Estreno en Netflix.
La carrera de Rian Johnson, guionista y director de esta película, es ciertamente ecléctica a la par que, en general, estimulante: tras algunos cortos, debutó con notable modestia presupuestaria con la curiosa Brick (2005), para después empezar a hacerse notar con Los hermanos Bloom (2008) y, sobre todo, Looper (2012), peculiarísimo artefacto que jugaba, y de qué manera, con la llamada “paradoja del astronauta”, haciendo que una misma persona tuviera que enfrentarse a sí misma, físicamente, con edades diversas, en un thriller fantacientífico de lo más entonado y agradable. Llamado por el Hollywood de los “blockbusters”, rodó a las órdenes de la Disney la penúltima entrega de la saga de Star Wars, la titulada Los últimos Jedi (2017), con resultados más o menos aceptables, si tenemos en cuenta el descrédito en el que han caído, en términos críticos, la segunda y, sobre todo, tercera trilogía de la saga.
Tras aquel ejercicio extenuante que para Johnson debió ser dirigir una película en la que trabajaban, entre equipo técnico y artístico, más de mil personas (lo más parecido a conducir un ejército en la batalla...), el cineasta de Silver Springs, Maryland, volvió a un tamaño de producción más manejable con Puñales por la espalda (2019), un thriller policíaco que no solo no escondía la evidencia de estar hecho “a la manera de“ Agatha Christie, sino que presumía de ello y de esta forma consiguió que se lo tomara como lo que era, un sentido homenaje a las intrigas rocambolescas de la famosa autora de Diez negritos, no como un producto seguidista de la narrativa agathiana.
El film, con un austero presupuesto de 40 millones de dólares (cuando estaba cuajado de cotizados actores y actrices: Daniel Craig, Don Johnson, Jamie Lee Curtis, Michael Shannon, Chris Evans, Toni Collette, nuestra Ana de Armas, ya entonces estrella emergente en Hollywood...), multiplicó casi por 8 esa cifra en taquilla, y, sobre todo, dio la impresión de que en el personaje del detective, Benoit Blanc, había materia para más casos tan agradablemente enrevesados como el que se planteaba (y el “sabueso” resolvía) en el film.
“Et voilà”, aquí tenemos esta Puñales por la espalda: El misterio de Glass Onion que, adelantamos ya, nos ha parecido incluso superior a la primera parte. Veamos: la historia se ambienta en nuestro tiempo, en concreto en mayo de 2020, motivo por el que, al principio, los personajes lucen esas mascarillas que durante el confinamiento, en la primavera y verano de ese año, se hicieron imprescindibles, y que todavía seguimos usando en muchos casos; por cierto que es una de las pocas películas ambientadas expresamente en la pandemia y en la que aparecen cosas que en ese momento se hicieron habituales, como las mascarillas o no dar besos ni abrazos y sí chocar los codos como saludo. En ese contexto, conocemos que el magnate Miles Bron ha invitado, mediante un alambicado procedimiento (una caja recibida por mensajería, más complicada de abrir que la caja fuerte del Banco de España...), a varios de sus amigos y a su exsocia, a la que, mediante un subterfugio legal, expulsó de la empresa unos años atrás. También resulta invitado a esa cita, que tendrá lugar en una paradisíaca isla griega donde Bron tiene una mansión más propia de reyes, el detective Benoit Blanc, que se persona allí aunque desconoce cuál es el motivo de la invitación...
Llama la atención que esta nueva trama, tan compleja o incluso más que la de la primera parte de la que se adivina no exigua serie (este segundo capítulo está siendo un éxito más que notable en la plataforma que lo aloja), como aquel primer episodio, contenga también una poco velada crítica hacia estamentos clave de nuestra sociedad moderna, desde el magnate que basa su poderío en robar sin escrúpulo alguno las ideas de los demás (como en la realidad hizo Mark Zuckerberg con el concepto de FaceBook, como detalla prolijamente La red social, de David Fincher), o elimina de la empresa con deleznables trucos legales a los socios molestos (como hizo Jobs con Steve Wozniak, como se explica en la peli Steve Jobs, de Danny Boyle), aunque parece que el modelo que ha seguido Rian Johnson es más bien el megalómano, atrabiliario y despótico Elon Musk, el dueño de Tesla, SpaceX y Twitter, red social en la que está haciendo buenos a sus anteriores propietarios...; hasta las diseñadoras de moda “prèt-à-porter” de éxito mundial, que venden ropa por millones de unidades, confeccionada en misérrimos barracones en el Tercer Mundo, en condiciones infrahumanas; pasando por los científicos de élite, los mejores cerebros del mundo, vendidos al mejor postor, y por ello rendidos a los caprichosos pies del millonetis de turno; la política corrupta, infractora de leyes que ella misma ha promulgado, siempre a sueldo del generoso “paganini” de turno; y sin olvidar a la peste de los gurús de las nuevas tecnologías, “influencers”, “tiktokers”, “instagramers”, “youtubers” y demás “idioters”, en este caso con un marcado corte ultraderechista (machismo, autoritarismo, negacionismo, armamentismo... una joya), aunque después el vigoréxico personaje sea una niñita de seis años cuando su dominante mamaíta le cruza la cara de una guantá.
Esa ralea infecta que, cada uno a su modo y a su escala, gobierna el mundo mediante sus diversas influencias, es descrita por Johnson despiadadamente, como seguramente no hay otra forma de hacerlo. Ya en la primera parte de este díptico (que probablemente aumentará en número en los próximos años...) Rian era extremadamente duro con los parásitos que medran alrededor del triunfador económico de turno, y aquí se despacha a gusto contra esta otra hez de la Tierra, que nos domina sin que nos enteremos (o enterándonos, que no sé qué es peor...).
Armónica en su planteamiento, con dos partes claramente diferenciadas entre el planteamiento y nudo, por un lado, y el desenlace, por otro, además de metrajes similares en cada caso (alrededor de 70 minutos), la película cae irremediablemente simpática, y los sucesivos giros de guion, tan típicos en este tipo de producciones, están razonablemente hilvanados, sin que pueda reprochársele al Rian Johnson/guionista ese tipo de retorcimientos habituales en los malos libretistas, que se cargan la lógica interna en beneficio de sus intereses. Por supuesto que hay golpes de timón efectistas, pero hay que considerar el corte evidentemente fantasioso del producto y su tono claramente de divertimento, con toques constantes de comedia negra, género que se entrevera con el thriller policíaco, con el “whodonit” o “quién-lo-hizo”, que aquí se adensa con las diversas personalidades de los posibles culpables y la peculiar forma de resolver la intriga de un detective, Benoit Blanc, que tiene sin duda todavía mucho recorrido. El hecho de que, conforme a los tiempos actuales, se incluya una escena inicial en la que conocemos que Blanc comparte piso (y, más que probablemente, cama...) con otro hombre, añade a la figura del epígono detective agathiano (porque Benoit parece inspirado en Poirot, pero sin la fatuidad de este, sino más bien el supuesto panfilismo de un teniente Colombo) una dimensión ciertamente inusual...
Con una utilización muy interesante de la pantalla dividida, ese “split screen” que otros usan sin ton ni son, con una filmación exquisita, elegante, deliciosamente cinematográfica, Glass Onion nos ha parecido un muy entretenido thriller con su punto de diversión irónico, pero que no renuncia a una vigorosa crítica sobre gente tan poderosa como impresentable. Con secuencias de un ritmo vertiginoso y sin fisuras aparentes, la película resulta armónica y ciertamente recomendable.
Buen trabajo actoral en general, con un Daniel Craig que perfila muy bien ese personaje, Benoit Blanc, que nos puede dar mucho disfrute en el futuro, olvidado ya su héroe supermacho de la serie 007; Edward Norton se bate a fondo en su papel, quizá consciente de que Hollywood está un poco hasta la coronilla de sus manías; de las actrices nos quedamos con el buen hacer de Janelle Monáe, en un doble papel, y de Kate Hudson, que borda su antipático personaje de mujer para la que “”escrúpulos” es un archipiélago griego (gracias, Aquí no hay quien viva...). La peli tiene hasta algunos cameos mínimos pero jugosos, con Hugh Grant (como pareja gay del personaje de Benoit Blanc), Ethan Hawke, Serena Williams, o la mismísima Angela Lansbury, en un guiño evidentemente agathiano (recordemos, por supuesto, Se ha escrito un crimen...), en su última aparición en pantalla poco antes de morir, a los 97 años.
En un gesto cultista a la par que sarcástico, el caprichoso, veleidoso y despótico magnate dice aspirar a que en la Historia su nombre y la Mona Lisa estén la misma frase... claro que, a veces, las escopetas las carga el diablo, en una mordaz pirueta que otorga a este juguete detectivesco transido de comedia negra un toque definitivamente delicioso...
(06-01-2023)
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