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Daniel Guzmán (Madrid, 1983) es un actor con una ya larga carrera como tal en el audiovisual español. Ha intervenido en todo tipo de productos, desde dramas (Cuando todo esté en orden) al thriller (Policías en el corazón de la calle), aunque suele brillar más en la comedia, haciéndose muy popular en su momento por su intervención en la famosa serie de culto Aquí no hay quien viva. Como director se estrenó en la pasada década con un sonado estreno, el drama A cambio de nada (2015), que lo reveló como un cineasta sensible, con buen pulso y con un evidente interés social y humano.

Ahora, siete años después, vuelve a dirigir, aunque ahora cambiando el género, del duro drama de su debut a esta comedia más bien negra, Canallas. La acción se desarrolla en Madrid, en el modesto barrio de Orcasitas. En un prólogo conocemos a Joaquín, Luismi y Brujo, tres veinteañeros con menos luces que un agujero negro, en la España de los noventa. Los tres piensan ganarse una pasta fácil con un engaño, quemar el viejo coche del padre de uno de ellos, darlo por robado e incendiado, y cobrar el seguro. Claro que se les olvidó un pequeño detalle, nada, una fruslería... Ya en la actualidad, veintitantos años después, vemos que Joaquín, cuarentón largo, casi en la cincuentena, es un supuesto empresario de altos vuelos, un “commodity” (lo que quiera que sea eso...), como se define él, que compra y vende en grandes cantidades (“los kilos, p’a los supermercados”, dice el memo) y que se codea, o al menos eso dice él, con grandes personalidades mundiales. La realidad es que el tipo es un “fantasma”, en su acepción andaluza de tío que presume de lo que no es, y que lo cierto es que, sin oficio ni beneficio, malvive en el modesto piso de su madre, junto a su hija adolescente, Brenda, a la que pide que estudie menos y practique más con el yoyó, con el que espera salir de pobre cuando la chica sea campeona de Europa, y con su hermano Chema, un tarado obsesionado con cierta arte marcial con mucho meneo de manos. Los dos amigos de la juventud, Luismi y Brujo, aparecen de repente en la vida de Joaquín; ambos siguen siendo también dos pobres diablos, y los tres, de nuevo juntos, habrán de afrontar una serie de peripecias y engaños para salvar el piso familiar de Joaquín y, ya de paso, a ser posible, la vida de este trío de mamelucos...

En 2006 Guillermo Fesser, uno de los componentes del grupo cómico Gomaespuma (y hermano del director Javier Fesser), rodó la película Cándida, docuficción en la que el neófito cineasta recreó, edulcorándola, la vida y milagros de la asistenta de su familia, la Cándida del título, una mujer ya de avanzada edad y desarmante gracia natural, creyendo que esa capacidad para ser divertida en la vida real se podía reproducir tal cual en la pantalla, craso error que se saldó con un resultado en taquilla más bien mediocre para las muchas expectativas despertadas. Ahora entendemos que Guzmán repite el mismo error de concepto de Fesser, creer que algo que en la vida normal nos parece muy divertido puede serlo también para cientos de miles de espectadores, cuando lo cierto es que no tiene por qué ser así. Joaquín González, el no-actor que interpreta a Joaquín González, es, al parecer, tal cual aparece aquí su personaje, un tipo ciertamente dotado de una comicidad probablemente involuntaria, con muchos aires de grandeza pero mayormente sin tener donde caerse muerto. Sobre ese personaje de opereta, sobre ese infeliz que conecta con la tradición de los pícaros del Siglo de Oro (cabría hablar del Lazarillo o del Buscón Don Pablos, dos quizá de los más desgraciados de aquellos pillastres), monta Guzmán su disparatada película, fiándolo todo en la supuesta comicidad del personaje, que es a su vez la misma persona, aunque entendemos que con muchas (esperemos...) dosis de ficción añadida.

Y, claro está, lo que a Daniel le parece tan gracioso, tan chistoso, no tiene por qué parecerlo a los demás. Tratándose de humor privado, entonces, que no trasciende a la mayoría, ese pecado capital lastra una historia llena de pequeños fraudes, de intentos de burdos latrocinios, a cuál más excéntrico y estrafalario, en una carrera de despropósitos que se supone deben ser divertidos, pero que, a la larga, lo que terminan es siendo más bien tediosos, siguiendo las trapisondas de estos tres descerebrados, más la historia de amor de la anciana madre de Joaquín y el viejales Jacinto, que parece sacada del longevo programa televisivo de Canal Sur La tarde, aquí y ahora, de Juan Imedio, con sus romances en la tercera (o cuarta...) edad.

El conjunto es muy irregular, intentando buscar Guzmán la estela de un Berlanga o un Azcona, aunque más bien termina pareciéndose a un Mariano Ozores o a una peli de Pajares y Esteso. Se ha hablado de una cierta mirada social, por aquello de la familia de extracción humilde y los tres mentecatos buscando dar el pelotazo para no doblarla más en su vida, pero nos parece que ese tono social es más paisaje, o atrezzo, que premeditado mensaje o intencionalidad.

Lástima, porque el empeño prometía ser interesante, una actualización del eterno mito del pícaro español, presentándolo con los ropajes sociales y aditamentos característicos de nuestro tiempo, pero el tiro nos parece que ha salido muy desviado, por ese error de concepto que, entendemos, es la clave de esta fallida comedia negra. La mezcla de intérpretes profesionales y no profesionales, en contra de lo que el propio Guzmán asegura, nos tememos que no ha funcionado demasiado bien: a los amateurs (salvo Joaquín González, que al autointerpretarse tal cual le basta con decir sus chorradas como en su vida corriente) se les nota que están recitando, mal que bien, sus diálogos aprendidos. A su lado, claro está, los profesionales hacen su trabajo como debe ser, pero la mezcla de ambas técnicas (o de no-técnica, en el caso de los amateurs) resulta a ratos chirriante. Eso sí, Luis Zahera nos vuelve a deleitar con uno de esos villanos enteros, auténticos, que él sabe hacer como nadie...

(04-03-2022)


Canallas - by , Sep 20, 2022
1 / 5 stars
Un error de concepto