El cine negro norteamericano, la cima del género (junto al francés, desde luego), tuvo su edad dorada durante los años cuarenta y cincuenta, aunque ya en los treinta aportó algunas obras muy notables, como Scarface o Los violentos años veinte. Pero eso no quiere decir, claro está, que todo lo que se hizo dentro del “film noir” en esas dos décadas fuera eximio. Es el caso de esta La dama del lago, que sin ser despreciable, ni mucho menos, parece evidente que no jugaba en la misma liga de calidad que otros films negros como El halcón maltés, El sueño eterno, Retorno al pasado, Perdición o Los sobornados, por citar solo un puñado de obras magistrales.
Y no es que La dama del lago carezca de interés, sino que el “tour de force” que supone su peculiar narrativa, siendo muy singular y curiosa, sin embargo juega en contra del resultado final. Porque La dama... es una de las escasas películas (y desde luego la primera en cine comercial que utilizó el recurso durante todo el metraje del film) que usa lo que se conoce como “cámara subjetiva”, o lo que es lo mismo, la cámara se sitúa en el lugar del protagonista y lo que vemos nosotros es exactamente lo que presuntamente ve este. Ello, por supuesto, obliga a una serie de cuestiones que dificultan una narración al uso, entre otras cosas un encorsetamiento poco natural, de tal manera que los actores, por ejemplo, tienen que dar todas sus réplicas (y generalmente son planos muy largos, con frecuencia planos-frecuencia) a una cámara, sin interacción real con el otro personaje, lo que no ayuda demasiado a la convicción de sus papeles.
No es el único problema; también lo es, entre otros, el hecho de que un rápido barrido en una cámara es mareante para el espectador (como así sucede), mientras que un giro de cabeza en una persona (que es lo que imita ese rápido barrido) es lo más normal del mundo. La fórmula de la cámara subjetiva permite algunas curiosidades, como la de ver como se extiende por la pantalla el humo del tabaco supuestamente expelido por el protagonista, o el beso que la coprotagonista le da a Marlowe, y que lógicamente lo estampa en la cámara, o la utilización del desenfoque en la escena en la que el detective ha sufrido un accidente y está malherido, para sugerir una visión defectuosa por el golpe.
El protagonista, el actor Robert Montgomery, que debutaba en la realización cinematográfica con este film, aparece en contadas ocasiones, en un par de intervenciones dirigidas al público, rompiendo la cuarta pared, y después varias veces en las que lo vemos reflejado en espejos.
Aparte de estas cuestiones formales, La dama del lago se basa en una novela de Raymond Chandler, con su famoso detective Philip Marlowe como protagonista. Lo encarna Robert Montgomery, en una composición que remarca los tonos machistas de un detective que, ciertamente, hoy día lo tendría más que difícil para poder protagonizar cualquier película. Y es que el personaje chandleriano, tanto en las novelas de su autor como en las diversas cintas que se han rodado en torno a su figura, es inevitablemente un personaje que hoy día (y creo que incluso en su momento) sería odioso: pagado de sí mismo, soberbio, machista irredento, misógino de libro, maltratador psicológico, sobrado, un cínico perdonavidas, lo que viene siendo un macho alfa por el que supuestamente se derriten todas las féminas, en lo que nos parece que tiene mucho más de fantasía o delirio de los autores (literario y cinematográfico) que de realidad.
El film cuenta con buenos diálogos, llenos de cinismo y soterrado erotismo, marca de la casa, como el que se cruzan Marlowe y la coprotagonista, cuando esta le pregunta “¿Se enamora siempre de sus clientes?”, y él, castigador, le contesta “Solo de los que llevan faldas”... Por otro lado, el hecho de que el protagonista sea detective y novelista aporta una curiosa perspectiva al film, con esa doble profesión. El caso a resolver será el de la desaparición de la mujer del propietario de una editorial (sabedor de que su esposa le es inveteradamente infiel) cuya jefa será quien le encarga a Marlowe el trabajo, y con la que el detective mantendrá una relación entre el amor y el odio a lo largo de todo el metraje. El caso se irá complicando cuando van apareciendo asesinadas algunas de las personas relacionadas con la desaparecida, hasta que Marlowe tenga que jugarse el pellejo sin saber si su amada es o no de fiar...
Tiene el film algunos otros elementos interesantes. Así, como en buena parte del cine negro americano de la época, cuenta con mujeres fuertes, en especial la protagonista, que ha alcanzado un alto rango en su profesión (directora de una editorial), aunque a pesar de su fortaleza se doblegará ante el macho... La atmósfera de sórdida elegancia, típica del cine negro de los cuarenta y cincuenta, está bien conseguida, a pesar del acartonamiento inevitable de la cámara subjetiva. Sin embargo, la utilización de un rastro de arroz para que la Policía no pierda el paradero de Marlowe no deja de ser risible, en un trasunto del cuento de Pulgarcito que, en este contexto, suena más bien infantil.
Robert Montgomery, en las contadas apariciones, remarca el papel de sobrado que supone interpretar a Marlowe. La fémina coprotagonista, Audrey Totter, soporta razonablemente bien la cámara permanentemente enfocada en su rostro en las muchas escenas que comparte con Montgomery, y el resultado se puede decir que es más que aceptable. Entre los secundarios citaremos a Lloyd Nolan, toda una institución de la actuación del cine y la televisión de los años cuarenta, cincuenta y sesenta.
(09-07-2020)
105'