Pelicula:

Esta película se ha podido ver en el ciclo que Cinesur Nervión Plaza (Sevilla) dedica al director sueco Ingmar Bergman, con ocasión del centenario de su nacimiento.

Tras terminar durante la década de los años cincuenta la conocida como la Trilogía de Dios y la Muerte, compuesta por El séptimo sello (1957), Fresas salvajes (1957) y El manantial de la doncella (1960), y con algún título intermedio sin otra adscripción, Ingmar Bergman inicia una nueva trilogía (aunque inicialmente él no la consideró así, con el tiempo confirmó que tenía un propósito y una unidad estilística y temática) con otros tres títulos, Como en un espejo (1961), Los comulgantes (1963) y esta El silencio (1963). Los historiadores de cine conocen esta trilogía como El silencio de Dios, haciendo ver con ello el hecho de que, si en la anterior trilogía la presencia de Dios era omnipresente, en esta segunda lo llamativo es precisamente su ausencia, o, en su caso, su aparición como sintomatología patológica (Como en un espejo) o como la pérdida de la fe (Los comulgantes).

En El silencio ni siquiera existe mención a Dios, ni por acción ni por omisión. Narra unos días en la vida de un trío: Ester y Anna, hermana mayor y menor, vuelven a Suecia en tren con Johan, el hijo como de 8 años de la segunda; la mujer mayor, traductora de profesión, se encuentra enferma y hacen escala en una ciudad desconocida, en un decadente hotel estilo “fin de siècle”, donde la comunicación verbal con el empleado que las atiende es difícil. Mientras Ester languidece en la habitación, Anna sale a la calle. En un teatrillo, mientras está sentada en un palco, contempla en la penumbra del habitáculo el apasionado coito de una pareja, lo que enciende su deseo; más tarde buscará a un camarero que se le insinuó para dar rienda suelta a su pasión....

El silencio es quizá una de las más crípticas películas de Bergman, y eso es decir mucho en un cineasta que ha hecho de la complejidad temática su marca de fábrica. Esta historia, despojada como pocas, con escasos asideros a los que agarrarse como espectador, nos ofrece una historia de resentimientos y rencores entre las hermanas, una dominante, otra dominada, que busca desembarazarse de ese control, lo que intentará por la vía erótica a través de relaciones episódicas, puramente carnales, con el macho de turno, en contraposición a la férula como de matrona que soporta en su relación fraterna. El niño sería la ingenuidad, la inocencia, la posibilidad de empezar de nuevo, desde cero siempre, donde las mujeres ya han gastado buena parte de su vida estérilmente, en una relación amor/odio que termina siendo hecha añicos.

Otros temas como el miedo sordo a la guerra (esas siluetas de tanques que pasan ante la vista pasmada del niño en el tren, enteramente como si fuera un viejo zoótropo; el herrumbroso carro de combate que irrumpe en la calle vacía del hotel), la incomunicación (con los lugareños cuyo idioma desconocen, pero también entre las dos hermanas, abocadas a no entenderse, a ignorarse mutuamente), la desesperación, la angustia de vivir, estarán presentes en esta obra a ratos asfixiante, es verdad que a ratos también desconcertante, donde no faltará incluso una alusión no precisamente velada a los míticos cuentos de la infancia (ahí donde forjamos indeleblemente los adultos que seremos), con siete enanitos, españoles, por cierto, que travisten a Johan como una Blancanieves infantil y “con colita”, en una mirada ciertamente traviesa, esquinada, con mucha mala uva, sobre el clásico escrito por los hermanos Grimm.

Por haber hay incluso una especie de homenaje a otro clásico, Jacques Tati, en la figura del conserje del hotel, cuyas melifluas maneras, palabras e incluso composición gestual remiten inevitablemente a algunas de las obras maestras del cineasta francés, singularmente Las vacaciones de Monsieur Hulot (1953) y Mi tío (1958), en unas escenas que refrescan el tono premeditadamente sombrío de este drama de extenuante dureza.

Con una sorprendente franqueza sexual, asistiremos a escenas tan inusuales en la época (estamos en 1963, para entendernos, incluso en la muy liberal Suecia) como una evidente masturbación femenina, filmada sobre el rostro de Ester, en el que estalla el clímax que le proporciona la mano que unos momentos antes hemos visto introducir en sus bragas; también un coito con todos sus avíos, el del palco del teatro, obviamente simulado, pero con todos sus aditamentos; y otro revolcón camero de puro sexo, de la protagonista y el anónimo camarero, sin coartada romántica alguna.

Obra densa, de gran complejidad y de austeridad espartana, el blanco y negro de Sven Nykvist es una pequeña maravilla de claroscuros, un personaje más en esta historia de desesperación y desafección. Las dos protagonistas absolutas, Ingrid Thulin y Gunnel Lindblom, actrices habituales en el cine de Bergman, dan un recital interpretativo desde la contención, desde el comportamiento interiorizado propio de las sociedades protestantes.

Viene a decir Bergman en El silencio: Dios ha muerto, y nada ha venido a sustituirlo. Entonces, si el Ser Humano se encuentra solo: ¿cómo afrontará la vida? Y, quizá más importante, ¿cómo afrontará la muerte, sin la esperanza de trascenderla? Casi nada...


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96'

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El silencio - by , Sep 28, 2018
4 / 5 stars
Desesperación y desafección