Yves Montand y Catherine Deneuve protagonizan una comedia más o menos amable, que tiene sus mejores bazas precisamente en sus protagonistas, auténticos mitos en el momento de la realización de este filme.
Montand, antiguo cantante y después (aunque realmente no abandonó nunca la canción) actor de prestigio, hizo lo mejor de su carrera a las órdenes del greco-francés Costa-Gavras, con películas de denuncia como Z, Estado de sitio y La confesión, en las que sus papeles de hombre íntegro y progresista no era sino una mera continuidad de su propio carácter. Después Montand fue derivando hacia posiciones de derecha democrática, y con ello fue palideciendo su estrella cinematográfica.
Catherine Deneuve fue musa del cine de la Nouvelle Vague francesa, haciendo películas sobre todo con François Truffaut, pero también con nuestro Luis Buñuel, con quien trabajó en Belle de Jour y Tristana. Es una mujer de aspecto gélido pero de belleza incuestionable, tal vez demasiado fría para aparentar pasión cinematográfica.
Mi hombre es un salvaje cuenta la historia de una mujer que está a punto de casarse, pero se arrepiente y huye a un hotel donde se pega como una lapa a un francés para evitar el para ella enojoso trance del casorio.
Película simpática, es posible que el tiempo la haya dañado más de lo previsible. Su director es Jean-Paul Rappeneau, en cuyos antecedentes se encuentra como dato más ilustre haber sido coguionista de filmes rupturistas como Zazie en el metro, de Louis Malle. Después inició una corta carrera como realizador, con títulos en general poco afortunados, casi siempre comedias, entre cuyos primeros títulos destacó Gracias y desgracias de un casado del año 2, con la entonces incuestionable estrella Jean-Paul Belmondo, para después especializarse en grandes filmes de época, con títulos interesantes como Cyrano de Bergerac, con un memorable Depardieu, y El húsar en el tejado, con el actor francés de origen español Olivier Martínez.
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