CINE EN SALAS
En su momento pudo parecer que, caído el Muro de Berlín, allá por 1989, el cine de espías dejaba de tener su razón de ser, al derrumbarse con aquella ignominia de hormigón también la Guerra Fría y la Política de Bloques: nada más lejos de la realidad. De hecho, en el mundo hay espías desde que hay estructuras de poder (hablamos del Antiguo Egipto, Sumeria, etcétera), porque el poder, cualquier poder, siempre ha querido enterarse de lo que trama el enemigo y, si es posible, influir en su propio beneficio utilizando esos espías, que a veces son dobles y hasta triples (lo de cuádruple ya debe ser para irse al frenopático directamente...).
Efectivamente, caído el Muro, no solo no ha dejado de haber espías y, consecuentemente, cine de espías, sino que el abanico se ha abierto a otras muchas posibilidades. Una de las que está dando más juego en las últimas décadas, lógicamente, es el espionaje en ambientes donde predomina la visión ultrarrestrictiva de la religión islámica que se suele denominar yihadista, la que proclama no solo que no hay más dios que Alá, sino que quiere imponer por las bravas su creencia al resto del mundo o, en su defecto, aniquilarlo, aparte de implantar “manu militari” la sharia o aplicación rígida e implacable del Corán y sus mandatos, con lo que ello conlleva de preterición de la mujer, relegándola al papel de (literalmente) una cosa que gesta y alumbra niños, y reduciendo la cultura a la nada.
Curiosamente, no hay demasiadas muestras de cine de espías ambientado en ese cenagal también conocido como salafismo (el nombre fino del yihadismo), la doctrina que propugna la guerra santa y la exterminación de los paganos (usted y yo, además de otros miles de millones de personas...). Así a vuela pluma se nos ocurren algunos thrillers yanquis como la película de Ridley Scott Red de mentiras (2008), El hombre más buscado (2014), de Anton Corbijn, y El rehén (2018), de Brad Anderson, o la serie francesa Los salvajes (2019), o, en España, la serie La Unidad (2020), con su “spin-off” La Unidad. Kabul (2023).
En fin, que haber muestras del espionaje en torno al yihadismo las hay, pero no demasiadas. Por eso se agradece la existencia de esta Raqa, que entra de lleno en el tema, no solo en el teatro de operaciones (como dicen los cursis cuando hablan de estos temas), la ciudad de Raqa que da título al film, sino también a los agentes camuflados por los servicios de inteligencia mundiales, topos infiltrados que aparentan ser lo que no son para cumplir las misiones encomendadas, lo que casi siempre supone no solo un altísimo grado de riesgo para su integridad física y sus vidas, sino también una entrega a la causa que conlleva largos períodos conviviendo con el enemigo como uno más y aparentando ser una persona con un pensamiento aberrante.
La acción se desarrolla hacia 2017 en la Raqa del título, ciudad situada en Siria, cercana a la frontera con Irak. En esa época, según explican unos rótulos iniciales, el Estado Islámico (también conocido por sus siniestras siglas, ISIS, o DAESH, en inglés) dominaba la ciudad y zonas circundantes, si bien estaba ya en declive, tras el hostigamiento de enemigos militares por los cuatro puntos cardinales, tras haber tenido un notable auge en su comienzo en 2014. En ese contexto conocemos a Haibala, conocido como El Saharaui, un agente doble del KGB que trabaja aparentemente para El Mauritano, el lugarteniente de El Jordano, el todopoderoso emir del ISIS; su contacto del KGB le da como misión localizar el paradero de ese emir, con cuya eliminación física piensan que pueden acelerar el fin del conflicto con los yihadistas del Estado Islámico. Paralelamente, y enviada por el CNI, la espía Malika se infiltra en el entorno del Jordano también para conseguir su localización y así facilitar su eliminación. Pero las misiones por separado de ambos serán complejas y no exentas de peligro, y puede que incluso confluyan...
Gerardo Herrero es con toda seguridad uno de los productores de cine de España más importantes del último medio siglo. Empezó como tal a principios de los años ochenta, y como tal ha producido, cuando se escriben estas líneas, casi un centenar de films y series. También desde esas fechas se desempeña como director, con una carrera en este caso menos prolífica, y que en su primera época tuvo títulos relevantes (Malena es un nombre de tango, Las razones de mis amigos) pero que después ha ido de más a menos. Su cine es ecléctico, con cierta preferencia por los thrillers y los dramas, con frecuencia basados en novelas, y también generalmente con posturas ideológicas que podríamos denominar más o menos “de izquierdas”.
Aquí en Raqa Herrero parece haber estado interesado en plantear esta trama de espionaje con sendos topos infiltrados en el infierno yihadista, en la mismísima almendra del poder fundamentalista del ISIS, con los dos grandes polos de inteligencia del mundo (Oriente y Occidente) enfrentados, pero finalmente conniventes, dado que el fin que perseguían, al fin y al cabo, era el mismo. Herrero es un cineasta seguro aunque poco personal, y su película se sigue con facilidad aunque sin demasiado entusiasmo; es cierto que Gerardo nos muestra algunas escenas en las que el suspense está bien conseguido, como el encuentro de Haibala con las huestes del Jordano en los alrededores de la morada de éste, en la que la tensión se masca en el ambiente, y también algunas escenas de vibrante acción, como la brutal lucha entra Malika y la jefa de la brigada de las mujeres del ISIS (que es más mala que, juntas, el ama de llaves de Rebeca, la Cruella de Vil de 101 Dálmatas y la Madrastra de Cenicienta...), está bien filmada y consigue su intención de sobrecoger al espectador. Pero en general la película, estando correctamente rodada y montada, tampoco aporta gran cosa, más allá de momentos de, como decimos, apreciable tensión narrativa. En todo caso, sea bienvenida esta muestra de ese escaso subgénero que sería el cine de espías en entornos yihadistas, donde nos parece que hay mucha tela que cortar...
Apañada actuación de Álvaro Morte (el Profesor de La casa de papel, personaje que le abrió las puertas del éxito), quien, según sus propias palabras, aprendió árabe para poder representar mejor su rol. También muy bien Mina El Hammani, actriz madrileña de obvios ancestros árabes (marroquíes, concretamente), que encarna atinadamente a la espía española infiltrada en la periferia del poder yihadista.
El film, basado en la novela Vírgenes y víctimas, de Tomás Bárbolo, está rodado, en su ambientación en localizaciones árabes, en Marruecos (Marrakech, Casablanca), país coproductor junto a España y Alemania; otros escenarios se han localizado en zonas como el desierto de las Bárdenas Reales y Tafalla, ambas en Navarra; hay que decir, en honor a la verdad, que todas esas localizaciones, tan lejos de la real Raqa, dan perfectamente el pego...
(27-11-2024)
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