Pelicula:

El valenciano Paco Plaza, solo o en comandita con Jaume Balagueró, tiene ya una bastante amplia filmografía como director, casi siempre en los terrenos del cine de terror: El segundo nombre (2002), Romasanta, la caza de la bestia (2004), REC (2007), REC 2 (2009), REC 3: Génesis (2012) y Verónica (2017) se pueden inscribir sin problema alguno en ese género, bien en su variante psicológica o en la que busca la náusea en el espectador antes que el genuino escalofrío.

Con buen criterio, tras la mentada Verónica, que le reportó no solo interesantes dividendos en taquilla, sino también elogios de la crítica y hasta premios (incluido un Goya, bien que a un trabajo técnico, mejor sonido), Plaza cambia de registro, buscando crecer como cineasta, y opta por un género, el thriller, que como el buen cinéfilo sabe es primo hermano del cine de terror, así que el salto no es tan sin red como pudiera parecer.

Galicia, en nuestros días. Mario es jefe de enfermeros en una residencia geriátrica; está muy bien considerado y se aprecia en él la buena mano que tiene con los residentes. Cuando llega como tal el anciano y enfermo Antonio Padín, procedente de la cárcel, donde purgaba sus crímenes como siniestro capo de la mafia del narcotráfico gallego, Mario revivirá una parte de su pasado que nunca se marchó totalmente, un infierno en su juventud que lo marcó para siempre, ahora que, esperando su mujer un bebé, todo parecía haberse encauzado definitivamente...

Tiene Quien a hierro mata (los títulos bíblicos, qué potentes) varias virtudes y también algunos defectos. Entre las primeras, la poderosa producción, con el grupo audiovisual Atresmedia detrás y algunas de las productoras más importantes del actual panorama cinematográfico español, como la gallega Vaca Films, responsable de algunos de los thrillers hispanos más renombrados de los últimos años, entre ellos Celda 211 (2009), El niño (2014) y Cien años de perdón (2016). Ello comporta un muy buen acabado de producción, en un film cuidado al mínimo detalle. Buena fotografía y música, acertadas composiciones interpretativas, que después comentaremos más en detalle, y una historia sugestiva e inquietante, son algunas de sus otras cualidades.

Pero también tiene el film de Plaza algunos defectos, casi todos relacionados con el guion: ciertamente la historia es potente e interesante, pero los guionistas, el neófito Juan Galiñanes (que se estrena en esta faceta en el largo de ficción) y el avezado Jorge Guerricaechevarría (habitual colibretista de Álex de la Iglesia y Daniel Monzón), con cierta tendencia al efectismo y a los insuficientemente motivados giros de guion, no han sabido ser lo suficientemente persuasivos como para hacernos creer que un tipo como Mario, al que cualquiera podría calificar sin problema alguno como “buena gente”, mute de tal manera en la película hasta convertirse en algo diametralmente opuesto a lo que hasta entonces había sido: una metamorfosis como esa ha de ser suficientemente contrastada, ha de estar sostenida sobre mimbres que la justifiquen más que sobradamente, no vale con unos breves flashbacks de una pretérita época infernal, insertos de vez en cuando, como para cargarse de las razones que, me temo, el personaje central no llega a tener en realidad para actuar como lo hace, sobre todo teniendo en cuenta su inminente e ilusionante futuro, ser padre de su primer hijo.

A pesar de ese fallo fundamental, que afecta a la credibilidad de la película, esta funciona razonablemente como el artefacto de intriga y tensión que en buena medida es. Gusta la descripción de las odiosas malas bestias que campan por sus respetos en el narcotráfico gallego (como en todo grupo criminal organizado, cabría decir), gente para los que los demás valen en tanto en cuanto sirven a sus delincuenciales intereses, gente con un elevado concepto de su familia, pero para quien el resto de la humanidad tiene el mismo valor que un jaramago: ninguno. Gusta también la descripción de los tarados de los hijos del narco, que se creen muy listos porque son muy crueles, cuando tienen menos seso que un mosquito. Y, por supuesto, gusta la difícil composición, hecha desde la cama, que realiza el viejo Xan Cejudo, fallecido pocos meses después de terminar la película, un actor gallego que lo ha sido todo sobre las tablas de su tierra, aunque en cine ha hecho relativamente pocas cosas; Cejudo interpreta a un “alter ego” de esos famosos y verdaderos narcotraficantes gallegos, llámense Oubiña o Charlín, que han asolado, y aún asuelan, no solo Galicia, sino toda España, y Europa, con esa mierda blanca con la que comercian. También por supuesto, gusta la matizadísima composición que, otra vez, consigue Luis Tosar, uno de nuestros mejores actores del momento, capaz de hacer que cada personaje que afronta sea distinto de los otros, sutilísimo siempre, aquí en un complejo papel de vidriosas motivaciones personales.

Film irregular, entonces, pero ciertamente no carente de valores ni virtudes. Además, plantea un dilema moral importante: si tuviéramos en nuestras manos la posibilidad de castigar, sin reproche penal por nuestra parte, a gente que realmente se merece todas las condenas, todos los sufrimientos, hasta llegar a la muerte más dolorosa, ¿lo haríamos? Sobre esa piedra angular, en buena medida filosófica, se propone esta historia de zozobras, esta película cuya base ética es, quién lo iba a decir, superior a su base narrativa, a su guion desequilibrado y parcialmente falto de fundamentación.


(03-09-2019)


 


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107'

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Quien a hierro mata - by , Feb 07, 2020
2 / 5 stars
Una historia de zozobras