El estreno de Misterio en Venecia, la tercera parte de la trilogía agathachristeana que Kenneth Branagh viene filmando en los últimos años, cuya implicación en la misma no parece que sea cuestionable (director, protagonista, coproductor), nos pone en bandeja de plata hablar de la carrera de este belfiano (vamos, natural de Belfast), nacido en la capital norirlandesa a finales de 1960, con lo que, en la fecha en la que escribimos, roza la edad de 63 años. No hablaremos de su carrera como actor, que quizá requeriría un tratamiento específico y monográfico, y con frecuencia tiene un carácter más de “pane lucrando” (¿se podría decir “caviar lucrando”?), sino como director, que nos parece más personal y con visos de autoría, en los términos habituales definidos hace también tiempo por André Bazin et alii.
Emigrado con su familia a los 9 años a Inglaterra, huyendo del ambiente irrespirable de finales de los años sesenta en Irlanda del Norte, se cuenta que Branagh quiso ser actor tras ver en un escenario a Derek Jacobi en el papel protagonista de Hamlet (quizá como agradecimiento, Kenneth ha contado con este su involuntario mentor en cinco de las películas que ha dirigido). Formado a partir de entonces en la prestigiosa Royal Academy of Dramatic Art (RADA) (por sus clases han pasado como alumnos gente como Michael Caine, Judi Dench, John Hurt, Glenda Jackson o Anthony Hopkins, por citar solo algunos nombres indiscutibles), sería sin embargo su papel protagónico sobre las tablas de Enrique V, en el seno de la Royal Shakespeare Company, la que le daría su primera fama, después cimentada al crear su propia compañía teatral, llamada Renaissence. En cine había comenzado como actor con pequeños papeles a principios de los años ochenta, a veces sin acreditar (Carros de fuego, Otro país) hasta conseguir sacar cabeza ya en roles de cierta relevancia (Un mes en el campo, Temporada alta).
Pero el momento de la eclosión de Branagh en cine vendrá dado por la briosa versión que en 1989 dirigió para la gran pantalla del drama shakespeareano Enrique V, que marcaría una de las dos tendencias que en su carrera como realizador se pueden apreciar, la que pone en escena versiones de obras del Bardo, o de su periferia, y la que se aleja del universo del Cisne de Avon para recalar en otros caladeros culturales diferentes, a veces incluso simplemente caladeros comerciales, a pesar de lo cual, casi siempre, en esos otros empeños no shakespeareanos late un cierto aliento del inmortal autor de Macbeth.
Shakespeare (con algunos excursos)
Su primera etapa como director está plagada de esas versiones shakespeareanas, quizá receloso Kenneth de adentrarse en otros terrenos no explorados, no conocidos, dada su formación eminentemente clásica y basada en la obra del Bardo. Esa primera etapa abarcaría entre el año de su debut en la realización cinematográfica, 1989, hasta 2006, fecha en la que rueda su última adaptación shakespeareana hasta la fecha de escribir estas líneas, si bien después de ese año, como veremos, habrá una peculiar, y muy personal, aproximación al universo del autor que nos dejó el monumental First Folio.
Como decíamos, su primera incursión en el cine será con una nueva versión de Enrique V (1989), que llamó poderosamente la atención por la vigorosa puesta en escena, por la actualización del teatro en el cine, haciendo de la obra teatral una película con todas sus consecuencias, buscando (y en buena medida consiguiéndolo) evitar que se notara su origen. Con una potente filmación, la historia de este príncipe tarambana que, llegado el momento, supo madurar y convertirse en sensato rey (otro arquetipo creado por el gran William, el paso de la inconsciencia adolescente a la serenidad de la edad adulta: esto sí que es un “coming age”…), tuvo un resonante éxito, estando incluso nominada a tres Oscars, de los que consiguió uno por el Diseño de Vestuario. El propio Branagh interpretaba al personaje central, el príncipe que devendría rey sabio, rodeándose de un elenco de exquisitos actores shakespeareanos, desde Derek Jacobi a Judi Dench, desde Paul Scofield a Ian Holm.
En uno de esos excursos fuera de la órbita de Shakespeare que Kenneth probó al principio de su carrera, su siguiente film como director será Morir todavía (1991), un thriller de corte psicológico con el que el belfiano pareció testar otras opciones, en una película que presentó otra faceta del entonces todavía neófito cineasta, si bien quedó claro que el interés de crítica y público descendió con respecto a su ópera prima.
El tercer título como director de Branagh fue más un compromiso personal que una apuesta autoral: Los amigos de Peter (1992), crónica de un reencuentro de antiguos amigos, fue sobre todo la contribución del belfiano a la causa de la visibilización del entonces mortal virus del VIH, la epidemia del sida que durante los años ochenta y principios de los noventa, a la par que mataba gente por cientos de miles en todo el mundo, estaba prácticamente vetada de las grandes pantallas, estigmatizada como una enfermedad solo de gais y, según la mentalidad de la época, por ello no digna de aparecer en cine y televisión. Branagh, muy concienciado, como toda la comunidad artística mundial, por este gravísimo problema sanitario, echó su cuarto a espadas en este film que buscaba, y lo conseguía, presentar en pantalla con toda normalidad a un seropositivo (ficticio, en este caso, su amigo Stephen Fry) que interactuaba con los demás con naturalidad, sin tabúes.
Pero Shakespeare vuelve de nuevo a ser objeto de interés de Branagh en su siguiente film, como si entonces no pudiera desmarcarse demasiado de la obra del Cisne de Avon. Así, al año siguiente acomete la adaptación al cine de la divertida comedia Mucho ruido y pocas nueces (1993), un enredo renacentista en el que Kenneth se toma algunas libertades que entonces llamaron mucho la atención (hoy lo sería menos…), como el hecho de que Don Pedro, príncipe de Aragón, sea de raza negra (con los rasgos de Denzel Washington, concretamente). Con repartazo (el propio Branagh, más el citado Denzel, y además gente tan buena como Imelda Staunton, Emma Thompson –por aquel entonces esposa de Kenneth--, Michael Keaton y un jovencísimo Keanu Reeves), la película gustó por su desarmante “joie de vivre”, su alegría de vivir, en una versión vitalista y colorida.
El siguiente proyecto de Branagh se separa de la inspiración shakespeareana, pero no de la vocación de adaptación de grandes textos: es nada menos que Frankenstein de Mary Shelley (1994), que se reputa la versión más cercana a la novela que publicó en 1818 Mary Wollstonecraft, conocida en el siglo como Mary W. Shelley o simplemente Mary Shelley, por su matrimonio con el poeta Percy Bysshe Shelley. Con una vigorosa puesta en escena (una de las señas de identidad de Kenneth como director), el propio Branagh daba vida al famoso doctor que insuflaba vida a un cuerpo muerto hecho de retales humanos, personaje al que Robert de Niro prestaba una caracterización ciertamente notable, si bien la figura del monstruo que a día de hoy se sigue manteniendo en el imaginario popular es la de Boris Karloff en las películas de la Universal de los años treinta.
Como Shakespeare seguía revoloteando en el entorno creativo de Branagh, en su siguiente película como director, En lo más crudo del crudo invierno (1995), comedia escrita directamente para la pantalla por el propio Kenneth, el tema central es la preparación de la representación de una obra de teatro, que “casualmente” resulta ser... Hamlet, la obra por antonomasia del Bardo, la del “ser o no ser” que nos ha permitido la broma, casi un retruécano, del titulillo de este artículo. Así que en este caso no estamos ante una adaptación shakespeareana, sino ante una película en la que los actores y actrices preparan la representación de una de ellas, de hecho, de la obra de teatro por excelencia, en una comedia divertida que buscaba entroncar con la ligereza de las comedias del autor de Las alegres comadres de Windsor, y que debió conseguirlo porque fue laureada con el León de Plata de Venecia al Mejor Director.
Como si ese film supuestamente preparatorio para representar Hamlet le hubiera inspirado, el nuevo proyecto cinematográfico del belfiano será… Hamlet, al que en España se le añadirá el nombre del director para dejar clara su autoría, estrenándose entonces como Hamlet de Kenneth Branagh (1996), una suntuosa versión que trasladaba la historia desde la Edad Media originaria hasta el siglo XIX, lo que permitía una lujuriante ambientación de uniformes y decorados palaciegos de corte victoriano, aunque el texto isabelino se mantenía íntegramente, en una versión que se reputó la más fiel, en cuanto a texto, de cuantas se habían llevado a la gran pantalla, lo que conllevó una duración de 4 horas que, finalmente, se demostró como veneno para la taquilla: con un presupuesto de 18 millones de dólares, su recaudación no llegó siquiera a los 5 millones, a pesar de que en buena parte del mundo (España incluida) se distribuyó con una versión de poco más de dos horas. A pesar de todo, la adaptación era fastuosa, con una realización marca de la casa, respetando no solo la letra sino también el espíritu shakespeareano, y con un repartazo: aparte del propio Kenneth, que se reservó el papel protagonista, aparecen Jack Lemmon, Charlton Heston, Judi Dench, Gérard Depardieu, Robin Williams, Julie Christie, Richard Attenborough… Este batacazo en taquilla, aunque la crítica y los premios (con cuatro nominaciones a los Oscars) fueron mucho más benévolos, debió hacer reflexionar a Branagh sobre la conveniencia de seguir insistiendo en las adaptaciones de su ídolo literario.
A pesar de ello, su siguiente empeño será otra adaptación del Bardo, aunque era evidente la variante introducida en el proyecto que interesó a Branagh: porque la adaptación de Trabajos de amor perdidos (2000) es una versión "musical" de la comedia homónima shakespeareana, un divertido enredo sobre el amor, el sexo y su ausencia, voluntaria o no, con una trama que Branagh respetó en términos generales, pero poniendo a cantar y a bailar a sus intérpretes, él entre ellos, además de, entre otros, Alessandro Nivola, Alicia Silverstone, Carmen Ejogo y Nathan Lane. A pesar de que particularmente apreciamos este osado intento de poner a Shakespeare a bailar claqué, la película fue un fracaso comercial e incluso entre la crítica, poco dada entonces, según parece, a estas heterodoxias.
La última adaptación, entonces, del universo shakespeareano en la carrera de Branagh será la de Como gustéis (2006), sobre la comedia homónima del Cisne de Avon, trasladando la acción (gran herejía, según los Torquemadas de la época…) al Japón del siglo XIX, cuya pésima acogida comercial (de hecho, no llegó a estrenarse en salas en Estados Unidos, sino directamente en un canal por cable) y crítica debió confirmar a Kenneth de que sus tiempos a lomos de los caballos de Shakespeare (gracias, querido maestro Rafael Utrera…) habían terminado.
Pero de eso hablaremos en el capítulo siguiente…
Ilustración: Michael Maloney y Kenneth Branagh, en primer plano, con Derek Jacobi y Julie Christie, en el centro, al fondo, en una imagen de Hamlet de Kenneth Branagh (1996).
Próximo capítulo: Kenneth Branagh: Shakespeare o no Shakespeare (y II)