Estreno en Netflix.
De Scott Cooper como director (tiene también una faceta como actor, menos relevante) tenemos buena impresión: nos gustaron muchísimo tanto su drama en clave “country”, Corazón rebelde (2009) como su peculiarísimo neowéstern Hostiles (2017), y algo menos, aunque también nos interesó, su bronco thriller basado en un verídico mafioso sin entrañas (sí, ya sé que en realidad eso es un pleonasmo...), Black Mass. Estrictamente criminal (2015), mientras que su anterior film, el terrorífico Antlers: criatura oscura (2021), nos pareció descender un peldaño (sin por ello carecer de interés, ni mucho menos) con respecto al resto de su obra.
Ahora vuelve Cooper con otro film, y de nuevo, fiel a su estrategia ecléctica, cambiando de género, tono y tiempo, siendo este un thriller histórico que se ambienta en 1830 en la muy elitista Academia Militar de West Point, el célebre centro de formación para soldados de bicentenaria tradición, donde se graduaron celebridades del calibre del General Custer, quizá el más popular de todos (quizá también el más abyecto...), pero también los presidentes de los Estados Unidos Ulisses S. Grant y “Ike” Eisenhower, los generales MacArthur y Patton, Alexander Haig, Secretario de Estado en el mandato de Reagan, y Edwin Aldrin y Michael Collins, ambos astronautas en el Apolo XI, primer vuelo tripulado que llegó a la Luna.
En ese centro de inveterado prestigio (aunque en las fechas en las que se ambienta apenas rozaba todavía las tres décadas de existencia...) se sitúa la historia que glosamos: West Point, 1830. En la mañana de un día helado aparece el cadáver de un cadete de la Academia, Fry, colgado de un árbol. Los oficiales, al percatarse de que al cuerpo le falta el corazón, que le ha sido extirpado por alguien, llaman a Augustus Landor, afamado aunque ya retirado detective, para que localice al asesino. Landor, un hombre angustiado por un terrible trauma familiar, conoce allí a Edgar Allan Poe, joven poeta que se ha enrolado en la Academia y que pronto llama la atención del detective por su mente despierta y sagaz; ambos deciden trabajar juntos para averiguar aquel caso...
Los crímenes de la Academia es el más bien absurdo título que ha llevado en España la película de Cooper, traicionando con ello el hermoso título original, que se podría traducir como “El pálido ojo azul”, que procede precisamente de un texto poeano, el cuento The tell-tale heart, publicado en 1943 y editado en España con el título El corazón delator (de la que, por cierto, vimos una estremecedora versión hace más de medio siglo, en un teleteatro de Televisión Española, con un prodigioso Manuel Galiana). En ese relato aparece “Uno de sus ojos se parecía al de un buitre: un ojo azul pálido, con una película sobre él”, aunque en el film el origen de la expresión “The pale blue eye” se pone en boca de Poe como un galante poema a su amada Lea, un poema por cierto ficticio...
La novela original homónima en la que se basa la película la publicó Louis Bayard (que actúa aquí también como productor ejecutivo) en 2003, y sobre ella escribe Cooper su guion; tenemos que decir que quizá aquí esté la clave del menor interés del film con respecto a los anteriores del director, al ser la materia aportada por Bayard en su novela notoriamente inferior a las otras historias contadas en las pelis de Cooper. También parece claro lo que interesó al director, un thriller ficticio pero con un personaje real, además de la talla del torturado escritor Edgar Allan Poe, el más grande novelista y poeta de terror del siglo XIX, y uno de los más grandes y enigmáticos de la Historia.
Pero el guion resulta plano, a pesar de los sucesivos crímenes (o quizá precisamente por ellos...), los avances en la investigación son lentos y farragosos, y el desenlace, o los dos desenlaces, que es lo que en puridad existe en la trama, nos parecen endebles y muy estereotipados. La historia original tira de recursos no precisamente novedosos en una intriga criminal, como la aparición de un diario que, ¡oh, qué casualidad!, ayuda de forma importante en la localización de las personas que delinquieron. El toque satánico añadido, con libros que evocan el maldito (e inexistente) Necronomicón, con referencias que pudieran entroncar con la condesa Báthory y sus baños de sangre para mantenerse eternamente joven, tampoco es que ayuden mucho a mejorar la historia, sino más bien a enredarla y hacerla con frecuencia ininteligible. El conjunto, a nuestro juicio, es una historia poco convincente, un tanto artificial, demasiado rebuscada, teniendo que explicarse todo verbalmente al final, traicionando con ello el carácter eminentemente visual de toda película.
Por supuesto, ello no obsta para que estemos ante un film exquisitamente rodado, con un estilo elegante, cadencioso, creando con medios lícitos un ambiente inquietante, en el que brillan con luz propia los inmensos, desolados paisajes nevados de Pensilvania, con una extraordinaria fotografía de colores oscuros del operador japonés Masanobu Takayanagi y una hermosa y melancólica música del maestro Howard Shore.
En el fondo el tema de la película (y de la novela) no es otro que el límite, si es que lo hay, en la familia para conseguir la perpetuación de la vida (o, de perderla, para ejecutar su venganza) de los seres queridos, lo que permitirá el doble desenlace comentado, en esta historia en la que dos solitarios, cada uno traumatizado a su manera, habrán de llegar a la verdad, por más que la verdad duela, y entonces habrán de tomar una decisión entre la ley y la justicia, que no son lo mismo, aunque a veces aparezcan como sinónimos.
Entre los guiños curiosos que aparecen en el film no nos resistimos a citar algunos: aparte del texto poeano de donde parte el título original de la película, llama la atención que en uno de los diálogos entre Poe y Landor, el poeta le dice al detective que en el futuro su nombre aparecerá en una de sus obras para que perdure para siempre... y, efectivamente, en 1849 Edgar Allan escribió un relato titulado Landor’s cottage, publicado en español con el título El cottege de Landor. También llama la atención que el oficial de West Point con el que más trata el detective sea el capitán... Hitchcock, obvia referencia al llamado Mago del Suspense.
Un último plano (este sí) bellísimo en su poesía callada, en la metáfora del lazo dejado ir, en la elipsis de lo que va a ocurrir seguidamente, cierra una película que, ciertamente, hubiéramos querido que nos gustara más.
Christian Bale se ha convertido ya en el actor fetiche por excelencia de Cooper, habiendo protagonizado tres de las seis películas dirigidas por Scott. Bale, además, con el tiempo ha logrado una calma, una mesura en la interpretación ciertamente notables, con esa voz de poderoso bajo, consiguiendo Cooper que siempre esté bien en sus películas. A su coprotagonista, Harry Melling, de tan peculiar rostro, lo vemos en principio un poco sobreactuado, como si el actor fuera consciente de estar interpretando a uno de los grandes de la literatura norteamericana y mundial, y ello le hiciera intentar parecer siempre alguien que está por encima de los demás. Del resto vemos endeble a Gillian Anderson, aunque en su descargo habrá que decir que su papelón era manifiestamente insalvable...
(16-01-2023)
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