Tras rodar Solo se vive dos veces en 1967, Sean Connery abandonó (por primera vez; después lo haría una segunda) la serie de James Bond, de la que había protagonizado hasta entonces cinco películas. Connery se sentía mal pagado en una ya entonces exitosa franquicia que daba pingües beneficios, tenía escasa empatía con los productores, y además quería evitar encasillarse en un personaje tan arquetípico como el agente 007 con licencia para matar. Harry Saltzman y Albert Broccoli, los entonces dueños de Eon Productions, la productora de casi todos los títulos de la franquicia, tuvieron que buscar a un nuevo actor que sustituyera razonablemente bien al imponente Sean Connery, de indudable carisma y “sex-appeal”. Curiosamente, como se cuenta en el muy interesante documental Todo o nada: la historia de 007 (2012), de Stevan Riley, la forma en la que se encontró a ese sustituto fue cualquier cosa menos normal: George Lazenby, un modelo australiano afincado en Londres desde unos años atrás, estaba muy interesado en ser el nuevo James Bond, una vez conocido el abandono del papel por parte de Connery. Lazenby debió ser muy insistente (pesado, decimos en mi tierra...) con Albert Broccoli, uno de los coproductores, al que mintió descaradamente haciéndole creer que tenía una filmografía cuajada de películas hechas en Rusia y China, datos que suponía (con razón...) difíciles de corroborar; pero cuando Peter R. Hunt, el director encargado del siguiente título de la franquicia (este 007 al servicio secreto de Su Majestad) habló con él, Lazenby le confesó que en realidad no era actor y que se lo había inventado todo; Hunt le dijo que cómo que no era actor, cuando había sido tan convincente al contarle a Broccoli su supuesta carrera como intérprete... y lo aceptó, en lo que, a la postre, se demostró como una decisión no precisamente acertada...
La película arranca con James Bond a bordo de su deportivo; observa a una chica (que después sabremos es la rebelde condesa italiana Teresa Di Vincenzo, conocida entre sus amistades como Tracy) que le adelanta raudamente en su coche, se detiene y se mete en el mar, con la intención al parecer de suicidarse. Bond la salva de ello, pero aparecen dos tipos encañonándolo, con los que tendrá que luchar a brazo partido hasta vencerlos; entonces ve que la chica se ha marchado. Ya en el hotel se encuentra con la bella Tracy, que juega en el casino al “black jack”, pero lo pierde todo, saliendo Bond a su rescate, ahora dinerario. Ella lo cita en su habitación, pero cuando llega a quien se encuentra es a un maromo de tamaño XXL, con el que tiene que pegarse. A la mañana siguiente, varios hombres de Draco, el padre de Tracy, un hombre de negocios pero también un mafioso, secuestran a Bond para llevarlo ante su jefe; éste le dice que le da un millón de dólares por casarse con su hija, pero 007 no quiere abandonar la soltería...
Lo primero que llama la atención del film es que su dirección fuera encargado a Peter R. Hunt, hasta entonces montador (se había encargado, de hecho, de la edición de los anteriores Bond), sin experiencia previa en la realización cinematográfica, y ciertamente se nota... la película está pesadamente narrada, es demasiado larga, y el montaje (en casa del herrero...) deja mucho que desear, en especial en las (lógicamente abundantes) escenas de acción, hechas además bastante torpemente, lo que llama la atención cuando ese tipo de escenas es, por supuesto, fundamental en un producto de cine de pura acción como éste.
La película se inicia con unos buenos títulos de crédito, apoyándose en imágenes de anteriores films de Bond, como intentando enlazar con ellas, para reafirmar que, aunque se ha cambiado al actor protagonista, el producto sigue siendo el mismo. Pero, aunque es el mismo, en realidad es distinto; por de pronto, aparecen varios rasgos de humor que en los 007 de Connery eran muy raros, y además este Bond que hace Lazenby, aparte de que él mismo es evidente que no se cree en ningún momento que sea 007, está muy cortito de carisma (lo que le sobraba a Sean), y además es bastante torpe, cosa que en el caso de Connery era impensable; Lazenby, como Bond, carece de la capacidad casi taumatúrgica del Bond de Connery. Desde un punto de vista realista se podría apreciar este cambio, pero lo cierto es que es evidentemente involuntario, así que no hay tal realismo premeditado, sino un fallo de guion. Con decir que a ratos este Bond, mucho más inseguro que el de Connery, parece más bien el inspector Gadget, está todo dicho...
Y es que a la película le falta fuerza, resultando rutinaria; tampoco el guión es precisamente excelso; adolece de una planificación poco brillante y de una puesta en escena muy endeble, quizá como corresponde a un técnico (montador, en este caso) que debutaba en la dirección cinematográfica, y cuya carrera posterior confirmó que no era precisamente Orson Welles (ni siquiera Mariano Ozores...).
Lo que más choca de la película, desde luego, son las chapuceras escenas de acción, como las de persecución en esquíes, o la del protagonista colgado de los cables del funicular intentando que éste no le aplaste, o la del alud, horriblemente rodada y sobre todo montada, o la reiteración de un mismo tipo de escenas, como las mencionadas de esquíes, que aparecen varias veces en la trama, en un pecado mortal “de libro” a la hora de elaborar un guion de una película de acción .
La trama resulta reiterativa y con diálogos repetidos y francamente endebles. La película tiene incluso problemas de continuidad narrativa. En su conjunto resulta muy larga y repetitiva, especialmente toda la parte del sanatorio en las montañas nevadas de Suiza, que no se acaba nunca...
Hay rasgos típicos de la época que, por supuesto, hoy serían afortunadamente inaceptables, como guantazos propinados por el propio Bond a su “partenaire”, o la visión de la mujer, aquí presentada exclusivamente como objeto de placer del macho... o, en todo caso, sí es vieja y fea, ejerciendo el papel de sumisa servidora del malo...
Lazenby, como queda dicho, desastroso: tiene buena planta, pero muy poca capacidad interpretativa, es un auténtico “palo”. Diana Rigg, la estupenda coprotagonista de la serie televisiva Los vengadores (1965-1968), es aquí la “chica Bond”, muy superior interpretativamente hablando, desde luego, al guapo y soso australiano. El villano es Telly Savalas, un malo bastante entonado, razonablemente pérfido (si es que ambos conceptos pueden ir unidos...), antes de hacerse mundialmente famoso con su serie policíaca Kojak.
La película no fue mal en taquilla (con un presupuesto de 7 millones de dólares, recaudó 82 millones. Fuente: IMDb), pero era evidente que Lazenby era un peso que lastraba fuertemente la franquicia y los productores suplicaron a Connery que volviera, lo que este hizo, aunque solo para dos películas más.
(23-04-2024)
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