Nochevieja de 1971, penal del Puerto de Santa María. El Lute consigue escapar de su encierro ayudado por sus hermanos, Toto y Lolo. Eleuterio, tras visitar a su familia, se dispone a huir, pero todos insisten en acompañarle. De pueblo en pueblo, la familia oculta su identidad mientras las fuerzas de orden público la acosa. El Lute atraca un banco, con lo que consigue dinero suficiente para establecerse como una persona respetable, comenzando entonces una ardua tarea para dignificar a su gente y huir de la etiqueta de mercheros que les encadena a la marginación y a la cárcel. Compran un lujoso carmen en Granada y allí comienza una plácida existencia para los Sánchez. Pero las premuras sexuales de Toto hacen que le busquen una mujer, que será una chica de raza gitana. Pronto se verá que también El Lute necesita una hembra, años después de que Chelo lo abandonara por otro. Otra gitana, Frasquita, será la elegida, con boda al más puro estilo de su raza. Pero la Guardia Civil los cerca...
El Lute II: mañana seré libre se plantea, al igual que Cambio de sexo, como un aprendizaje, en este caso de Eleuterio y de todo su clan a portarse como payos y buenos burgueses de los años setenta. En ese asemejarse les va la vida, pero también habrán de solucionar sus necesidades (más bien urgencias) sexuales, sobre las que gira gran parte de la trama, aparte de las continuas huidas de la justicia y la búsqueda de un lugar bajo el sol en un universo hostil de "picoletos" y "maderos".
Una de las más interesantes novedades de este segundo segmento del díptico que conforma este film junto a la previa El Lute: Camina o revienta, es, curiosamente en un autor tan directo como Aranda, toda la relación no explícitamente erótica de Eleuterio con su hermana Esperanza.
El Lute II: Mañana seré libre es la cumplida finalización del ciclo sobre el merchero más famoso de España, una nueva aportación a la historia de nuestro país, en clave cinematográfica, por supuesto con los ropajes de ficción y base literaria, que realizaba Aranda, fiel en todo momento a sus constantes de sexo, crueldad, muerte, aunque es cierto que en esta segunda parte del díptico el sexo es menos evidente, aunque no las urgencias sexuales de sus personajes, emparedados entre la necesidad de hacerse respetables para ocultarse de las fuerzas del orden y sus necesidades eróticas básicas, que chocaban con esa apariencia de respetabilidad.
En la interpretación ahora ya no aparece Victoria Abril, quedando Imanol Arias como protagonista absoluto, en un buen trabajo del actor vasco (aunque nacido en León); entre los secundarios nos quedamos con la composición, muy interiorizada, de una Pastora Vega a la que el cine ha desaprovechado, y con la aparición episódica pero potente de un actor de una pieza, Antonio Iranzo, un clásico del cine español de los sesenta, inolvidable en La piel quemada (1967), de Josep Maria Forn. En el equipo técnico sobresale el habitual trabajo exquisito de José Luis Alcaine en la dirección de fotografía y la maestría de Teresa Font en el montaje.
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