Pues va a ser que, finalmente, el bueno de Woody se está recuperando, para nuestro gozo, del bache en el que entró a finales de los años noventa. Match point ya supuso un aviso de que el cineasta neoyorquino se estaba poniendo las pilas, aunque no llegara, ni de lejos, al nivel mayestático de sus grandes hitos (véanse La rosa púrpura de El Cairo, Manhattan o Annie Hall, entre otras).
Ahora, con esta Scoop, sigue en la buena senda, volviendo a esa peculiar mezcla de comedia y thriller que tan buen rendimiento le dio, por ejemplo, en Misterioso asesinato en Manhattan, aunque ahora el paisaje sea el muy chic, muy flemático, del Londres de los lores y las grandes fortunas.
Es cierto que Woody, además, se autohomenajea, porque la aparición ectoplásmica del periodista que da la pista para conseguir la exclusiva (“leit motiv” del filme que aparece incluso en el título, con el muy onomatopéyico Scoop) recuerda a títulos suyos como Alice y Desmontando a Harry, pero a Allen se le perdona casi todo, mayormente si, como en este caso, reaparece él en escena para llenar la pantalla de sus diálogos chispeantes, a veces un punto procaces (“con el primer dinero que gané al póker conseguí entrar en Mercedes”, “¿está usted en el consejo de administración de Mercedes Benz?”, “No, Mercedes era mi primera novia”), una balbuciente ametralladora verbal, con su humor entre surrealista y marxista (línea Groucho, se entiende), con apuntes judaizantes, como siempre.
Hay más referencias cultistas, por supuesto: las mitológicas, con ese barco de Caronte en el que viaja el periodista fiambre que no ceja hasta informar de su “scoop” a una colega (aunque ésta lo sea en el periódico de su colegio…); el toque “british” a lo BBC que rezuman las reuniones de los ricachones en los que se introducen la protagonista y su sobrevenido (y apócrifo) padre; el homenaje a Hitchcock que supone la entrada clandestina en la bodega (aquí habitación de instrumentos musicales), como en Encadenados… y así constantemente, porque el cine de Woody es un cine trufado de referencias, que no suelen rechinar sino que son adecuadamente envueltas y rebozadas en la salsa alleniana hasta hacerlas suyas, sin por ello perder el marchamo de origen.
Pero, sobre todo, Scoop nos devuelve a un cineasta que tuvo su mayor virtud en la ligereza de sus películas, en las que, incluso las de mayor densidad dramática, nunca han sido pestiños ni peñazos, como otros que por ahí van de dioses (y no me tiren de la lengua sobre de quiénes hablamos: están en la mente de todos…). Ese cine alado que era su marca de fábrica, plagado de hermosas músicas populares (para la ocasión nada menos que El lago de los cisnes, de Tchaikovski), diálogos llenos de gracia, cierta intriga, aunque no demasiado compleja, y una resolución simpática a fuer de simple.
Mención aparte para los actores: además de Allen, que vuelve pletórico con uno de esos personajes excéntricos tan típicos de sus comedias (en este caso un mago de tercera fila, neurótico como el propio actor, conservador y miedoso, que sin embargo se jugará, literalmente, la vida, para salvar a su supuesta hija), Scarlett Johansson confirma que es la actriz más completa de su generación, sensual hasta el mareo pero dúctil como pocas; además, junto a Hugh Jackman (el Lobezno de la saga de X-Men, aquí sin greñas, en plan apolíneo), compone una pareja de inusual química y evidente voltaje erótico. Insisto: no es éste todavía el Allen de La rosa púrpura de El Cairo, pero está en ello. ¿No es una magnífica noticia? Sí, sí, casi un “scoop”…
(01-11-2006)
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