CRITICALIA CLÁSICOS
Desde luego Peter Greenaway no necesita jurar, al ver esta película suya, que además de cineasta su trabajo está relacionado con las artes plásticas, la arquitectura, y especialmente la pintura. Nacido en 1942, y admirador de autores europeos como Bergman, Antonioni o Resnais, se fogueó primero con cortometrajes, y en 1980 dirige un largo (nunca mejor dicho) de tres horas y cuarto, The Falls, de corte futurista y vanguardista, iniciando una década que será fundamental en su carrera fílmica. Pero es en 1982 cuando irrumpe en el cine europeo con esta El contrato del dibujante, especie de variante -pero menos conseguida- más explicativa, carnal y dinámica de El año pasado en Marienbad, de su admirado y citado Alain Resnais.
Estamos a finales del siglo XVII, al sudoeste de Inglaterra, en una gran propiedad del latifundista Mr. Herbert, un aristócrata, no de cuna sino del dinero. A ella llega un altivo, joven y descarado pintor, con su exagerada y llamativa peluca (como todos los señores y damas de la hacienda) para hacer unos doce dibujos de la mansión y de los cuidados y magníficos jardines, además de la planimetría de los terrenos. Como el dueño está fuera, el contrato lo firman el administrador Mr. Noyes y la esposa y señora del ausente. En ese texto se especifica una (exagerada) cláusula en la que la dama se obliga a satisfacer las exigencias sexuales que le pida el dibujante, bien por deseo propio de ella, o por capricho del pintor, mientras sigue realizando (con gran calidad) la tarea por lo que se contrata y paga.
En un ambiente luminoso y siempre con la reiterativa y excelente música de Michael Nyman (muy inspirada en el contemporáneo y barroco Henry Purcell), el pintor Mr. Neville se va haciendo imprescindible, en sus tareas, en las comidas y en la vida cotidiana. Y en sus relaciones amorosas, donde parece disfrutar más del dominio sobre sus conquistas que del aspecto erótico, o su detallismo al cortar las cintas de un corsé, más que descubrir o conseguir la desnudez. Y cuando la señora ya está bien investigada, el osado Mr, Neville hace un nuevo contrato (en similares condiciones) esta vez con la hija de los terratenientes, casada con un inútil lechuguino. El avispado pintor, además de renovar la mercancía, introduce en sus dibujos pruebas del adulterio de la hija con él, para cubrirse las espaldas. Mientras. unos y otros procuran descubrir secretos ajenos para usarlos como chantaje en caso de apuro.
Pero todo cambia (y se enrarece aún más) cuando el dueño, Mr. Herbert, que se creía ausente, aparece muerto, y las sospechas recaen en el administrador Mr. Noyes, pero al tener pruebas del doble adulterio encauza el caso para acusar al pintor del crimen, y que queda ante todos como chivo expiatorio, siendo finalmente asesinado (con ensañamiento), como venganza de aquellos que habían soportado su altivez y sus burlas. Culmina así un artilugio frío, demasiado sarcástico y cerebral, y obviamente urdido con habilidad por un Greenaway que juega la baza de una brillante fotografía de Curtis Clark, que alude a un Rembrandt pero en clave luminosa, y sobre todo a un Vermeer o George de La Tour en sus claroscuros de interiores.
Los actores y actrices se nos presentan sobreactuados (pienso que adrede), con un avispado Anthony Higgins en el pintor, y la excelente Janet Suzman (con una extraordinaria carrera en la Royal Shakespeare Company) como la señora de la hacienda, y primera presa del dibujante. Y en su conjunto la cinta sirvió de consagración para el realizador, que siguió con obras muy estimables en esta década que -como ya dijimos- fue la más provechosa de su carrera: títulos como El vientre del arquitecto (con Brian Dennehy y Lambert Wilson), la inteligente Conspiración de mujeres (con Joan Plowright) y la irónica El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (con Helen Mirren y Michael Gambon).
Luego Greenaway siguió con otros productos, como la adaptación de la chespiriana La Tempestad en Los libros de Próspero pero acabó derivando hacia un cine todavía más críptico y ensimismado, como Las maletas de Tulse Luper, la historia de Moab, una fallida modernez que necesitó de ocho países en su producción y con un reparto obviamente internacional. Su cine encontró hueco en aquellos años, pero mucho me temo que hoy en día dudosamente encontraría financiación para sus rocambolescas historias.
Mejor, pues, nos quedamos con esta estructuralista historia del pintor ligón y empelucado, de esta sorprendente mansión llena de trucos, de estas madre e hija que rivalizan en despertar la libido de los que se le pongan a tiro, y de estos atrabiliarios secundarios (criados, jardineros, secretarios...) que con nocturnidad y alevosía van a lo suyo y no dudan en traicionar - o asesinar - a quienes haga falta. Así, esta ¿comedia? de enredos y sinrazones, concebida y narrada con una buscada artificiosidad (que no anula su inteligencia), no termina de agradar en su afán de sorprender antes que convencer. Y a su autor Peter Greenaway se le podría aplicar aquello de zapatero a tus zapatos, o mejor en este caso, pintor a tus pinturas, dibujante a tus dibujos...
(02-06-2024)
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