CINE EN SALAS
El grupo musical de rock indie granadino Los Planetas lleva tocando música (aunque inicialmente con el nombre de Los Subterráneos) desde principios de los años noventa del pasado siglo. Llevan, por tanto, más de treinta años de actividad profesional. Siempre fueron bastante “outsiders”, por decirlo suavemente... Ahora, Isaki Lacuesta, con el concurso de Pol Rodríguez como co-director, se centra en un tiempo concreto en esa larga trayectoria, la que durante los años noventa llevó a la grabación de su tercer disco, Una semana en el motor de un autobús, tras un primer elepé exitoso y un segundo que fue un desastre. Pero no era ese quizá el mayor problema del grupo, sino el progresivo desmoronamiento de su estructura inicial: la bajista May se dio de baja (nunca mejor dicho...) en el grupo buscando otros horizontes profesionales, y el guitarrista Florent se encontraba inmerso en una espiral de autodestrucción con adicciones varias, y ninguna menor. En ese contexto, el líder y cantante del grupo, Jota, intentará repetidamente que May vuelva al redil (y a su vida: se intuye que entre ambos había una relación más allá de lo profesional...), y también intentará que Florent sea más responsable y acuda puntualmente a los ensayos, en un estado mental medianamente decente, para el nuevo proyecto discográfico, cosa que el guitarrista yonki no hace, lastrado indeciblemente por sus adicciones…
Un rótulo al comienzo advierte al lector de varias afirmaciones o negaciones contradictorias que se van superponiendo unas a otras: la primera es “Esta es una película sobre Los Planetas”, para inmediatamente aparecer un NO entre “esta” y “es”, negando lo anterior. Después se borra el comienzo de la frase y finalmente aparece “Esta es una película sobre la leyenda de Los Planetas”, con lo que viene a decir que no estamos ante un biopic sino, en todo caso, ante un film inspirado en la historia de este peculiar grupo de rock granadino, o más atinadamente, en la leyenda o leyendas que los ha rodeado desde su fundación.
La historia se ambienta en esos años noventa en los que Los Planetas, tras partir la pana con el primer elepé, lo que se partieron fue la cara con el segundo, por lo que Jota, el líder, exige a la discográfica grabar en Nueva York, a lo que la compañía, conocedora de los muchos problemas de (ir)responsabilidad de los componentes del grupo, en principio se niega. Entre tanto, Jota intenta que May vuelva al grupo y que el guitarrista, con sus permanentes y múltiples adicciones, no se desmadre demasiado...
Tenemos en buen concepto a Isaki Lacuesta, por películas como, sobre todo, Entre dos aguas (2018), y en menor medida, Un año, una noche (2022). Pero nos parece que aquí no ha dado en la tecla, aunque desde luego se le alaba el intento de hacer algo distinto, por contar (o no...) la historia de Los Planetas, o algo relacionado con Los Planetas, buscando nuevas formas de expresión, con una narrativa premeditadamente dispersa, en la que, por ejemplo, podemos asistir a una pelea a botellazo limpio entre los dos componentes masculinos originarios del grupo, vistos al fondo del plano zurrándose de lo lindo, desenfocados, mientras la cámara se centra en el primer plano de algún parroquiano del bar que se toma una cerveza tan tranquilamente, para luego, con la ayuda de la voz en off, entender que aquello era, o bien un excurso del director, o bien un pensamiento del guitarrista o de Jota, o de ambos, y los vemos como si nada, compartiendo unas birras, sin signo alguno de haberse aporreado a muerte.
Hay en la película, entonces, muy evidentemente, una intención de jugar con el lenguaje cinematográfico, de retorcer esquemas mentales, de presentar cosas distintas, de aportar perspectivas diferentes; todo eso está muy bien, pero lo cierto es que, como producto audiovisual, incluso de corte eminentemente independiente, como es el caso, la película no termina de interesar en ningún momento al espectador, al que aburre con el práctico monotema del film, que no es otro que el doble intento de Jota de que May vuelva al grupo (y a su cama, se sobreentiende) y que Florent, dentro de sus adicciones, se comporte de forma medianamente profesional para grabar el nuevo disco. Todo gira en esas dos mínimas líneas argumentales; así, intermitentemente, Jota visitará a May en el centro de trabajo donde ahora está empleada para intentar convencerla, o la llama en diversas ocasiones por teléfono, incluso a horas intempestivas, siempre con una arrogancia como si ella le debiera algo y no volver con él fuera una canallada que le hace; y con Florent lo mismo, solo que sin querer llevárselo a la cama (bueno, no queda claro, hay algunos indicios de que a lo mejor sí…) y con el objetivo de que el tipo se corte un poco y no sea poco menos que un fantasma ectoplásmico que se arrastra en pos del siguiente chute.
Así las cosas, la doble peripecia argumental se repite “ad nauseam” durante todo el metraje del film, de tal manera que podemos ir adivinando qué toca ahora, si May o Florent, y de qué forma lo hará Jota esta vez, aunque siempre con el mismo resultado infructuoso… No ayuda precisamente el abuso de un recurso del lenguaje fílmico ciertamente atractivo, la panorámica giratoria sobre su propio eje, que resulta molona… la primera o segunda vez que se hace, pero no cuando se recurre a ella con más frecuencia de la recomendable.
¿Quiere ello decir que Segundo premio es un film fallido? No. Sí es irregular, muy irregular, sobre todo en la forma de captar (mejor NO captar) la atención del espectador, pero no está exento de virtudes. La más llamativa y vistosa sería la notable capacidad de Lacuesta y Rodríguez para crear y presentar al espectador algunas poderosas imágenes que ciertamente resultan subyugantes, como la levitación del guitarrista por una “sobredosis de agua”, que deja con la boca abierta y sobrecoge por su extraordinaria concepción visual, o ya en las postrimerías del film, la admirable fusión de las figuras de los dos personajes centrales en una sola, simbiótica, al final de la conversación telefónica transoceánica que han mantenido; tampoco son mancas la inesperada imagen del cocodrilo en los antros de droguetas de NY, en una de las recurrentes imágenes lisérgicas del guitarrista durante sus “viajes” alucinógenos, o la salida del batería de la habitación del hotel donde vienen ensayando, casi a oscuras, durante horas, mientras que en el exterior la luz solar es abrasadora (como corresponde ver a alguien que ha estado en un local en penumbra), para irse aclarando poco a poco y a recobrar los colores naturales de ese exterior del hotel, de esa piscina en la que finalmente todos terminan sumergidos.
Hay hermosas alusiones cultistas, como diversas referencias a Lorca, poeta granadino donde los haya (siendo la ciudad de Granada esencial en el devenir del film), pero también de su estancia en Nueva York, o al seminal álbum Omega, de Enrique Morente y Lagartija Nick, en el que los artistas de Granada fusionaron espléndidamente flamenco y rock, con lo que Lacuesta y su codirector vienen a dar pistas sobre las influencias que contribuyeron a la grabación del disco que supone el “leit motiv” de este Segundo premio.
Los diálogos no están escritos como tales, sino que los intérpretes los hacen suyos y los dicen con sus palabras, lo que ciertamente resulta fresco pero también muy empobrecedor. En este sentido, termina siendo cargante el uso de la palabra “polla” dicha cada dos por tres, con lo cual termina siendo una muletilla sin contenido… Parafraseando un diálogo de la película, parece que los actores no saben hablar sin una polla en la boca…
Film experimental (a pesar de que necesita su retorno en taquilla, como es obvio), Segundo premio nos parece un intento interesante de Lacuesta y Rodríguez por hacer algo diferente, pero en nuestra opinión, desde luego, ese intento no ha sido acertado. Si del biopic libérrimo de un grupo musical se trata, recordemos la reciente y espléndida La estrella azul, de Javier Macipe, que cuenta la historia del rockero Mauricio Aznar Müller, en la que supo hacer lo correcto, una aproximación libre y artística al músico y a su vida, sin renunciar en absoluto a la experimentación, pero con un resultado extraordinario. Pero no se han alineado los astros aquí, en Segundo premio, para que se dé de nuevo esa admirable sutiliza, esa formidable capacidad para jugar con el lenguaje cinematográfico y con los sentimientos que tiene la película de Macipe.
Segundo premio, además del título de la película, es también el de uno de los temas más conocidos del álbum cuya grabación se recrea en el film. De su letra, de evidente desamor, no nos resistimos a transcribir la última estrofa, que describe (abyectamente) a su compositor, el Jota este que era más pesado que un tanque en la solapa en su intención de recuperar a la bajista; dice Jota en su canción, tras constatar el final del amor por renuencia de ella, “Y si esto te hace daño/ si te puedo hacer sufrir/ ha servido para algo/ al menos para mí”. Toma ya…
Jota, por cierto, al que nunca llaman así en la película; de hecho, no lo llaman de ninguna forma; en los créditos aparece como “el cantante”, y Florent como “el guitarrista”, igual que el batería aparece identificado con su oficio. En cuanto a los actores, los profesionales, Daniel Ibáñez y Stéphanie Magnin, bien, correctos, mientras que los músicos que hacen su primera aparición en cámara, como Cristalino y Mafo, nos han parecido más endebles.
(28-05-2024)
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