Enrique Colmena
La edición de 2010 del Sevilla Festival de Cine Europeo (SEFF, en su acrónimo anglosajón) no se ha caracterizado precisamente por la ambición. El certamen ha calcado nuevamente el esquema creado hace ya varios años bajo la dirección de Manolo Grosso (defenestrado hace tres ediciones), sin aportar novedades y con una apreciable disminución de la calidad media de las películas. El nivel organizativo ha sido aceptable, pero un certamen de estas características, que no ha sufrido merma en su presupuesto, debería tener un mayor nivel de autoexigencia en sus propuestas y un mayor riesgo en su programación.
El mascarón de proa de un certamen es su Sección Oficial, que este año ha contado con demasiadas mediocridades y sólo un par de títulos importantes. Afortunadamente, el Jurado Oficial ha sabido verlos, y el Giraldillo de Oro a la mejor película para
Son of Babylon, del cineasta iraquí Mohamed Al-Daradji, auténtica revelación del festival, ha sido incontestable, un filme poético sin caer en la cursilería, comprometido sin incurrir en la demagogia, doliente sin ser lacrimógeno; como merecido ha sido el premio a la mejor dirección para Susanne Bier, por su vigorosa
En un mundo mejor, drama sobre la violencia y cómo afrontarla, en la torturada África pero también en la civilizada Europa. Pero el resto de la Sección Oficial ha estado cuajada de mediocridades, algunas tan ampulosas y pedantes como
Tender Son, sorprendente Premio Especial del Jurado.
La nacionalidad a la que este año se dedicaba el festival era Holanda, bajo la advocación de Tulipanes Salvajes, pero lo cierto es que la muestra que se ha podido ver tendrá que ver con los tulipanes, por el país, pero poco con lo salvaje, en una selección de filmes en los que no ha habido ningún título realmente interesante, y donde, aparte de una correcta factura en casi todos ellos, se ha echado en falta una auténtica personalidad cinematográfica, sustituida con frecuencia por extravagancias como la ofrecida por
The aviatrix of Kazbek, peculiar mezcla de realismo mágico, nazis con cazamariposas y romanticismo “fou”.
Stephen Frears, Vicente Aranda y Carlos Saura recogieron premios de honor a sus dilatadas carreras, pero lo cierto es que no se acompañaron esos galardones, como hubiera parecido plausible, con retrospectivas de sus filmografías; en algún caso, como en el de Frears, dio la impresión de que el premio se justificaba por el inminente estreno de su última película,
Tamara Drewe, que inauguró el festival. Algo parecido a lo sucedido con Saura, al que el próximo estreno de
Flamenco, flamenco ponía en bandeja darle un premio y hacerle un hueco en la programación. En el caso de Joris Ivens, la retrospectiva dedicada es más propia de una filmoteca que de un certamen de cine.
La diversidad de países, idiomas y credos que coexisten en Europa ha permitido que las secciones paralelas, EFA y EURIMAGES, hayan presentado un panorama de una gran variedad, desde el histórico terrorismo italiano en
The front line hasta los conflictos religioso-familiares de la turco-alemana
When we leave, pasando por las secuelas de las guerras balcánicas en
Donkey o los efectos de males de nuestro tiempo en
Mamma Gógó. Quizá haya sido en estas secciones donde haya habido un mayor nivel de calidad y una temática más amplia y cercana al espectador.