, conservaba, llegué a la conclusión de que tales volúmenes ya no estaban en mi poder, quien sabe si extraviados en alguna mudanza. Así que, por no ir con las manos vacías, me presenté en aquel encuentro con Juan Antonio con un ejemplar de otro de mis libros, en concreto La Historia de Andalucía en la pantalla, editado por Filmoteca de Andalucía en 2000; contrito por no haber podido cumplir con lo prometido, le dije a JAB que buscaría algún ejemplar y que se lo haría llegar en el futuro... ese futuro que (lo has adivinado, lector) nunca llegó, como siempre con esas prisas, ese “e la nave va” felliniano que preside nuestras vidas y nos impide hacer las cosas como debería ser, priorizando lo importante y postergando lo anecdótico.


Juan Antonio Bermúdez en Criticalia

Precisamente sobre ese poemario, Sesión continua en el Salón Indien, mi amigo el profesor Rafael Utrera publicó en Criticalia en 29-11-2015 un artículo, incardinado dentro de un tríptico que versaba sobre libros de cine, titulado genéricamente “Viento de cine”, del que entresacamos algunos párrafos:

Rafael Utrera Macías
Viento de cine: Sesión continua en el Salón Indien, de Juan Antonio Bermúdez
 (...)
Del andaluz José Val del Omar, autor de Agua-espejo granadino, se toma la cita del poema “Respiro en Nueva York”, perteneciente al libro “Tientos de erótica celeste”. Esa mirada “tactil” (sic en el original) no es una sinestesia de exclusiva aplicación retórica sino estudiada aplicación que, en su opinión, debe manejar el artista valiéndose de un sistema de iluminación de variados ritmos, intensidades y colores, según comunicación del cineasta, en 1955, a la Unesco. Las preocupaciones valdelomarianas están instaladas en los aledaños de la mística, la poética y la filosofía y están referidas al espacio-tiempo, al movimiento y a la relación luz y color. A Yasujiro Ozu, el autor de Cuentos de Tokio y El sabor del saque, le atrae la apariencia “evanescente” de la película, acaso porque la esencia de su cine se caracterice por su reticencia al sonido, por preferir la cámara estática y ofrecer, preferentemente, el punto de vista de la persona sentada sobre una alfombra.

La referencia elegida por Bermúdez de la escritora Virginia Woolf pertenece a un artículo, publicado en 1926, es decir, en las postrimerías del cine mudo, donde se establecen relaciones entre el ojo y el cerebro y de qué modo perverso funciona tal relación al servirse el cine de la literatura. Sin embargo, el nuevo arte puede aportar, posiblemente, un resto de emoción plástica cuando se produzca la unión de color, sonido y movimiento capaces de captar cierto tipo de belleza desconocida e inesperada. Por último, el verso que cierra las citas antedichas pertenece al poema “El cine de los sábados”, de Antonio Martínez Sarrión, incluido en su libro “Teatro de operaciones” (1967), personal recreación de sesión o sesiones cinematográficas donde populares e inalcanzables actrices deslumbraron al novicio espectador, en cuya “desabrida y fría” cena familiar, los ojos ardían “como faros”. Leer más


Un versallesco rifirrafe

JAB y yo nos comentábamos mutuamente de vez en cuando algunos de los textos que publicábamos en nuestros respectivos muros de FaceBook; él, que era muy activo en la red social, siempre con una serenidad, con una sabiduría sin subrayados, que daba gusto leerle sobre cualesquiera cosas que escribiera. Recuerdo especialmente un texto suyo en el que nos enfrascamos en lo que podría llamarse un rifirrafe, bien que con exquisitas maneras, las que corresponden a dos personas que sienten un mutuo afecto y respeto. Trató aquel versallesco rifirrafe plasmado en (quiero recordar) un hilo de su muro del CaraLibro sobre un tema recurrente hace unos años, allá por 2018 quizá, con la revisión que, por parte de cierto sector de la izquierda, se hizo en aquellos años sobre la Transición, vista por esa revisión como un grave error en su momento, que había hecho que la nuestra fuera una democracia imperfecta. Intercambiamos varias largas parrafadas, cargadas en mi caso de farragosos argumentos, y, en el suyo, de la sencillez del sabio. Por supuesto, no llegamos a ninguna conclusión, a ninguna síntesis (si vale mentar la tercera pata del famoso tríptico de la dialéctica marxista), pero sí nos emplazamos a continuar aquella feraz conversación ante una cerveza, cualquier día... ese día que (también lo has adivinado, lector) jamás llegó...

Juan Antonio, querido amigo, tan poco frecuentado por mí, lo que tanto siento... Sit tibi terra levis: Que la tierra te sea leve...