Spike Jonze siempre nos ha parecido un director pretencioso, que intenta renovar los argumentos de sus películas, algo que posiblemente fuera debido a que los guiones en las dos primeras fueran de Charlie Kaufman. En esta ocasión nadie más que él mismo ha intervenido en el guion de Her, en el que toca el tema de la soledad, como en las anteriores, los problemas del ser humano para relacionarse y buscar la felicidad o la dificultad de intimar con las personas. Jonze debutó en la dirección con Cómo ser John Malkovich (1999) y siguió con El ladrón de orquídeas (2002) y Donde viven los monstruos (2009).
En Her sitúa la acción en un ámbito futurista cercano como envoltorio de la historia, en el que Theodore, que trabaja en una empresa que se dedica a escribir cartas, está en trámite de separación de su esposa Catherine y tiene alguna cita a ciegas, pero nada de eso le hace cambiar de estar enamorado de la dulce voz femenina sin imagen ni cuerpo del moderno sistema operativo de última generación que ha instalado en su ordenador, a la que llama Samantha. Ésta le ordena sus correos, le avisa de sus reuniones, le organiza su desordenada y solitaria vida, le reserva mesa en un restaurante, le corrige la ortografía de sus cartas, le busca amigos y le satisface sexualmente con su acariciante voz. Samantha comienza a sentir, a tener sentimientos, a amar, pero cuando Theodore descubre que no es el único surgen los celos, las peleas y discusiones. El mérito de Samantha es que le hace olvidar a Theodore la soledad en la que se encuentra y ser el ideal de mujer a su medida. Una curiosa historia de amor platónico sobre la incapacidad de abrir el corazón y compartir la vida y el deseo de lograr la intimidad con otras personas.
La idea no es totalmente original en el cine. Hay precedentes más pedestres de la relación de un hombre con un maniquí en Maniquí (1987), de Michael Gottlieb, o con una muñeca hinchable en Tamaño natural (1974), de Luis García Berlanga, y como más cercano en Simone (2002), de Andrew Niccol, donde se creaba una actriz de cine virtual por un ordenador.
Aquí Jonze no tiene en cuenta la dependencia que surge entre Theodore y Samantha, sino sólo la idea de comunicar los sentimientos y las relaciones que se crean y de la forma tan tierna que suceden. Es una fábula sobre el mundo de la comunicación y lo que nos diferencia de las máquinas, que no son inteligentes sino sólo un programa complejo, en el mundo de la moderna tecnología en cuyo juego si no se entra el film no funciona. De momento hay que aceptar el convencionalismo de que una máquina tenga vida propia e iniciativa hasta el punto de organizar la vida de un hombre de forma casi posesiva, aunque no sabemos lo que nos deparará el futuro en este sentido.
La idea es difícil de llevar a cabo en el aspecto cinematográfico, ya que Joaquin Phoenix, que está inmenso mostrando los diversos estados de ánimo, se lleva casi todo el tiempo solo en imagen en un constante diálogo con un ser inexistente. En cuanto a la puesta en escena se salva bien, aunque el guion se alargue en exceso y a veces se pueda hacer reiterativo y si no sucede es por los giros que hay a lo largo de la trama que aumentan el interés, así como la relación con el personaje de Amy Adams, por ejemplo, cuya vida es paralela a la suya, el de su mujer y otros de su quehacer diario.
Jonze es uno de los consagrados del cine independiente por ciertos sectores de la crítica, un revolucionario del cine que, en su cuarto largometraje, el primero con guion propio, parece haber encontrado el camino de la creatividad al ser él su guionista. Ganó el Globo de Oro al mejor guión original y fue nominada a cinco Oscar: Película, BSO, Canción (The Moon Song), Producción y Guion original.
126'